martes, 30 de marzo de 2010

Los gritos y lágrimas de Jesús perduran a través de la historia

Buenos Aires, 30 Mar. 10 (AICA) “Detengámonos a contemplar, con fe y amor, algunos momentos de la Pasión de Jesucristo. La misma nos manifiesta su profunda humanidad, a la vez que nos permite entrever destellos de su divinidad. Y contemplándolo, procuremos descubrir el estado espiritual en que nos encontramos, con el deseo de convertirnos e identificarnos con él”, recomendó monseñor Carmelo Juan Giaquinta, arzobispo emérito de Resistencia, en su reflexión sobre el Domingo de Ramos.

La meditación está estructurada a partir de fragmentos del relato de la Pasión del Evangelio de San Lucas y propone contemplar a Jesús desde varios puntos de vista: el “deseo ardiente”, la humildad y el servicio, desde el “dolor indecible”, el perdón, la piedad y también en “el último suspiro”:

Deseo ardiente. “He deseado ardientemente comer esta Pascua con ustedes antes de mi Pasión”:
“Quiera Dios que todos los que celebramos la Pascua 2010, nos sentemos también en la Pascua definitiva, cuando ‘vendrán muchos de Oriente y de Occidente, del Norte y del Sur, a ocupar su lugar en el banquete del Reino de Dios’, dijo el prelado para advertir: “Que no nos suceda como a aquellos que, una vez cerrada la puerta (el tiempo de la conversión), la golpean desesperadamente (…) Y merezcamos escuchar: ‘No sé de dónde son ustedes. Apártense de mí todos los que hacen el mal’”.

Humildad y servicio: “Y surgió una discusión sobre quién debía ser considerado el más grande”:
Si bien “la disputa por la primacía fue endémica entre los discípulos de Jesús”, monseñor Giaquinta aclaró que “fue constante también el ejemplo y enseñanza de Jesús sobre la humildad con que comportarse y el servicio a prestar al prójimo”, y recordo que “el ejemplo máximo de humildad nos lo dio en la cruz”.

Dolor indecible. “Padre, si quieres, aleja de mí este cáliz. Pero no se haga mi voluntad, sino la tuya”:
Tras explicar que “el dolor de Cristo en su agonía es indecible e insondable” y que “condensa todos los dolores físicos y morales de la humanidad”, manifesto: “Los gritos y lágrimas de Jesús perduran a través de la historia: tantos desheredados, maltratados, oprimidos, calumniados, humillados. No alcanza el diccionario para señalar todos los dolores físicos y morales de la humanidad, infligidos a sus semejantes por otros seres humanos: gobernantes, jueces, patrones, comunicadores sociales, vecinos, familiares”.

En este punto destacó de manera especial: “Son los gritos y lágrimas de Benedicto XVI por los abusos que han cometido contra niños y adolescentes hombres de Iglesia”, y “son los dolores y lágrimas de muchos sacerdotes santos, que ahora se ven sospechados, insultados, segregados por sus mismos feligreses a quienes han dedicado su vida”.

Perdón. “Cuando llegaron al lugar llamado del Cráneo, lo crucificaron junto con los malhechores, uno a su derecha y el otro a su izquierda. Jesús decía: “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen”:
“El perdón fue la gran obra de Jesús”, afirmó, y “la expresión máxima del perdón, Jesús la da en la cruz, donde disculpa a quienes lo crucifican”. Por eso señaló: “¡Cuánto perdón necesitamos, de parte de Dios y del prójimo! ¡Cuánto que ofendemos! Por maldad. Por negligencia. Por torpeza. A veces, queriendo hacer el bien, hacemos el mal. El perdón de Dios está siempre pronto, pues brota de su misericordia infinita. Para recibirlo, es preciso que a nuestra vez perdonemos. Pues de lo contrario, no habría espacio en nuestro corazón para albergar el perdón que Dios siempre nos quiere dar”.

Pedido de piedad. “Jesús, acuérdate de mi cuando vengas a establecer tu Reino”:
“¡Con qué poco y qué rápido logró la salvación! Un verdadero robo express. El secreto fue que, en vez de la herramienta del corazón duro que usaba para la maldad, usó la bondad que todavía tenía en un rincón de su ser”, indicó.

El último suspiro. “Jesús, con un gritó exclamó: ‘Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu’. Y diciendo esto expiró”:
“La misión que Dios le encomendara estaba cumplida. Le quedaba ponerse en sus manos. Y Dios recibió su espíritu. Por eso “lo resucitó, librándolo de las angustias de la muerte. A todos nos llegará la hora del último suspiro. Dios quiera que hayamos cumplido nuestra tarea de perdón. Y podamos entregarle en paz nuestra alma. Como lo hizo Jesús. Y entonces el Padre también nos resucitará”, concluyó.


Fuente: AICA

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