domingo, 25 de diciembre de 2011

Feliz Navidad!!!

Que grande es El Señor, que bondadoso... es puro Amor!! El Rey que gobierna eternamente ha nacido en un establo! Ya nada va ha ser igual... El marcó con su nacimiento un antes y un después!! Gloria al Rey que vino a salvarnos... de tan fuertes cadenas nos liberó para siempre!! Viva Jesús! el Mesías anunciado por los profetas de Yahvé!!! Gloria, Gloria, Gloria y eternamente Gloria!


¡¡¡Feliz Navidad!!!

viernes, 23 de diciembre de 2011

El silencio de san José

En estos últimos días del Adviento, la liturgia nos invita a contemplar de modo especial a la Virgen María y a san José, que vivieron con intensidad única el tiempo de la espera y de la preparación del nacimiento de Jesús. Hoy deseo dirigir mi mirada a la figura de san José. (......)
Desde luego, la función de san José no puede reducirse a un aspecto legal. Es modelo del hombre "justo" (Mt 1, 19), que en perfecta sintonía con su esposa acoge al Hijo de Dios hecho hombre y vela por su crecimiento humano. Por eso, en los días que preceden a la Navidad, es muy oportuno entablar una especie de coloquio espiritual con san José, para que él nos ayude a vivir en plenitud este gran misterio de la fe.
El amado Papa Juan Pablo II, que era muy devoto de san José, nos ha dejado una admirable meditación dedicada a él en la exhortación apostólica Redemptoris Custos, "Custodio del Redentor". Entre los muchos aspectos que pone de relieve, pondera en especial el silencio de san José. Su silencio estaba impregnado de contemplación del misterio de Dios, con una actitud de total disponibilidad a la voluntad divina. En otras palabras, el silencio de san José no manifiesta un vacío interior, sino, al contrario, la plenitud de fe que lleva en su corazón y que guía todos sus pensamientos y todos sus actos.
Un silencio gracias al cual san José, al unísono con María, guarda la palabra de Dios, conocida a través de las sagradas Escrituras, confrontándola continuamente con los acontecimientos de la vida de Jesús; un silencio entretejido de oración constante, oración de bendición del Señor, de adoración de su santísima voluntad y de confianza sin reservas en su providencia.
No se exagera si se piensa que, precisamente de su "padre" José, Jesús aprendió, en el plano humano, la fuerte interioridad que es presupuesto de la auténtica justicia, la "justicia superior", que él un día enseñará a sus discípulos (cf. Mt 5, 20).
Dejémonos "contagiar" por el silencio de san José. Nos es muy necesario, en un mundo a menudo demasiado ruidoso, que no favorece el recogimiento y la escucha de la voz de Dios. En este tiempo de preparación para la Navidad cultivemos el recogimiento interior, para acoger y tener siempre a Jesús en nuestra vida.

 
Autor: SS Benedicto XVI | Fuente: Catholic.net

martes, 20 de diciembre de 2011

Catherine Tekakwitha: Primera santa india norteamericana

Ciudad del Vaticano, 20 Dic. 11 (AICA) En el mismo decreto firmado ayer por el Santo Padre donde se reconoce el milagro atribuido a la Sierva de Dios argentina María Crescencia Pérez, también se reconocen los milagros atribuidos a la intercesión de siete beatos –cuatro mujeres y tres hombres- que serán canonizados próximamente.

Entre estos nuevos santos destaca la figura de Catherine Tekakwitha, quien será la primera nativa norteamericana que llega a los altares.

Catherine o Kateri Tekakwitha nació en 1656 en Ossernenon, actual Auriesville, Estados Unidos. Era hija de un jefe de la tribu Mohawk y una india algonquín católica que había sido bautizada y educada por misioneros franceses.

A los cuatro años perdió a su familia a causa de una epidemia de viruela, y ella misma quedó desfigurada y con la vista muy disminuida a causa de la enfermedad. Fue adoptada por un pariente, jefe de una tribu vecina.

A medida que iba creciendo se interesó por el cristianismo, y a los 20 años fue bautizada por un misionero francés.

Los miembros de su tribu no comprendieron su nueva filiación religiosa, por lo que fue marginada. Se mortificaba como camino de santidad, y rezaba por la conversión de sus parientes y de los miembros de su tribu.

Sufrió persecuciones que amenazaron su vida, por lo que tuvo que huir para establecerse en una comunidad de nativos cristianos en Kahnawake, en Quebec, Canadá, donde vivió dedicada a la oración, la penitencia y el cuidado de enfermos y ancianos. También hizo voto de castidad.

Murió en 1680, a la edad de 24 años. Sus últimas palabras fueron: “Jesús, te quiero”. La tradición dice que las cicatrices de Catherine se desvanecieron después de su muerte, revelando una mujer de gran belleza; y que numerosos enfermos que asistieron a su funeral sanaron.

El proceso de canonización comenzó en 1884. Fue declarada venerable por Pío XII en 1943, y beatificada por el beato Juan Pablo II en 1980. Como primera india norteamericana beatificada, ocupa un lugar especial en la devoción de los pueblos nativos de América del Norte. Su fiesta se celebra el 14 de julio.
 
Fuente: AICA

miércoles, 7 de diciembre de 2011

El poder de la sonrisa

¿Será la sonrisa un símbolo de alegría?, ¿y la alegría es capaz de transformarlo todo?, ¿tú, qué dices? yo digo que sí. Es como un tesoro inacabable que mientras más da, más se llena.

Quien muestra una sonrisa, transpira alegría, atrae y nunca deja las cosas igual. Todos queremos, es más, buscamos estar con quien nos anima y estimula, buscamos a las personas alegres y que siempre tienen en su rostro una sonrisa. Puede ser que la vida nos trate mal, pero el estar con personas alegres es siempre un descanso en la montaña de la vida. Y cuando esas personas se apartan, dejan un hueco profundo en el alma y se van de la historia dejando en herencia un mundo mejor.

Basta una leve sonrisa en tus labios para levantar el corazón, para mantener el buen humor, para conservar la paz del alma, para ayudar a la salud, para embellecer la cara, para despertar buenos pensamientos, para inspirar generosas obras. Enséñate a sonreír, estudia la maestría de la sonrisa y demuéstrale a los sabios e intelectuales de este mundo, que aquí está el verdadero arte de vivir, el verdadero arte de ser feliz, en definitiva, la presencia de Dios en tu alma.

Sonríete hasta que notes que tu constante seriedad y severidad se hayan desvanecido. Sonríete hasta entibiar tu propio corazón con ese rayo de sol; irradia tu sonrisa: esa sonrisa tiene muchos trabajos que hacer, ponla al servicio de Dios. ¿Porqué no convertirte en apóstol de la sonrisa ahora? la sonrisa es tu instrumento, la caña para pescar almas y hacerlas felices. Santificando la gracia que habita en tí, te dará el encanto especial que necesitas para transmitir a los otros ese bien.

Sonríe a los tristes.
Sonríe a los tímidos.
Sonríe a los amigos.
Sonríe a los jóvenes.
Sonríe a los ancianos.
Sonríe a tu familia.
Sonríe en tus penas.
Sonríe en tus pruebas.
Sonríe en tus soledades.
Sonríe por amor a Jesús.
Sonríe por amor a las almas.

Deja que todos se alegren con la simpatía y belleza de tu cara sonriente. Cuenta, si puedes, el número de sonrisas que has distribuído entre los demás cada día; su número te indicará cuántas veces has promovido contento alegría, satisfacción, ánimo o confianza en el corazón de los demás. Estas buenas disposiciones siempre son el principio de obras generosas y actos nobles. La influencia de tu sonrisa obra maravillas que tú ignoras.

Tu sonrisa puede llevar esperanza y abrir horizontes a los agobiados, a los deprimidos, a los descorazonados, a los oprimidos y a los desesperados. Tu sonrisa puede ser el camino para llevar las almas a la Fe. Tu sonrisa puede ser el primer paso que lleve al pecador hacia Dios. También sonríele a Dios. Sonríe a Dios mientras aceptas con amor todo lo que Él te manda y merecerás la radiante sonrisa que Cristo fija en tí con especial amor por toda la eternidad.

“Sufrir con amor es delicioso, pero sonreír en el sufrimiento es el arte supremo del amor. Sonreír en el sufrimiento, es cubrir con pétalos vistosos y perfumados las espinas de la vida, para que los demás sólo vean lo que agrada, y Dios, que ve en lo profundo, anote lo que nos va a recompensar”.



Autor: P. Dennis Doren L.C. | Fuente: Catholic.net

¿Murió la Virgen María?

Para responder a esta pregunta hay que distinguir entre 'muerte' y 'corrupción en el sepulcro'. La muerte es la separación del cuerpo y del alma; en cambio la corrupción del sepulcro es la resolución del cuerpo en polvo. Cristo murió, pero no conoció la corrupción del sepulcro, cumpliéndose lo del Salmo 15,10: 'No permitirás que tu Santo vea la corrupción'.

¿Murió la Virgen? El primero que parece dudar de esto fue San Epifanio, aunque, como él mismo dice, no se atreve a decir ni que sí ni que no. Ya en el siglo IV existía la tradición según la cual la Virgen no murió sino que subió a los cielos sin morir. Esta tradición ha tenido seguidores en diversos momentos de la historia eclesiástica.

Sin embargo, según G. Alastruey ('Tratado de la Virgen Santísima', BAC, Madrid 1945, pp. 405 y siguientes), para sólo citar uno de los más relevantes mariólogos, la verdadera doctrina (que debe tenerse 'como teológicamente ciertísima') es que la Virgen María murió verdaderamente.

Esta es la sentencia más firme y que tiene el aval de una segura tradición tanto latina como griega, incluso con autores ortodoxos (San Agustín, San Juan Damasceno, San Andrés de Creta, San Juan de Tesalónica, Nicolás Cabasilas, etc.). En cuanto a San Epifanio, hay que tener en cuenta que no niega la muerte sino que solamente afirma que sobre esto nada dice la Escritura.

Lo mismo dice la tradición litúrgica. En el 'Misal Romano' se leía en la Misa de la Asunción: 'ya que la Madre de Dios salió de este mundo conforme a la condición de la carne mortal'. En el Misal actual no se menciona la muerte sino sólo la inmunidad de la corrupción en el sepulcro.

La palabra 'dormición', que se usa principalmente en la Iglesia griega no debe llevarnos a confusión pues significa la muerte de la Virgen María.

Las razones teológicas que se dan al respecto son:

1) Convenía que María, para conformarse con su Hijo, padeciera la muerte, y así por la muerte pasara a la gloria, a fin de que no pareciera de mejor condición la Madre que el Hijo.

2) La verdad de la Encarnación se corrobora más por la muerte de María; pues si convenía que Cristo muriera para confirmar la fe de la Encarnación, y así no se dudara de que era hombre verdadero, igualmente convenía que muriera su madre, para que no se pensase que había nacido de mujer inmortal.

3) Además la Virgen fue constituida por Dios cooperadora en la obra de la Redención humana. Mas porque la obra de la redención del género humano se llevó a cabo por la muerte de Cristo, así convenía que la Virgen se asociara a su muerte.

4) Como dice San Pedro Canisio: para consuelo nuestro cuando nos toque el duro trance de la nuestra muerte.

¿De qué género de muerte murió la Virgen Santísima? La Virgen no murió ni por martirio ni por muerte violenta; tampoco de enfermedad o vejez. Los teólogos afirman comúnmente que la Virgen murió a causa del ardoroso amor de Dios y del vehemente deseo y contemplación intensísima de las cosas celestiales. Así sostuvieron San Jerónimo, el abad Guerrico, San Alberto Magno, Dionisio el Cartujano, Santo Tomás de Villanueva, Bossuet, etc.

En cambio, la Virgen María no estuvo sujeta a la corrupción del sepulcro. Esto es tradición unánime de la Iglesia. San Andrés de Creta dice: 'Como no se corrompió el útero de la que dio a luz, así ni la carne de la que murió... El parto eludió la corrupción, y el sepulcro no admitió la extrema corrupción de la muerte'. Y Santo Tomás de Villanueva: 'No es justo que sufra corrupción aquel cuerpo que no estuvo sujeto a ninguna concupiscencia'.



Autor: P. Miguel Ángel Fuentes, I.V.E. | Fuente: http://www.teologoresponde.com.ar

lunes, 5 de diciembre de 2011

Jesucristo, Señor de la Historia

Si la Resurrección es la prueba suprema y oficial de la divinidad de Cristo, existen otras de no menor valor; entre éstas ocupan el primer lugar las profecías del Antiguo Testamento. Para la Iglesia primitiva éstas tuvieron un enorme valor, pues era la mejor manera de probar a los judíos que Jesús era el Mesías. El mismo Jesús usó este método en sus discusiones con los fariseos: "Escudriñad las Escrituras ya que en ellas esperáis tener la vida eterna; ellas testifican de mí" (Jn. 5, 39).

El pueblo hebreo tenía, y aún conserva, la Biblia, colección de libros escritos en tiempos y lugares diversos, completa ya en el siglo tercero antes de Jesucristo, cuando fue traducida al griego por un grupo de sabios alejandrinos. Aunque cada libro estaba escrito por un autor determinado, los hebreos atribuían su origen a Dios y los citaban sin distinción con la expresión general: "dice la Escritura". Para ellos la Escritura era un libro inspirado, es decir, escrito por autores humanos bajo el influjo inmediato de Dios que se servía de ellos para comunicar a los hombres su palabra. Junto a este valor sagrado, la Biblia era la fuente principal de la historia hebrea, donde estaban registrados los privilegios excepcionales concedidos por Dios al pueblo elegido; la historia de los patriarcas, de los reyes, de los profetas que en el curso de los siglos habían guiado a Israel al cumplimiento de la misión confiada por Dios. La Biblia destaca claramente entre otros textos religiosos de la antigüedad por la pureza de su monoteísmo y la exquisitez de su moral.

Otro aspecto único del Antiguo Testamento es el mesianismo, la expectativa de un enviado del cielo que vendría a iniciar una nueva época en las relaciones de Dios con la humanidad. A través de la Escritura la personalidad del Mesías se va delineando cada vez más claramente para permitir que el pueblo elegido lo pueda reconocer en el momento en que aparezca en el mundo.


Los profetas describen al Mesías así:


Familia

Será un hijo de Adán y vendrá a reparar el pecado de desobediencia que ellos cometieron en el paraíso terrenal (Gen. 3, 15); será descendiente también de Abraham (22,16), de Isaac (26, 4), de Jacob (28,14), de Judá (49, 8-10), de David (II Sam. 7, 11-13).


Tiempo en que nacerá

Vendrá antes que el cetro de Judá pase a otros pueblos (Gen. 49, 8-10), antes de la destrucción del templo (Ag. 2, 7-8). El profeta Daniel lo determina con precisión, ya que su profecía coincidió con la época de Jesús cuando la expectativa del Mesías era general (Dan. 9, 24-27). Esto también lo afirman Flavio Josefo (Guerra Judía, V,13), Suetonio (Vespasiano 4), Tácito (Historia, V, 13).


La Madre

Nacerá de una virgen (Is. 7,14), pero, aunque nazca de una virgen, fue engendrado en el seno mismo de Dios antes que existiese la luz (Sal. 109, 3).


Lugar de nacimiento

En Belén de Judá (Miq. 5, 2).


El Precursor

Juan el Bautista. El Mesías tendrá un precursor (Mal. 3,1); que predicará a lo largo de la ribera del Jordán, en la región de Galilea (Is. 9, 12).


Su vida

Maestro y profeta (Deut. 18, 15).

Legislador y portador de una nueva alianza entre Dios y los hombres (Is. 55, 3-4).

Sacerdote víctima (Is. 52, 15; 53). Manso y humilde (Is. 11, 1-5).

Salvador de la humanidad y piedra de escándalo (Is. 8, 14).

Sobre él reposará el espíritu del Señor (Is. 11, 2).

Poderoso en milagros (Is. 35, 4-6).

Entrará triunfante en Jerusalén (Zac. 9,9).


Pasión y muerte

Vendido por treinta monedas (Zac. 11, 12); flagelado y escupido en el rostro (Is. 50, 6); taladradas las manos y el costado (Sal. 21, 17-18); le darán hiel como bebida (Sal. 68, 22); burlado (Sal. 21, 8-9); sortearán sus vestidos (Sal. 21, 19); lo crucificarán (Zac. 12, 10); su cuerpo no estará sujeto a la corrupción (Sal. 15, 9-11); tendrá un sepulcro glorioso (Is. 53, 9); se sentará a la derecha de Dios (Sal. 109, 1).


Profecías del Reino

Preanuncian el principio de una nueva alianza entre Dios y el hombre, suplantando la antigua entre Dios e Israel (Dan. 9, 24-27); comenzará en Jerusalén (Miq. 4, 2); representará la victoria del monoteísmo (Zac. 13,2; Is. 2, 2-4; Miq. 4, 1-5); no se limitará sólo al pueblo hebreo, sino que será universal (Is. 11,10; 49,6; Mal.1, 11); será un reino espiritual (Sal. 71,7; Is. 4, 2-6; Dan. 7, 27); con sacerdotes y maestros por todo el mundo (Is. 66, 21; Jer. 3, 15); con un sacrificio universal (Mal. 1 11); y, por último, aniquilará las potencias adversas (Sal. 2, 1-4; Is. 54, 17; Dan. 2, 44).

Todas estas profecías se encuentran en los libros escritos tres siglos antes de Cristo.

Basta con abrir los evangelios para saber que todas las profecías se cumplieron en Cristo. Jesús es de la familia de David (Mt. 1,18-23), nació de una virgen (Lc. 1, 27), en Belén de Judá (2, 4-7), tuvo un precursor que fue Juan Bautista (Jn. 1, 15), realizó milagros de todo género (Mt. 11, 5 ss.). Todas las profecías de su pasión se cumplieron a la letra, y lo mismo sucedió con las profecías de su Reino.

Durante su vida Jesús es perfectamente consciente de ser el objeto y realizar las profecías del Antiguo Testamento. Al leer algunos versículos de Isaías en la sinagoga de Nazaret, afirma: "Hoy se está cumpliendo ante vosotros esta escritura" (Lc. 4, 21). A los fariseos que rehusan creer en El, les dice: "Escudriñad las Escrituras ya que en ellas esperáis tener la vida eterna; ellas testifican de mí" (Jn. 5, 39). El evangelista Mateo se propone en su evangelio demostrar la mesianidad de Jesús basándose en las profecías del Antiguo Testamento. Algunos racionalistas tratan de probar que Jesús se trató de acomodar a las profecías, pero esto es imposible en cuanto que el cumplimiento de muchas de ellas no podía depender de ningún modo de su voluntad, como la concepción virginal, el nacimiento en Belén, la traición por treinta monedas, la crucifixión, la resurrección, la incredulidad de los judíos y la conversión de los paganos. Sobre todo, ¿cómo podría un simple hombre obrar milagros para adaptarse a las profecías?

Las profecías no pueden ser únicamente simples aspiraciones del hombre, son demasiado determinadas y concretas. Sólo Dios pudo dar a conocer a los profetas lo que predijeron de Cristo, porque solamente Dios conoce el futuro libre.

Jesús no solamente fue objeto de profecías, sino también sujeto, El mismo es un profeta. Predijo su propia pasión y muerte (Mt.16,21-23), la traición de Judas (Mt. 26, 21-25), la triple negación de Pedro (26, 30-35) y su martirio (Jn. 21, 18-19), la gloria de la Magdalena (Mt. 26, 13), la huida de los discípulos durante la Pasión (26, 31), las persecuciones que padecerían después de su muerte (10, 17-23; Mc. 13, 9-13), los milagros que harían en su nombre (16, 17). Predijo además la conversión de los paganos (Mt.8, 11), la predicación del evangelio en todo el mundo (24, 14), la permanencia de la Iglesia hasta el fin de los siglos (28, 20), la aparición en su seno de herejías y separaciones (7, 15-22), la destrucción de Jerusalén (24, 1 ss.). Todas estas profecías se realizaron con exactitud.

Jesús no domina solamente el futuro, también el presente. Conoce lo que está en la mente y en el corazón de los que le rodean. Conoce toda la vida de la samaritana en los detalles más íntimos (Jn. 4, 18 ss.); sin conocer a Natanael sabe que es un israelita sincero (Jn. 1,47-51); penetra el pensamiento de escribas y fariseos (Mt. 9, 4-7; 12, 25-27; Lc. 6, 7-8); intuye los pensamientos de Simón el fariseo que murmura en su corazón contra la pecadora (Lc. 7, 39 ss.).

Así, llegamos de nuevo a la misma conclusión: Jesús es el Hijo de Dios. A los milagros físicos obrados en la naturaleza, y a la resurrección de su cuerpo, viene a unirse el milagro intelectual de las profecías. Jesús domina el pasado, el presente y el futuro.

Solamente el Hijo de Dios puede tener estos poderes divinos. Si el cristianismo no tiene parangón en la evolución religiosa humana, si la figura de Cristo no se le puede comparar ni remotamente con la de cualquier otro personaje histórico, se debe a su naturaleza divina.



Autor: Congregación para el Clero | Fuente: www.clerus.org

martes, 29 de noviembre de 2011

No hay futuro para la humanidad sino cuidamos la Creación

Ciudad del Vaticano , 29 Nov. 11 (AICA) El Santo Padre recibió este lunes en audiencia, en el Aula Pablo VI, a 7.000 estudiantes que participaron en el encuentro promovido por la fundación italiana “Hermana Naturaleza”. Con ocasión de la "Jornada para la Custodia del Creador" que se celebra en honor al 32º aniversario de la proclamación de San Francisco de Asís patrón de la ecología, el Papa exhortó a los jóvenes a "ser custodios de la creación".

En la catequesis que sobre la creación dirigió a los numerosos niños que llenaron el aula Pablo VI, el Santo Padre resaltó la importancia de la educación de los jóvenes en la tutela de la vida y la creación. "La Iglesia, considerando con placer las más importantes investigaciones y descubrimientos científicos, nunca dejó de recordar que respetando la marca del Creador en toda la creación, se comprende mejor nuestra verdadera y profunda identidad humana", dijo el Papa

Y agregó que “una justa aproximación ayuda a los jóvenes a prepararse bien para una cierta profesión siempre en el respeto por el medio ambiente”.

“El hombre que olvida ser colaborador de Dios -advirtió el Pontífice- puede provocar violencia a la creación y provocar daños que siempre tienen consecuencias negativas también para el hombre, como vemos, infelizmente, en varias ocasiones". Por eso, "hoy más que nunca es claro para nosotros que el respeto por el ambiente no puede olvidar el reconocimiento del valor de la persona humana y de su inviolabilidad" porque ambos son una "única cosa" y "pueden crecer y tener su justa medida si respetamos en la criatura humana y en la naturaleza al Creador y a su creación".

Al final del discurso Benedicto XVI afirmó la necesidad de la educación. "No hay un futuro bueno para la humanidad sobre la tierra si no nos educamos todos a un estilo de vida más responsable delante de la creación", dijo.

“Que san Francisco nos enseñe a cantar, con toda la creación, un himno de alabanza y agradecimiento al Padre celeste”, finalizó el Pontífice.

La fundación italiana "Hermana Naturaleza" quiere educar a una "sabia ecología" libre de ideologías y emotividad, pero fundamentada en el respeto por la vida.





Fuente: AICA

viernes, 18 de noviembre de 2011

Revelan que Pío XII en persona salvó a muchos judíos

Pío XII en el Museo del Holocausto
Roma (Italia), 17 Nov. 11 (AICA) El Venerable Papa Pío XII no solo ayudó a salvar a casi novecientos mil judíos durante la Segunda Guerra Mundial sino que también él mismo y en persona ayudó a varios de ellos en la ciudad de Roma, según afirma un experto historiador judío.

La información, que publicó la agencia peruana ACI Prensa, dice que hace poco Gary Krupp conoció el relato de una judía cuya familia fue rescatada gracias a la intervención directa del Vaticano. "Hay una carta inusual, escrita por una mujer que aún vive en el norte de Italia, quien dijo que participó con su madre, su tía y otros parientes en una audiencia con Pío XII en 1947".

Junto a Pío XII estaba su Secretario de Estado, el entonces cardenal Giovanni Montini, que sería luego el papa Pablo VI.

"Su tía miró al Papa y dijo: ‘Usted estaba vestido como franciscano’, y miró a Montini quien estaba a su costado y le dijo ‘y usted como un sacerdote común. Me sacaron del gueto y me llevaron al Vaticano’. Montini le dijo: ‘silencio, no repitan esta historia".

Krupp cree que estas afirmaciones son ciertas porque están en la línea del carácter de Pío XII quien "necesitaba ver con sus propios ojos cómo eran las cosas".

"Solía salir en su auto a zonas bombardeadas de Roma, y ciertamente no tenía miedo. De la misma forma lo puedo ver entrando al gueto para ver lo que estaba sucediendo", afirma el experto historiador.

Krupp y su esposa Meredith son los fundadores de la Pave the Way Foundation iniciada en 2002 para "identificar y eliminar los obstáculos no teológicos entre las religiones". En 2006 líderes católicos y judíos le solicitaron investigar el "escollo" de la reputación de Pío XII durante la guerra. Con este descubrimiento, Wall, un neoyorquino de 64 años, cree que finalmente se logró un gran avance.

"Somos judíos. Crecimos odiando el nombre de Pío XII. Creíamos que era antisemita, creíamos que era un colaborador de los nazis, todas las cosas que se dicen de él, las creíamos".

Krupp está de acuerdo con las conclusiones de otro historiador judío y diplomático israelí, Pinchas Lapide, quien afirma que las acciones de Pío XII y del Vaticano permitieron salvar a unos 897.000 judíos durante la guerra.

Pave the Way tiene 46 mil páginas de documentación histórica que sostiene esta afirmación, que ahora ofrecen en su sitio web junto a numerosas entrevistas con testigos presenciales e historiadores.

"Creo que es una responsabilidad moral, esto no tiene nada que ver con la Iglesia Católica. Sólo tiene que ver con la responsabilidad judía de reconocer a un hombre que en realidad salvó a un enorme número de judíos en todo el mundo mientras estaba rodeado de fuerzas hostiles, infiltrado por espías y bajo amenaza de muerte".

Krupp explicó que una de las formas de esta ayuda se dio a través de la red de nunciaturas apostólicas en todo el mundo con las que se sacaba a los judíos perseguidos en Europa. Por ejemplo, entre 1939 y 1945 el Vaticano solicitó 800 visas para entrar a la República Dominicana. Esta acción y otras similares permitieron salvar a más de 11 mil judíos solo de esa forma.

Pave the Way también tiene evidencia que demuestra que la reputación que manejan los enemigos de la Iglesia sobre Pío XII nace como una conspiración de la KGB rusa. Un exoficial de esta institución, Ion Mihai Pacepa, precisa que todo fue un complot soviético.

Krupp dice que los comunistas querían "desacreditar al Papa luego de su muerte, para destruir la reputación de la Iglesia Católica y, más importante para nosotros, para aislar a los judíos de los católicos. Tuvieron éxito en esas tres áreas".

En su opinión esto está cambiando ahora. Cuando lo escuchan hablar, dice Krupp, "muchos judíos han estado extremadamente agradecidos. ‘Me siento feliz de escuchar eso. Nunca quise creer esto de él (Pío XII), especialmente los que lo conocimos".



Fuente: AICA

sábado, 12 de noviembre de 2011

Benedicto XVI: Enseñanos a orar XIII

BENEDICTO XVI

AUDIENCIA GENERAL

Sala Pablo VI
Miércoles 14 de septiembre de 2011


Queridos hermanos y hermanas:

En la catequesis de hoy quiero afrontar un Salmo con fuertes implicaciones cristológicas, que continuamente aparece en los relatos de la pasión de Jesús, con su doble dimensión de humillación y de gloria, de muerte y de vida. Es el Salmo 22, según la tradición judía, 21 según la tradición greco-latina, una oración triste y conmovedora, de una profundidad humana y una riqueza teológica que hacen que sea uno de los Salmos más rezados y estudiados de todo el Salterio. Se trata de una larga composición poética, y nosotros nos detendremos en particular en la primera parte, centrada en el lamento, para profundizar algunas dimensiones significativas de la oración de súplica a Dios.

Este Salmo presenta la figura de un inocente perseguido y circundado por los adversarios que quieren su muerte; y él recurre a Dios en un lamento doloroso que, en la certeza de la fe, se abre misteriosamente a la alabanza. En su oración se alternan la realidad angustiosa del presente y la memoria consoladora del pasado, en una sufrida toma de conciencia de la propia situación desesperada que, sin embargo, no quiere renunciar a la esperanza. Su grito inicial es un llamamiento dirigido a un Dios que parece lejano, que no responde y parece haberlo abandonado:

«Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado? A pesar de mis gritos, mi oración no te alcanza. Dios mío, de día te grito, y no me respondes; de noche, y no me haces caso» (vv. 2-3).

Dios calla, y este silencio lacera el ánimo del orante, que llama incesantemente, pero sin encontrar respuesta. Los días y las noches se suceden en una búsqueda incansable de una palabra, de una ayuda que no llega; Dios parece tan distante, olvidadizo, tan ausente. La oración pide escucha y respuesta, solicita un contacto, busca una relación que pueda dar consuelo y salvación. Pero si Dios no responde, el grito de ayuda se pierde en el vacío y la soledad llega a ser insostenible. Sin embargo, el orante de nuestro Salmo tres veces, en su grito, llama al Señor «mi» Dios, en un extremo acto de confianza y de fe. No obstante toda apariencia, el salmista no puede creer que el vínculo con el Señor se haya interrumpido totalmente; y mientras pregunta el por qué de un supuesto abandono incomprensible, afirma que «su» Dios no lo puede abandonar.

Como es sabido, el grito inicial del Salmo, «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?», es citado por los evangelios de san Mateo y de san Marcos como el grito lanzado por Jesús moribundo en la cruz (cf. Mt 27, 46; Mc 15, 34). Ello expresa toda la desolación del Mesías, Hijo de Dios, que está afrontando el drama de la muerte, una realidad totalmente contrapuesta al Señor de la vida. Abandonado por casi todos los suyos, traicionado y negado por los discípulos, circundado por quien lo insulta, Jesús está bajo el peso aplastante de una misión que debe pasar por la humillación y la aniquilación. Por ello grita al Padre, y su sufrimiento asume las sufridas palabras del Salmo. Pero su grito no es un grito desesperado, como no lo era el grito del salmista, en cuya súplica recorre un camino atormentado, desembocando al final en una perspectiva de alabanza, en la confianza de la victoria divina. Puesto que en la costumbre judía citar el comienzo de un Salmo implicaba una referencia a todo el poema, la oración desgarradora de Jesús, incluso manteniendo su tono de sufrimiento indecible, se abre a la certeza de la gloria. «¿No era necesario que el Mesías padeciera esto y entrara así en su gloria?», dirá el Resucitado a los discípulos de Emaús (Lc 24, 26). En su Pasión, en obediencia al Padre, el Señor Jesús pasa por el abandono y la muerte para alcanzar la vida y donarla a todos los creyentes.

A este grito inicial de súplica, en nuestro Salmo 22, responde, en doloroso contraste, el recuerdo del pasado:

«En ti confiaban nuestros padres, confiaban, y los ponías a salvo; a ti gritaban, y quedaban libres, en ti confiaban, y no los defraudaste» (vv. 5-6).

Aquel Dios que al salmista parece hoy tan lejano, es, sin embargo, el Señor misericordioso que Israel siempre experimentó en su historia. El pueblo al cual pertenece el orante fue objeto del amor de Dios y puede testimoniar su fidelidad. Comenzando por los patriarcas, luego en Egipto y en la larga peregrinación por el desierto, en la permanencia en la tierra prometida en contacto con poblaciones agresivas y enemigas, hasta la oscuridad del exilio, toda la historia bíblica fue una historia de clamores de ayuda por parte del pueblo y de respuestas salvíficas por parte de Dios. Y el salmista hace referencia a la fe inquebrantable de sus padres, que «confiaron» —por tres veces se repite esta palabra— sin quedar nunca decepcionados. Ahora, sin embargo, parece que esta cadena de invocaciones confiadas y respuestas divinas se haya interrumpido; la situación del salmista parece desmentir toda la historia de la salvación, haciendo todavía más dolorosa la realidad presente.

Pero Dios no se puede retractar, y es entonces que la oración vuelve a describir la triste situación del orante, para inducir al Señor a tener piedad e intervenir, come siempre había hecho en el pasado. El salmista se define «gusano, no un hombre, vergüenza de la gente, desprecio del pueblo» (v. 7), se burlan, se mofan de él (cf. v. 8), y herido precisamente en la fe: «Acudió al Señor, que lo ponga a salvo; que lo libre si tanto lo quiere» (v. 9), dicen. Bajo los golpes socarrones de la ironía y del desprecio, parece que el perseguido casi pierde los propios rasgos humanos, como el siervo sufriente esbozado en el Libro de Isaías (cf. Is 52, 14; 53, 2b-3). Y como el justo oprimido del Libro de la Sabiduría (cf. 2, 12-20), como Jesús en el Calvario (cf. Mt 27, 39-43), el salmista ve puesta en tela de juicio la relación con su Señor, con relieve cruel y sarcástico de aquello que lo está haciendo sufrir: el silencio de Dios, su ausencia aparente. Sin embargo, Dios ha estado presente en la existencia del orante con una cercanía y una ternura incuestionables. El salmista recuerda al Señor: «Tú eres quien me sacó del vientre, me tenías confiado en los pechos de mi madre; desde el seno pasé a tus manos» (vv. 10-11a). El Señor es el Dios de la vida, que hace nacer y acoge al neonato, y lo cuida con afecto de padre. Y si antes se había hecho memoria de la fidelidad de Dios en la historia del pueblo, ahora el orante evoca de nuevo la propia historia personal de relación con el Señor, remontándose al momento particularmente significativo del comienzo de su vida. Y ahí, no obstante la desolación del presente, el salmista reconoce una cercanía y un amor divinos tan radicales que puede ahora exclamar, en una confesión llena de fe y generadora de esperanza: «desde el vientre materno tú eres mi Dios» (v. 11b). El lamento se convierte ahora en súplica afligida: «No te quedes lejos, que el peligro está cerca y nadie me socorre» (v. 12). La única cercanía que percibe el salmista y que le asusta es la de los enemigos. Por lo tanto, es necesario que Dios se haga cercano y lo socorra, porque los enemigos circundan al orante, lo acorralan, y son como toros poderosos, como leones que abren de par en par la boca para rugir y devorar (cf. vv. 13-14). La angustia altera la percepción del peligro, agrandándolo. Los adversarios se presentan invencibles, se han convertido en animales feroces y peligrosísimos, mientras que el salmista es como un pequeño gusano, impotente, sin defensa alguna. Pero estas imágenes usadas en el Salmo sirven también para decir que cuando el hombre se hace brutal y agrede al hermano, algo de animalesco toma la delantera en él, parece perder toda apariencia humana; la violencia siempre tiene en sí algo de bestial y sólo la intervención salvífica de Dios puede restituir al hombre su humanidad. Ahora, para el salmista, objeto de una agresión tan feroz, parece que ya no hay salvación, y la muerte empieza a posesionarse de él: «Estoy como agua derramada, tengo los huesos descoyuntados [...] mi garganta está seca como una teja, la lengua se me pega al paladar [...] se reparten mi ropa, echan a suerte mi túnica» (vv. 15.16.19). Con imágenes dramáticas, que volvemos a encontrar en los relatos de la pasión de Cristo, se describe el desmoronamiento del cuerpo del condenado, la aridez insoportable que atormenta al moribundo y que encuentra eco en la petición de Jesús «Tengo sed» (cf. Jn 19, 28), para llegar al gesto definitivo de los verdugos que, como los soldados al pie de la cruz, se repartían las vestiduras de la víctima, considerada ya muerta (cf. Mt 27, 35; Mc 15, 24; Lc 23, 34; Jn 19, 23-24).

He aquí entonces, imperiosa, de nuevo la petición de ayuda: «Pero tú, Señor, no te quedes lejos; fuerza mía, ven corriendo a ayudarme [...] Sálvame» (vv. 20.22a). Este es un grito que abre los cielos, porque proclama una fe, una certeza que va más allá de toda duda, de toda oscuridad y de toda desolación. Y el lamento se transforma, deja lugar a la alabanza en la acogida de la salvación: «Tú me has dado respuesta. Contaré tu fama a mis hermanos, en medio de la asamblea te alabaré» (vv. 22c-23). De esta forma, el Salmo se abre a la acción de gracias, al gran himno final que implica a todo el pueblo, los fieles del Señor, la asamblea litúrgica, las generaciones futuras (cf. vv. 24-32). El Señor acudió en su ayuda, salvó al pobre y le mostró su rostro de misericordia. Muerte y vida se entrecruzaron en un misterio inseparable, y la vida ha triunfado, el Dios de la salvación se mostró Señor invencible, que todos los confines de la tierra celebrarán y ante el cual se postrarán todas las familias de los pueblos. Es la victoria de la fe, que puede transformar la muerte en don de la vida, el abismo del dolor en fuente de esperanza.

Hermanos y hermanas queridísimos, este Salmo nos ha llevado al Gólgota, a los pies de la cruz de Jesús, para revivir su pasión y compartir la alegría fecunda de la resurrección. Dejémonos, por tanto, invadir por la luz del misterio pascual incluso en la aparente ausencia de Dios, también en el silencio de Dios, y, como los discípulos de Emaús, aprendamos a discernir la realidad verdadera más allá de las apariencias, reconociendo el camino de la exaltación precisamente en la humillación, y la manifestación plena de la vida en la muerte, en la cruz. De este modo, volviendo a poner toda nuestra confianza y nuestra esperanza en Dios Padre, en el momento de la angustia también nosotros le podremos rezar con fe, y nuestro grito de ayuda se transformará en canto de alabanza. Gracias.



Fuente: www.vatican.va

martes, 8 de noviembre de 2011

¿Qué decir de los Reality shows? ¿Es lícito mirarlos y participar en ellos?

Los Reality shows no necesitan presentación; son de todos conocidos. Nacieron en Europa, luego fueron transplantados a Estados Unidos y ya invadieron buena parte del mundo. Las reglas del presunto 'juego' son sumamente elementales: un grupo de personas encerradas juntas durante un tiempo relativamente largo y aisladas del resto del mundo, son observadas día y noche por todo aquel que quiera dedicar su tiempo a fisgonear por alguna de las innumerables cámaras que los espían[1]. Según relaciones de simpatía o antipatía, los telespectadores votan telefónicamente eliminando paulatinamente los participantes (y dejándose sacar su dinero con cada llamada). El último que permanece gana una codiciable suma de dinero. A contracambio de dedicar su tiempo en escudriñar la vida del grupo, los responsables del programa prometen mostrar todos los pormenores de su vida cotidiana, incluidas pasiones, intimidades, tentaciones, etc.

Sin entrar en la cuestión de la gran estafa que esto parece suponer para el público (porque prometen mostrar la vida espontánea de personajes simples y en realidad -según dicen los que conocen los entretelones del montaje- se trata de un libreto cuidadosamente estudiado[2]) la consulta que nos pregunta por los aspectos morales de este fenómeno (y por tanto vale igual si se trata de una realidad o de una ficción).

Y me apuro a responder diciendo que, a mi parecer, a los llamados 'reality shows' debemos hacer serias impugnaciones morales y psicológicas.

1. Un paso más en la degradación...

A esto hemos llegado por la necesidad de inventar nuevos 'excitantes'. Estos espectáculos son, en el fondo, el reemplazo del teleteatro o telenovela o culebrón, que han perdido ya su capacidad de atraer la atención del público.

Se trata, ésta, de una ley muy conocida por los vendedores de pornografía, y denominada 'ley de la novedad'. Se puede expresar diciendo: 'para impresionar sensorial y psíquicamente hay que variar y renovar'. Aplicado al campo de la lujuria, la psicología humana sabe que, por su carácter repetitivo, la pornografía tiene el gran inconveniente de embotarse, caer y volverse 'anodina', en el sentido de perder su capacidad de excitación. Señalaba el eminente psiquiatra G. Zuanazzi: 'estamos en un círculo vicioso: estímulo e inmunización; nuevo estímulo, mayor inmunización y más sutil búsqueda de emociones. Es un juego de bric-à-brac, en el que está en juego el desastre sexual y la infelicidad humana'[3]. Por eso, el productor de pornografía se ve exigido a buscar constantemente formas nuevas de sexualidad, todavía inexplotadas. Esta ley lleva, pues, a sondear nuevos campos de degeneración: de la heterosexualidad, habrá de pasar al campo de la homosexualidad, de aquí a la pedofilia, de ésta al sadismo, y así sucesivamente.

Sin llegar a tales extremos, los vendedores de dramones televisivos, aplican la misma ley al campo de los sentimientos y de las pasiones. Por eso han tenido que pasar, paulatinamente, de hacer enamorar a la sirvienta con el niño rico al adulterio, de aquí a los triángulos amorosos, de éstos al melodrama del incesto o al sacrilegio (en una época se puso de moda meter algún cura o alguna monja dentro de alguna truculenta tragedia sentimental) y de aquí a la homosexualidad... pero ni aún así han podido satisfacer la sed de novedad que se despierta en quien comienza a bajar la cuesta de la morbosidad. Y como la ficción ha dejado de excitar, se prueba ahora con la 'realidad' desnuda (o la apariencia de realidad, como es este caso).

2. Voyeurismo y exhibicionismo

Desde el punto de vista psicológico y moral, ¿ante qué deformación de la personalidad humana estamos? En el fondo, se manifiesta como una forma (atenuada o incipiente) de voyeurismo y de exhibicionismo. No quiero decir que se trate propiamente de las perturbaciones patológicas designadas con estos términos (el voyeurismo es una perversión por la cual se busca la excitación contemplando las partes íntimas del cuerpo humano; el exhibicionismo, en cambio, consiste en el impulso a mostrar los órganos genitales). Pero sin llegar a estas parafilias, este tipo de fenómenos nos ponen en la misma línea. De hecho el éxito de este tipo de 'shows' se fundamenta en la convergencia de dos tendencias moralmente deformadas del ser humano: por un lado, la ambición de ser mirado, y, por otra, el afán de fisgonear en las vidas ajenas.

1º El gusto por 'ser mirados', por exhibir públicamente la propia intimidad, es una degeneración moral (y podría terminar en una perversión psicológica). Se opone al pudor que es parte integrante de la templanza y tiene por función preservar la intimidad de la persona. El pudor 'designa el rechazo a mostrar lo que debe permanecer velado', dice el Catecismo[4]. Ordena las miradas y los gestos en conformidad con la dignidad de las personas y con la relación que existe entre ellas; protege el misterio de las personas y de su amor; invita a la paciencia y a la moderación en la relación amorosa. El pudor es modestia. 'Mantiene silencio o reserva donde se adivina el riesgo de una curiosidad malsana; se convierte en discreción'[5]. Dice también el Catecismo: 'Existe un pudor de los sentimientos como también un pudor del cuerpo. Este pudor rechaza, por ejemplo, los exhibicionismos del cuerpo humano propios de cierta publicidad o las incitaciones de algunos medios de comunicación a hacer pública toda confidencia íntima. El pudor inspira una manera de vivir que permite resistir a las solicitaciones de la moda y a la presión de las ideologías dominantes'[6]. Sería erróneo restringir esto al campo de la castidad y de la pureza. En realidad toda la intimidad de la persona, del matrimonio y de la familia está protegida por la sombra bienhechora del pudor.

Hablando de los reality shows, un artículo ya citado dice: 'el investigador y doctor en psicología, Roberto Follari, comenta que esto encuentra explicación en el sentimiento del 'placer de mirar y ser mirado', aunque sea por un rato. 'No sólo tiene que ver con la posibilidad de ganar un premio sino con la gloria de ser mirado por diez minutos, por más que no sea' (...) El investigador describió el perfil en el que, en general, se insertan la mayoría de los participantes. 'Se trata de seres anónimos, en algunos casos frustrados o de clases populares, o sin otras posibilidades de destacarse que la de desnudar sus pasiones reales o ficticias en televisión'. ¿Si mienten o dicen la verdad?, 'eso no importa, lo importante es que la gente los reconozca por la calle y sientan que pueden compartir la gloria de las grandes estrellas', agregó. Por otro lado, para la socióloga Graciela Cousinet, el desnudar las pasiones por TV responde a la puesta en marcha de un proceso de 'mercantilización' de las relaciones sociales. Esto es, 'cada vez son más las relaciones de este tipo que se compran y se venden. Ahora resulta que ir al baño vende y llama la atención''[7].

2º Esto se combina con la tendencia (no menos pervertida) a fisgonear la vida ajena, es decir, el voyeurismo (curiosidad exacerbada respecto de lo sexual y de la intimidad ajena). Hasta hace un tiempo este tipo de pervertido parecía caracterizarse como aquel individuo que contemplaba con unos binoculares o un telescopio la vida privada de la vecina del edificio de enfrente. Hoy en día tenemos el 'reality show', y en lugar de prismáticos hay un canal televisivo que cumple su misma función. Lo importante es que nos demos cuenta de que se trata de la misma cosa. Para que se verifique esta corrupción psicológica y moral da lo mismo que la persona observada se preste o no a ello. Algunos deben creer que su actitud no es inmoral porque las personas fisgoneadas se ofrecen voluntariamente. ¡Es falso! Lo esencial de este comportamiento es el gusto morboso que experimenta el fisgón en mirar por el ojo de la cerradura (aunque sea una cerradura virtual, como la que proporciona la camarita de televisión). Cuando una neurosis 'fija' esta tendencia (creada por este tipo de programas) podemos enfrentarnos a un verdadero caso de voyeurismo.

Es interesante (y trágico) el giro moral que va dando al respecto nuestra sociedad. Hasta hace poco tiempo ser tachados de mirones, entremetidos, curiosos, chismosos, hurones, etc., era un insulto, una identificación muy baja (en varias novelas costumbristas se describen personajes con estas características, resultando siempre aborrecibles al lector). Ahora ese mismo vicio pasa desapercibido, y las intimidades, pasiones, vicios, etc., del grupo de personas que prestan su intimidad por televisión, son la comidilla y la habladuría cotidiana en las oficinas, el colegio, los comercios, el colectivo o el taxi. ¿Será un efecto de la globalización? ¿No será que en vez de una 'aldea global' estamos construyendo un conventillo sin fronteras?

3. La sociedad que estamos construyendo

Hace poco, en una popular revista italiana, una jovencita defendió la versión italiana de uno de estos 'reality show'; alguien se había atrevido a criticarlo diciendo que este programa 'modificaba el modo de pensar de la gente'; ella sostenía que no. A pesar de su buena intención, las pocas líneas de su defensa eran una demostración de lo acertada que estaba la crítica: sus modos de pensar estaban moldeados por ese programa.

Estos programas, lo acepten o no lo acepten sus seguidores, producen gravísimas consecuencias en la sociedad. 'Ni extremadamente críticos ni defensores del fenómeno, los sociólogos y psicólogos consultados aseguran que estos programas no son inofensivos para el espectador'[8].

Las ideas y actitudes que se ponen de manifiesto en estos shows son de orden inmoral. No hablemos aquí de las pasiones desordenadas que se muestran o se promete mostrar, al menos en algunas versiones de estos espectáculos (peleas, celos, obscenidades, sexo, impudor, ociocidad, etc.). Esto cae de maduro. Pero la misma mecánica del fenómeno contiene una inmoralidad: en efecto, se trata de un juego, pero ¿qué es lo que está en juego? El premio es el dinero y la fama; por contraposición, el castigo es la vuelta al anonimato. Los que premian y castigan son (al menos así se les hace creer) los televidentes que votan a quien mantener y a quien echar. El mecanismo de juego consiste, por tanto, en la astucia para serruchar el piso a los demás participantes (si no, ¿cómo se podría ganar?), pero mostrando una cara positiva, 'buena onda', espíritu de equipo, es decir, la simpatía necesaria para ganarse al público votante. Sin embargo, en esa pequeña sociedad de competidores, 'nadie ayuda a nadie, por más que simule lo contrario'[9]. En el fondo esto es el reino de la hipocresía que disfraza la 'rivalidad' de camaradería. Por esto en algunos países como Francia y Grecia, algunos sectores de la sociedad han reaccionado con fuerza contra estos shows televisivos. El diario griego Kathimerini ha acusado a uno de estos programas de 'hacer emerger las características más repugnantes de la naturaleza humana'.

La sociedad absorbe estas actitudes y estos mecanismos como esponja. Una demostración de esto es la manipulación que los productores de estos programas ejercen no sólo sobre los participantes sino también sobre la audiencia: los juicios que hace la gentes sobre cada uno de los participantes están manejados por los productores. 'En los resúmenes que se emiten durante la semana, el encadenamiento de imágenes es arbitrario y constituye una herramienta esencial para manipular la opinión pública. La edición -lo han dicho los familiares hasta el cansancio, ustedes muestran lo peor de mi hijo, yo llamé a la producción para denunciarlo, me dijeron que iban a revisar los tapes, pero no pasó nada, en este país es siempre lo mismo- establece tendencia, va torciendo el pensamiento del público, va moldeando su humor'[10]. De la misma manera se van manipulando los juicios de valor, pues las relaciones de simpatía y antipatía (que son sentimentales y fácilmente manipulables) respecto de cada personaje van originando juicios de valor sobre sus comportamientos: tendemos a 'justificar' los actos de quienes amamos y a 'condenar' los comportamientos de quienes odiamos.

Por eso no es totalmente exacto (aunque sí en cierta medida) lo que se dice a menudo: que estos shows son un reflejo de la sociedad contemporánea. Es más cierto lo contrario, a saber: que, por la fuerza de los medios de comunicación (que son 'creadores de opinión', como a veces se dice) los programas televisivos van moldeando la sociedad, es decir, logran que la audiencia termine hablando, pensando y actuando como hablan, actúan y piensan los personajes que contempla. Muchos, viendo estos programas, tal vez se pregunten asombrados: '¿así somos nosotros?'. Y por no perder el tren de la sociedad (¡suprema vergüenza!) se subirán también ellos al último vagón de un tren fantasma.

En todo caso puede decirse que estos 'reality shows' son un reflejo de la sociedad en clave 'futurista'. Es decir, como reflejo de la sociedad a la que tiende rápidamente nuestra mal encarada globalización. Un par de observaciones muy interesantes hace Víctor Hugo Ghitta en un artículo periodístico, evocando la novela de Georges Orwell '1984', que es una metáfora de la opresión que ejerce el poder en los regímenes totalitarios, que se puede sintetizar en una especie de nuevo mandamiento: 'no escaparás'. También recuerda el libro 'Vigilar y castigar', de Michel Foucault, escrito en los años 70: 'En ese trabajo Foucault examina los sistemas de encarcelamiento contemporáneos, el modo en que denigran la condición humana y establecen una vigilancia jerárquica para desarrollar lo que denomina 'la ortopedia social'. En ese volumen, Foucault incorpora un término que perdurará en el tiempo: el panoptismo. Dicho en dos palabras: el panóptico es una torre de observación desde la cual la autoridad puede vigilar los movimientos del prisionero. Su idea aparece, según lo registra Foucault, durante el estallido de una epidemia en el siglo XVII: los ciudadanos son aislados en sus hogares, no mantienen contacto con el prójimo; es decir, la autoridad controla sus relaciones, Regístrese un dato curioso: a comienzos de esa década, un grupo de intelectuales que integra Foucault publica un opúsculo titulado 'Intolerables'. Se escribe allí: 'Son intolerables: los tribunales, los hospitales, los manicomios, la escuela, el servicio militar, la prensa, la tele, el Estado''[11]. ¿No son los reality shows una nueva forma de totalitarismo intolerante (totalitarismo cibernético)? ¿No están (involuntariamente, por supuesto) predisponiendo la mentalidad del hombre moderno para dejarse manipular la vida por una nueva sociedad 'panóptica'? Dejemos estos interrogantes para los sociólogos y los futurólogos.

* * *

Sintetizando el juicio moral que nos merecen los reality shows: son una injuria (y muy grave) a la dignidad de la persona humana; injuria que cometen tanto los productores, como los participantes, cuanto los espectadores. Así como no sólo es culpable del pecado la prostituta que comercia con su cuerpo sino también la sociedad de vividores y lujuriosos que la empuja a ganarse así la vida (sin demanda no hay oferta), del mismo modo son culpables de la degradación del ser humano tanto los que lucran vendiendo su intimidad o desnudando sus pasiones en público, cuanto los que los exponen y quienes los miran. Si la plebe romana, degradada y corrupta, no hubiera estado hambrienta de pan y circo a los tiranos del Imperio no se les habría ocurrido hacer correr tanta sangre en sus anfiteatros. ¿Quiénes eran las fieras salvajes: los animales o los espectadores? ¿Terminó el Imperio o hemos perpetuado lo peor que nos dejó en herencia?
Fuente: http://www.teologoresponde.com.ar

martes, 18 de octubre de 2011

Benedicto XVI: Enseñanos a orar XII

BENEDICTO XVI

AUDIENCIA GENERAL

Plaza de San Pedro
Miércoles 7 de septiembre de 2011


Queridos hermanos y hermanas:

Reanudamos hoy las audiencias en la Plaza de San Pedro y, en la «escuela de oración» que estamos viviendo juntos en estas catequesis de los miércoles, quiero comenzar a meditar sobre algunos Salmos, que, come dije el pasado mes de junio, forman el «libro de oración» por excelencia. El primer Salmo sobre el que me detendré es un Salmo de lamentación y de súplica lleno de una profunda confianza, donde la certeza de la presencia de Dios es la base de la oración que brota de una condición de extrema dificultad en la que se encuentra el orante. Se trata del Salmo 3, referido por la tradición judía a David en el momento en que huye de su hijo Absalón (cf. v. 1): es uno de los episodios más dramáticos y sufridos de la vida del rey, cuando su hijo usurpa su trono real y le obliga a abandonar Jerusalén para salvar su vida (cf. 2 Sam 15ss). La situación de peligro y de angustia que experimenta David hace, por tanto, de telón de fondo a esta oración y ayuda a comprenderla, presentándose como la situación típica en la que puede recitarse un Salmo como este. Todo hombre puede reconocer en el clamor del salmista aquellos sentimientos de dolor, amargura y, a la vez, de confianza en Dios que, según la narración bíblica, acompañaron a David al huir de su ciudad.

El Salmo comienza con una invocación al Señor:

«Señor, cuántos son mis enemigos, cuántos se levantan contra mí; cuántos dicen de mí: “Ya no lo protege Dios”» (vv. 2-3).

La descripción que el orante hace de su situación está marcada por tonos fuertemente dramáticos. Tres veces se subraya la idea de multitud —«numerosos», «muchos», «tantos»— que en el texto original se expresa con la misma raíz hebrea, de forma repetitiva, casi insistente, con el fin de recalcar aún más la enormidad del peligro. Esta insistencia sobre el número y la magnitud de los enemigos sirve para expresar la percepción, por parte del salmista, de la absoluta desproporción que existe entre él y sus perseguidores, una desproporción que justifica y fundamenta la urgencia de su petición de ayuda: los opresores son muchos, toman la delantera, mientras que el orante está solo e inerme, bajo el poder de sus agresores. Sin embargo, la primera palabra que pronuncia el salmista es «Señor»; su grito comienza con la invocación a Dios. Una multitud se cierne y se rebela contra él, generando un miedo que aumenta la amenaza haciéndola parecer todavía más grande y aterradora. Pero el orante no se deja vencer por esta visión de muerte, mantiene firme la relación con el Dios de la vida y en primer lugar se dirige a él en busca de ayuda. Pero los enemigos tratan también de romper este vínculo con Dios y de mellar la fe de su víctima. Insinúan que el Señor no puede intervenir, afirman que ni siquiera Dios puede salvarle. La agresión, por lo tanto, no es sólo física, sino que toca la dimensión espiritual: «el Señor no puede salvarle» —dicen—, atacan el núcleo central del espíritu del Salmista. Es la extrema tentación a la que se ve sometido el creyente, es la tentación de perder la fe, la confianza en la cercanía de Dios. El justo supera la última prueba, permanece firme en la fe y en la certeza de la verdad y en la plena confianza en Dios, y precisamente así encuentra la vida y la verdad. Me parece que aquí el Salmo nos toca muy personalmente: en numerosos problemas somos tentados a pensar que quizá incluso Dios no me salva, no me conoce, quizá no tiene la posibilidad de hacerlo; la tentación contra la fe es la última agresión del enemigo, y a esto debemos resistir; así encontramos a Dios y encontramos la vida.

El orante de nuestro Salmo está llamado a responder con la fe a los ataques de los impíos: los enemigos —como dije— niegan que Dios pueda ayudarle; él, en cambio, lo invoca, lo llama por su nombre, «Señor», y luego se dirige a él con un «tú» enfático, que expresa una relación firme, sólida, y encierra en sí la certeza de la respuesta divina:

«Pero tú, Señor, eres mi escudo y mi gloria, tú mantienes alta mi cabeza. Si grito invocando al Señor, él me escucha desde su santo monte» (vv. 4-5).

Ahora desaparece la visión de los enemigos, no han vencido porque quien cree en Dios está seguro de que Dios es su amigo: permanece sólo el «tú» de Dios; a los «muchos» se contrapone ahora uno solo, pero mucho más grande y poderoso que muchos adversarios. El Señor es ayuda, defensa, salvación; como escudo protege a quien confía en él, y le hace levantar la cabeza, como gesto de triunfo y de victoria. El hombre ya no está solo, los enemigos no son invencibles como parecían, porque el Señor escucha el grito del oprimido y responde desde el lugar de su presencia, desde su monte santo. El hombre grita en la angustia, en el peligro, en el dolor; el hombre pide ayuda, y Dios responde. Este entrelazamiento del grito humano y la respuesta divina es la dialéctica de la oración y la clave de lectura de toda la historia de la salvación. El grito expresa la necesidad de ayuda y recurre a la fidelidad del otro; gritar quiere decir hacer un gesto de fe en la cercanía y en la disponibilidad a la escucha de Dios. La oración expresa la certeza de una presencia divina ya experimentada y creída, que se manifiesta en plenitud en la respuesta salvífica de Dios. Esto es relevante: que en nuestra oración sea importante, presente, la certeza de la presencia de Dios. De este modo, el Salmista, que se siente asediado por la muerte, confiesa su fe en el Dios de la vida que, como escudo, lo envuelve a su alrededor de una protección invulnerable; quien pensaba que ya estaba perdido puede levantar la cabeza, porque el Señor lo salva; el orante, amenazado y humillado, está en la gloria, porque Dios es su gloria.

La respuesta divina que acoge la oración dona al Salmista una seguridad total; se acabó también el miedo, y el grito se serena en la paz, en una profunda tranquilidad interior:

«Puedo acostarme y dormir y despertar: el Señor me sostiene. No temeré al pueblo innumerable que acampa a mi alrededor» (vv. 6-7).

El orante, incluso en medio del peligro y la batalla, puede dormir tranquilo, en una inequívoca actitud de abandono confiado. En torno a él acampan los adversarios, le asedian, son muchos, se levantan contra él, le ridiculizan y buscan hacerle caer, pero él en cambio se acuesta y duerme tranquilo y sereno, seguro de la presencia de Dios. Y al despertar, encuentra a Dios todavía a su lado, como custodio que no duerme (cf. Sal 121, 3-4), que le sostiene, le toma de la mano, no le abandona nunca. El miedo a la muerte está vencido por la presencia de aquél que no muere. Precisamente la noche, poblada de temores atávicos, la noche dolorosa de la soledad y de la angustiosa espera, ahora se transforma: lo que evoca la muerte se convierte en presencia del Eterno.

A la visibilidad del asalto enemigo, violento, imponente, se contrapone la presencia invisible de Dios, con todo su poder invencible. Y es a él a quien, después de sus expresiones de confianza, nuevamente el Salmista dirige su oración: «Levántate, Señor; sálvame, Dios mío» (v. 8a). Los agresores «se levantaban» (cf. v. 2) contra su víctima; quien en cambio «se levantará» es el Señor, y será para derribarlos. Dios lo salvará, respondiendo a su clamor. Por ello el Salmo concluye con la visión de la liberación del peligro que mata y de la tentación que puede hacer perecer. Después de la petición dirigida al Señor para que se levante a salvar, el orante describe la victoria divina: los enemigos que, con su injusta y cruel opresión, son símbolo de todo lo que se opone a Dios y a su plan de salvación, son derrotados. Golpeados en la boca, ya no podrán agredir con su destructiva violencia y ni podrán ya insinuar el mal de la duda sobre la presencia y el obrar de Dios: su hablar insensato y blasfemo es definitivamente desmentido y reducido al silencio de la intervención salvífica del Señor (cf. v. 8bc). De este modo, el Salmista puede concluir su oración con una frase de connotaciones litúrgicas que celebra, en la gratitud y en la alabanza, al Dios de la vida: «De ti, Señor, viene la salvación y la bendición sobre tu pueblo» (v. 9).

Queridos hermanos y hermanas, el Salmo 3 nos ha presentado una súplica llena de confianza y de consolación. Orando este Salmo, podemos hacer nuestros los sentimientos del Salmista, figura del justo perseguido que encuentra en Jesús su realización. En el dolor, en el peligro, en la amargura de la incomprensión y de la ofensa, las palabras del Salmo abren nuestro corazón a la certeza confortadora de la fe. Dios siempre está cerca —incluso en las dificultades, en los problemas, en las oscuridades de la vida—, escucha, responde y salva a su modo. Pero es necesario saber reconocer su presencia y aceptar sus caminos, como David al huir de forma humillante de su hijo Absalón, como el justo perseguido del Libro de la Sabiduría y, de forma última y cumplida, como el Señor Jesús en el Gólgota. Y cuando, a los ojos de los impíos, Dios parece no intervenir y el Hijo muere, precisamente entonces se manifiesta, para todos los creyentes, la verdadera gloria y la realización definitiva de la salvación. Que el Señor nos done fe, nos ayude en nuestra debilidad y nos haga capaces de creer y de orar en los momentos de angustia, en las noches dolorosas de la duda y en los largos días del dolor, abandonándonos con confianza en él, que es nuestro «escudo» y nuestra «gloria». Gracias.



Fuente: www.vatican.va

Benedicto XVI: Enseñanos a orar XI

BENEDICTO XVI


AUDIENCIA GENERAL


Plaza de la Libertad de Castelgandolfo
Miércoles 31 de agosto de 2011


Arte y oración

Queridos hermanos y hermanas:

Durante este período, más de una vez he llamado la atención sobre la necesidad que tiene todo cristiano de encontrar tiempo para Dios, para la oración, en medio de las numerosas ocupaciones de nuestras jornadas. El Señor mismo nos ofrece muchas ocasiones para que nos acordemos de él. Hoy quiero reflexionar brevemente sobre uno de estos canales que pueden llevarnos a Dios y ser también una ayuda en el encuentro con él: es la vía de las expresiones artísticas, parte de la «via pulchritudinis» —«la vía de la belleza»— de la cual he hablado en otras ocasiones y que el hombre de hoy debería recuperar en su significado más profundo.

Tal vez os ha sucedido alguna vez ante una escultura, un cuadro, algunos versos de una poesía o un fragmento musical, experimentar una profunda emoción, una sensación de alegría, es decir, de percibir claramente que ante vosotros no había sólo materia, un trozo de mármol o de bronce, una tela pintada, un conjunto de letras o un cúmulo de sonidos, sino algo más grande, algo que «habla», capaz de tocar el corazón, de comunicar un mensaje, de elevar el alma. Una obra de arte es fruto de la capacidad creativa del ser humano, que se cuestiona ante la realidad visible, busca descubrir su sentido profundo y comunicarlo a través del lenguaje de las formas, de los colores, de los sonidos. El arte es capaz de expresar y hacer visible la necesidad del hombre de ir más allá de lo que se ve, manifiesta la sed y la búsqueda de infinito. Más aún, es como una puerta abierta hacia el infinito, hacia una belleza y una verdad que van más allá de lo cotidiano. Una obra de arte puede abrir los ojos de la mente y del corazón, impulsándonos hacia lo alto.

Pero hay expresiones artísticas que son auténticos caminos hacia Dios, la Belleza suprema; más aún, son una ayuda para crecer en la relación con él, en la oración. Se trata de las obras que nacen de la fe y que expresan la fe. Podemos encontrar un ejemplo cuando visitamos una catedral gótica: quedamos arrebatados por las líneas verticales que se recortan hacia el cielo y atraen hacia lo alto nuestra mirada y nuestro espíritu, mientras al mismo tiempo nos sentimos pequeños, pero con deseos de plenitud… O cuando entramos en una iglesia románica: se nos invita de forma espontánea al recogimiento y a la oración. Percibimos que en estos espléndidos edificios está de algún modo encerrada la fe de generaciones. O también, cuando escuchamos un fragmento de música sacra que hace vibrar las cuerdas de nuestro corazón, nuestro espíritu se ve como dilatado y ayudado para dirigirse a Dios. Vuelve a mi mente un concierto de piezas musicales de Johann Sebastian Bach, en Munich, dirigido por Leonard Bernstein. Al concluir el último fragmento, en una de las Cantatas, sentí, no por razonamiento, sino en lo más profundo del corazón, que lo que había escuchado me había transmitido verdad, verdad del sumo compositor, y me impulsaba a dar gracias a Dios. Junto a mí estaba el obispo luterano de Munich y espontáneamente le dije: «Escuchando esto se comprende: es verdad; es verdadera la fe tan fuerte, y la belleza que expresa irresistiblemente la presencia de la verdad de Dios». ¡Cuántas veces cuadros o frescos, fruto de la fe del artista, en sus formas, en sus colores, en su luz, nos impulsan a dirigir el pensamiento a Dios y aumentan en nosotros el deseo de beber en la fuente de toda belleza! Es profundamente verdadero lo que escribió un gran artista, Marc Chagall: que durante siglos los pintores mojaron su pincel en el alfabeto colorido de la Biblia. ¡Cuántas veces entonces las expresiones artísticas pueden ser ocasiones para que nos acordemos de Dios, para ayudar a nuestra oración o también a la conversión del corazón! Paul Claudel, famoso poeta, dramaturgo y diplomático francés, en la basílica de «Notre Dame» de París, en 1886, precisamente escuchando el canto del Magníficat durante la Misa de Navidad, percibió la presencia de Dios. No había entrado en la iglesia por motivos de fe; había entrado precisamente para buscar argumentos contra los cristianos, y, en cambio, la gracia de Dios obró en su corazón.

Queridos amigos, os invito a redescubrir la importancia de este camino también para la oración, para nuestra relación viva con Dios. Las ciudades y los pueblos en todo el mundo contienen tesoros de arte que expresan la fe y nos remiten a la relación con Dios. Por eso, la visita a los lugares de arte no ha de ser sólo ocasión de enriquecimiento cultural —también esto—, sino sobre todo un momento de gracia, de estímulo para reforzar nuestra relación y nuestro diálogo con el Señor, para detenerse a contemplar —en el paso de la simple realidad exterior a la realidad más profunda que significa— el rayo de belleza que nos toca, que casi nos «hiere» en lo profundo y nos invita a elevarnos hacia Dios. Termino con la oración de un Salmo, el Salmo 27: «Una cosa pido al Señor, eso buscaré: habitar en la casa del Señor por los días de mi vida; gozar de la dulzura del Señor, contemplando su templo» (v. 4). Esperamos que el Señor nos ayude a contemplar su belleza, tanto en la naturaleza como en las obras de arte, a fin de ser tocados por la luz de su rostro, para que también nosotros podamos ser luz para nuestro prójimo. Gracias.
Fuente: www.vatican.va

miércoles, 12 de octubre de 2011

¿Oramos o no oramos? Como Orar

¿Acaso entendemos realmente o llegamos a dominar alguna vez la oración? Sí y no. Cuando intentamos orar, a veces logramos caminar sobre el agua, pero otras veces nos hundimos como una piedra. A veces tenemos un profundo sentido de la realidad de Dios, pero otras veces ni siquiera podemos imaginar que Dios exista. A veces experimentamos sentimientos profundos sobre la bondad y el amor de Dios, pero otras veces sólo sentimos aburrimiento y distracción. A veces nuestros ojos se llenan de lágrimas, pero otras veces divagan furtivamente buscando nuestro reloj de pulsera para ver cuánto tiempo tenemos que estar todavía en oración. A veces nos gustaría permanecer en nuestro lugar de oración para siempre, pero otras veces nos extrañamos hasta de habernos dejado ver en el lugar de oración. La oración tiene un tremendo flujo y reflujo.

Recuerdo una ocasión, años atrás, en la que un hombre se me acercó pidiendo dirección espiritual. Había estado involucrado durante varios años en un grupo carismático de oración y allí había experimentado fuertes emociones religiosas. Pero ahora, para su sorpresa, esas emociones se habían desvanecido. Cuando intentaba rezar, generalmente experimentaba sequedad y aburrimiento. Le parecía que algo no marchaba bien, ya que sus fogosas emociones habían desaparecido. Él lo expresaba así: “Padre, usted ha visto mi biblia, ha visto cómo muchísimas líneas están subrayadas con un color fuerte, porque el texto bíblico me interpeló tan profundamente… ¡Bien, ahora mismo me dan ganas de tirar mi biblia por la ventana, porque nada de aquello significa ya absolutamente nada para mí! ¿Qué me pasa?”

La respuesta rápida podría haber sido: “¡Algo le pasa a Dios!” Pero le indiqué, en vez, la experiencia de Teresa de Ávila quien, después de una temporada de profundo fervor en oración, experimentó diez y ocho años de aburrimiento y sequedad. Hoy le haría leer los diarios de la Beata Madre Teresa de Calcuta, quien, como Teresa de Ávila, después de un cierto fervor inicial en oración, experimentó sesenta años de sequedad.

Abrigamos una ingenua fantasía tanto sobre cuál es el constitutivo de la oración como de la forma de mantenernos en ella. Y lo que con frecuencia está en el centro de esta noción equivocada es la creencia de que la oración tiene que ir acompañada siempre de rebosante fervor, ser interesante, cálida, cargada de actitud espiritual y llena del sentimiento de que realmente estamos orando. Junto con esta noción está la percepción, igualmente equivocada, de que la forma de mantener el sentimiento y el fervor en la oración debe lograrse por medio de constante novedad y variación o por medio de tenaz concentración. Los autores clásicos en espiritualidad nos aseguran que esto es frecuentemente cierto durante los primeras etapas de nuestra vida de oración, cuando somos neófitos en la oración y en la etapa de luna de miel de nuestra vida espiritual; pero se vuelve cada vez menos cierto cuanto más profundamente avanzamos en oración y espiritualidad.

Para gran alivio y consuelo de cualquiera que haya intentado una vida de oración a través de un largo período de tiempo, los grandes místicos nos dicen que, una vez que hemos pasado ya la temprana etapa de luna de miel en la oración, el obstáculo mayor para mantener una vida de oración es el simple aburrimiento y el sentimiento de que en ella no sucede nada realmente significativo. Pero eso no quiere decir que estemos experimentando retroceso en la oración. Con frecuencia quiere decir lo contrario.

Aquí os ofrezco como un palio bajo el que podamos orar, aun cuando luchemos contra el aburrimiento y el sentimiento de que nada significativo esté ocurriendo en nuestra oración: Imagínate que tienes una madre de edad avanzada, recluida en una residencia u hogar de ancianos. Tú eres la hija o el hijo, consciente de tus deberes y, cada noche después del trabajo, durante una hora, dejas todo y pasas el tiempo con ella, ayudándola en la cena, compartiendo los pequeños sucesos de la jornada, y simplemente estando con ella como hijo o hija. Dudo que, salvo en raras ocasiones, tengas muchas conversaciones con ella profundamente emotivas o incluso interesantes. Vistas superficialmente, tus visitas parecerán generalmente como rutinarias, secas e impulsadas por la obligación filial. La mayoría de los días hablarás con tu madre sobre cosas triviales, cotidianas, y tú estarás echando con disimulo una mirada al reloj para ver cuándo se acabará tu hora con ella. Sin embargo, si perseveras en estas visitas regulares a tu madre, mes tras mes, año tras año, entre todos los seres humanos en todo el mundo irás conociendo a tu madre de la forma más profunda, y ella te irá también conociendo a ti de la forma más cabal porque, como afirman los místicos, a un cierto nivel profundo de relación se da la real y auténtica conexión entre nosotros, los humanos, por debajo de la superficie de nuestras conversaciones triviales. Comenzamos a conocernos y acogernos el uno al otro por medio de la simple presencia.

Puedes reconocer esto observando lo contrario: Date cuenta de cómo se relaciona tu madre con tus hijos –sus nietos–, que la visitan sólo ocasionalmente, muy de tarde en tarde. Durante esas raras visitas realizadas de cuando en cuando, habrá emociones, lágrimas y conversaciones más importantes que sobre el clima y sobre las trivialidades de la vida de cada día. Pero sucede así porque tu madre ve a tus hijos tan de tarde en tarde.

En la oración ocurre lo mismo. Si rezamos sólo de vez en cuando, podemos sentir igualmente algunas emociones bastante profundas en nuestra oración. Sin embargo, si oramos fielmente cada día, un año sí y otro también, podemos esperar my poca excitación, cantidad de aburrimiento, constantes tentaciones de mirar al reloj durante la oración… pero se dará un lazo afectivo muy profundo y creciente con nuestro Dios. 
 
 
 Fuente: http://jovenesoblatos.com.ar | Autor: Ron Rolheiser

Benedicto XVI: Enseñanos a orar X



BENEDICTO XVI

AUDIENCIA GENERAL

Castelgandolfo
Miércoles 17 de agosto de 2011

El hombre en oración (10)

La meditación

Queridos hermanos y hermanas:

Estamos aún en la luz de la fiesta de la Asunción de la Virgen, que, como he dicho, es una fiesta de esperanza. María ha llegado al Paraíso y este es nuestro destino: todos nosotros podemos llegar al Paraíso. La cuestión es cómo. María ya ha llegado. Ella —dice el Evangelio— es «la que creyó que se cumpliría lo que le había dicho el Señor» (cf. Lc 1, 45). Por tanto, María creyó, se abandonó a Dios, entró con su voluntad en la voluntad del Señor y así estaba precisamente en el camino directísimo, en la senda hacia el Paraíso. Creer, abandonarse al Señor, entrar en su voluntad: esta es la dirección esencial.

Hoy no quiero hablar sobre la totalidad de este camino de la fe, sino sólo sobre un pequeño aspecto de la vida de oración, que es la vida de contacto con Dios, es decir, sobre la meditación. Y ¿qué es la meditación? Quiere decir: «hacer memoria» de lo que Dios hizo, no olvidar sus numerosos beneficios (cf. Sal 103, 2b). A menudo vemos sólo las cosas negativas; debemos retener en nuestra memoria también las cosas positivas, los dones que Dios nos ha hecho; estar atentos a los signos positivos que vienen de Dios y hacer memoria de ellos. Así pues, hablamos de un tipo de oración que en la tradición cristiana se llama «oración mental». Nosotros conocemos de ordinario la oración con palabras; naturalmente también la mente y el corazón deben estar presentes en esta oración, pero hoy hablamos de una meditación que no se hace con palabras, sino que es una toma de contacto de nuestra mente con el corazón de Dios. Y María aquí es un modelo muy real. El evangelista san Lucas repite varias veces que María, «por su parte, conservaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón» (2, 19; cf. 2, 51b). Las custodia y no las olvida. Está atenta a todo lo que el Señor le ha dicho y hecho, y medita, es decir, toma contacto con diversas cosas, las profundiza en su corazón.

Así pues, la que «creyó» en el anuncio del ángel y se convirtió en instrumento para que la Palabra eterna del Altísimo pudiera encarnarse, también acogió en su corazón el admirable prodigio de aquel nacimiento humano-divino, lo meditó, se detuvo a reflexionar sobre lo que Dios estaba realizando en ella, para acoger la voluntad divina en su vida y corresponder a ella. El misterio de la encarnación del Hijo de Dios y de la maternidad de María es tan grande que requiere un proceso de interiorización, no es sólo algo físico que Dios obra en ella, sino algo que exige una interiorización por parte de María, que trata de profundizar su comprensión, interpretar su sentido, entender sus consecuencias e implicaciones. Así, día tras día, en el silencio de la vida ordinaria, María siguió conservando en su corazón los sucesivos acontecimientos admirables de los que había sido testigo, hasta la prueba extrema de la cruz y la gloria de la Resurrección. María vivió plenamente su existencia, sus deberes diarios, su misión de madre, pero supo mantener en sí misma un espacio interior para reflexionar sobre la palabra y sobre la voluntad de Dios, sobre lo que acontecía en ella, sobre los misterios de la vida de su Hijo.

En nuestro tiempo estamos absorbidos por numerosas actividades y compromisos, preocupaciones y problemas; a menudo se tiende a llenar todos los espacios del día, sin tener un momento para detenerse a reflexionar y alimentar la vida espiritual, el contacto con Dios. María nos enseña que es necesario encontrar en nuestras jornadas, con todas las actividades, momentos para recogernos en silencio y meditar sobre lo que el Señor nos quiere enseñar, sobre cómo está presente y actúa en nuestra vida: ser capaces de detenernos un momento y de meditar. San Agustín compara la meditación sobre los misterios de Dios a la asimilación del alimento y usa un verbo recurrente en toda la tradición cristiana: «rumiar»; los misterios de Dios deben resonar continuamente en nosotros mismos para que nos resulten familiares, guíen nuestra vida, nos nutran como sucede con el alimento necesario para sostenernos. Y san Buenaventura, refiriéndose a las palabras de la Sagrada Escritura dice que «es necesario rumiarlas para que podamos fijarlas con ardiente aplicación del alma» (Coll. In Hex, ed. Quaracchi 1934, p. 218). Así pues, meditar quiere decir crear en nosotros una actitud de recogimiento, de silencio interior, para reflexionar, asimilar los misterios de nuestra fe y lo que Dios obra en nosotros; y no sólo las cosas que van y vienen. Podemos hacer esta «rumia» de varias maneras, por ejemplo tomando un breve pasaje de la Sagrada Escritura, sobre todo los Evangelios, los Hechos de los Apóstoles, las Cartas de los apóstoles, o una página de un autor de espiritualidad que nos acerca y hace más presentes las realidades de Dios en nuestra actualidad; o tal vez, siguiendo el consejo del confesor o del director espiritual, leer y reflexionar sobre lo que se ha leído, deteniéndose en ello, tratando de comprenderlo, de entender qué me dice a mí, qué me dice hoy, de abrir nuestra alma a lo que el Señor quiere decirnos y enseñarnos. También el santo Rosario es una oración de meditación: repitiendo el Avemaría se nos invita a volver a pensar y reflexionar sobre el Misterio que hemos proclamado. Pero podemos detenernos también en alguna experiencia espiritual intensa, en palabras que nos han quedado grabadas al participar en la Eucaristía dominical. Por lo tanto, como veis, hay muchos modos de meditar y así tomar contacto con Dios y de acercarnos a Dios y, de esta manera, estar en camino hacia el Paraíso.

Queridos amigos, la constancia en dar tiempo a Dios es un elemento fundamental para el crecimiento espiritual; será el Señor quien nos dará el gusto de sus misterios, de sus palabras, de su presencia y su acción; sentir cuán hermoso es cuando Dios habla con nosotros nos hará comprender de modo más profundo lo que quiere de nosotros. En definitiva, este es precisamente el objetivo de la meditación: abandonarnos cada vez más en las manos de Dios, con confianza y amor, seguros de que sólo haciendo su voluntad al final somos verdaderamente felices.



Fuente: www.vatican.va

viernes, 30 de septiembre de 2011

Benedicto XVI: Enseñanos a orar IX

BENEDICTO XVI

AUDIENCIA GENERAL

Castelgandolfo
Miércoles 10 de agosto de 2011


El hombre en oración (9)

El “oasis” del espíritu

Queridos hermanos y hermanas:

En cada época, hombres y mujeres que consagraron su vida a Dios en la oración —como los monjes y las monjas— establecieron sus comunidades en lugares particularmente bellos, en el campo, sobre las colinas, en los valles de las montañas, a la orilla de lagos o del mar, o incluso en pequeñas islas. Estos lugares unen dos elementos muy importantes para la vida contemplativa: la belleza de la creación, que remite a la belleza del Creador, y el silencio, garantizado por la lejanía respecto a las ciudades y a las grandes vías de comunicación.

El silencio es la condición ambiental que mejor favorece el recogimiento, la escucha de Dios y la meditación. Ya el hecho mismo de gustar el silencio, de dejarse, por decirlo así, «llenar» del silencio, nos predispone a la oración. El gran profeta Elías, sobre el monte Horeb —es decir, el Sinaí— presencia un huracán, luego un terremoto, y, por último, relámpagos de fuego, pero no reconoce en ellos la voz de Dios; la reconoce, en cambio, en una brisa suave (cf. 1 R 19, 11-13). Dios habla en el silencio, pero es necesario saberlo escuchar. Por eso los monasterios son oasis en los que Dios habla a la humanidad; y en ellos se encuentra el claustro, lugar simbólico, porque es un espacio cerrado, pero abierto hacia el cielo.

Mañana, queridos amigos, haremos memoria de santa Clara de Asís. Por ello me complace recordar uno de estos «oasis» del espíritu apreciado de manera especial por la familia franciscana y por todos los cristianos: el pequeño convento de San Damián, situado un poco más abajo de la ciudad de Asís, en medio de los olivos que descienden hacia Santa María de los Ángeles. Junto a esta pequeña iglesia, que san Francisco restauró después de su conversión, Clara y las primeras compañeras establecieron su comunidad, viviendo de la oración y de pequeños trabajos. Se llamaban las «Hermanas pobres», y su «forma de vida» era la misma que llevaban los Frailes Menores: «Observar el santo Evangelio de nuestro Señor Jesucristo» (Regla de santa Clara, I, 2), conservando la unión de la caridad recíproca (cf. ib., X, 7) y observando en particular la pobreza y la humildad vividas por Jesús y por su santísima Madre (cf. ib., XII, 13).

El silencio y la belleza del lugar donde vive la comunidad monástica —belleza sencilla y austera— constituyen como un reflejo de la armonía espiritual que la comunidad misma intenta realizar. El mundo está lleno de estos oasis del espíritu, algunos muy antiguos, sobre todo en Europa, otros recientes, otros restaurados por nuevas comunidades. Mirando las cosas desde una perspectiva espiritual, estos lugares del espíritu son la estructura fundamental del mundo. Y no es casualidad que muchas personas, especialmente en los períodos de descanso, visiten estos lugares y se detengan en ellos durante algunos días: ¡también el alma, gracias a Dios, tiene sus exigencias!

Recordemos, por tanto, a santa Clara. Pero recordemos también a otras figuras de santos que nos hablan de la importancia de dirigir la mirada a las «cosas del cielo», como santa Edith Stein, Teresa Benedicta de la Cruz, carmelita, copatrona de Europa, que celebramos ayer. Y hoy, 10 de agosto, no podemos olvidar a san Lorenzo, diácono y mártir, con una felicitación especial a los romanos, que desde siempre lo veneran como uno de sus patronos. Por último, dirijamos nuestra mirada a la santísima Virgen María, para que nos enseñe a amar el silencio y la oración.


Fuente: www.vatican.va

martes, 27 de septiembre de 2011

Aliento del Papa hacia la unidad con los ortodoxos

Benedicto XVI en Friburgo, Alemania.
Friburgo (Alemania) , 25 Set. 11 (AICA) Benedicto XVI llegó a la ciudad de Friburgo, enclave en plena Selva Negra y conocido por su oposición a la Reforma protestante, convirtiéndose así en un importante bastión católico en la Región del Alto Rhin.

En la iglesia catedral dedicada a Nuestra Señora, el Santo Padre adoró al Santísimo Sacramento, rezó el Angelus y saludó a un grupo de religiosos y religiosas de la Región, así como a algunos enfermos. Luego, Benedicto XVI, a la salida de la catedral, saludó a la población reunida en la Plaza, y manifestó su alegría por estar con ellos en Friburgo.

Tras el encuentro con la ciudadanía de Friburgo, el Santo Padre se trasladó a su residencia, el Seminario arzobispal de Friburgo, donde mantuvo un encuentro protocolar y a puerta cerrada con el ex canciller alemán Helmut Kohl, y su esposa.

Kohl, un convencido europeísta y artífice de la reunificación alemana, iniciada con la caída del Muro de Berlín el 9 de noviembre de 1989 y formalmente concluida el 3 de octubre de 1990, fue canciller federal de la Alemania reunificada hasta 1998.

Luego, en el mismo seminario arzobispal de Friburgo, el Papa mantuvo un encuentro con 15 representantes de las Iglesias Ortodoxas y Ortodoxas Orientales. “Un encuentro ‘amistoso’, dijo el Pontífice, con la Ortodoxia, la Comunidad cristiana teológicamente más cercana a nosotros”.

Actualmente, en Alemania, viven aproximadamente un millón seiscientos mil cristianos ortodoxos y ortodoxos orientales. Entre los temas de diálogo con los ortodoxos, Benedicto XVI subrayó el del Primado del Papa.

"Es igualmente importante continuar el trabajo para aclarar las diferencias teológicas, porque su superación es indispensable para el restablecimiento de la plena unidad, que deseamos y por la que oramos. Hemos de continuar nuestros esfuerzos de diálogo en la cuestión del primado, para su justa comprensión”.

“Aquí las reflexiones acerca del discernimiento entre la naturaleza y la forma del ejercicio del primado, como lo hizo Juan Pablo II en la encíclica “Ut unum sint”, pueden darnos aún impulsos fructuosos".

El Papa dijo estar “contento” de los resultados obtenidos de este diálogo, que hace crecer la recíproca comprensión y el acercamiento mutuo.

Benedicto XVI auguró, en su discurso, que aumente la comunión interna en la Ortodoxia, y que se pueda celebrar el Concilio panortodoxo, pendiente desde hace casi cien años.

Este Concilio, que aún no tiene fecha prevista, fue anunciado en junio de 2010 por el Patriarca de Constantinopla, Bartolomé I, y reuniría a todas las ramas de la Ortodoxia.

Actualmente, -según una información de la agencia Zenit-, los trabajos de preparación del Concilio se encuentran en un cierto stand-by por falta de acuerdo, especialmente entre el Patriarcado de Constantinopla y el de Moscú, sobre la cuestión de la autocefalía.

Estas palabras de aliento del Papa son importantes, pues la Santa Sede considera que la celebración de este Concilio supondría un paso muy importante en el camino hacia la unidad de los cristianos.

En este sentido, consideró muy positiva la fundación de las Conferencias Episcopales Ortodoxas, allí donde estas Iglesias se encuentran en la diáspora, subrayando su alegría de que “también en Alemania el año pasado se haya dado dicho paso”.

“Que las experiencias que se viven en estas Conferencias Episcopales refuercen la unión entre las Iglesias ortodoxas y hagan avanzar los esfuerzos en favor de un concilio panortodoxo”, auguró el Papa.

“Repito lo que ya he dicho en otras ocasiones: entre las Iglesias y las comunidades cristianas, teológicamente, la Ortodoxia es la más cercana a nosotros; católicos y ortodoxos poseen la misma estructura de la Iglesia de los orígenes. Por ello, podemos esperar que no esté muy lejano el día en que de nuevo podamos celebrar juntos la Eucaristía”, añadió.

Compromiso común de los cristianos a favor de la vida
"En la actual tendencia de nuestro tiempo, en que son bastantes los que quieren, por así decir, “liberar” de Dios a la vida pública, las Iglesias cristianas en Alemania, entre las cuales están también los cristianos ortodoxos y ortodoxos orientales, fundado en la fe en el único Dios y Padre de todos los hombres, caminan juntas por la senda de un testimonio pacífico para la comprensión y la comunión entre los pueblos".

La fe en Dios, creador de la vida, y el permanecer absolutamente fieles a la dignidad de cada persona -afirmó el Santo Padre- fortalece a los cristianos para oponerse con ardor a cualquier intervención que manipule y seleccione la vida humana.

"Por otra parte, conociendo como cristianos el valor del matrimonio y de la familia, nos preocupa, porque es importante, preservar de toda interpretación errónea la integridad y la singularidad del matrimonio entre un hombre y una mujer. En este sentido, el compromiso común de los cristianos, entre los que se encuentran numerosos fieles ortodoxos y ortodoxos orientales, ofrece una contribución valiosa a la edificación de una sociedad con futuro, en la cual se dé el debido respeto a la persona humana".
 
 
Fuente: AICA

martes, 20 de septiembre de 2011

¿Cómo sabemos si estamos verdaderamente en gracia?

Como explica Santo Tomás, el conocimiento del estado de gracia (es decir, de que nosotros poseemos la gracia santificante) puede darse de dos maneras diversas:

- O por revelación, lo cual, evidentemente, es un privile­gio particular dado a pocos.

- O por conjetura, es decir, a través de algunos signos. Y tal es el modo ordinario para alcanzar el cono­cimien­to de la gracia.

Dice el Catecismo: 'La gracia, siendo de orden sobrenatural, escapa a nuestra experiencia y sólo puede ser conocida por la fe. Por tanto, no podemos fundarnos en nuestros sentimientos o nuestras obras para deducir de ellos que estamos justificados y salvados. Sin embargo, según las palabras del Señor: 'Por sus frutos los conoceréis' (Mt 7,20), la consideración de los beneficios de Dios en nuestra vida y en la vida de los santos nos ofrece una garantía de que la gracia está actuando en nosotros y nos incita a una fe cada vez mayor y a una actitud de pobreza llena de confianza' (Catecismo, n. 2005)

En cuanto a los signos que nos permiten conjeturar el estado del alma, tres principales nos orientan sobre el estado de gracia:

a) El testimonio de la buena conciencia, que entra­ña: el no tener conciencia de pecado mortal; el dolor sincero de los pecados cometidos; el propósito de enmienda y el horror al pecado; el cumplimiento de los preceptos divinos; la victo­ria en las tentaciones; el amor a las virtudes y el esfuerzo por el evitar el pecado venial.

b) El deleite en las cosas divinas, es decir: el gusto por los libros santos y por la Palabra de Dios; la devoción a la Eucaristía y a la Virgen; la frecuencia de los sacramentos y la oración mental.

c) El desprecio de las cosas mundanas, que supone: no tener apego a las cosas de la tierra, el no sentir gusto en las vanidades del mundo; el huir de las ocasiones del pecado.

Sin embargo, estos signos no nos dan más que una conjetura, por eso, la Escritura nos exhorta a la vigilancia, a la perseverancia, a la oración y confianza en Dios y al esfuerzo continuo en la obra de la santificación:

-Eccl 5,5: Aun del pecado expiado no vivas sin temor, y no añadas pecados a pecados.

-Prov 20,9: ¿Quién puede decir: He limpiado mi corazón, estoy limpio de pecado?

-Sal 18.13: ¿Quién podrá conocer sus pecados? Absuélveme de los que se me oculta.

-1 Cor 4,4: Estoy cierto de que de nada me arguye la conciencia, mas no por eso me creo justificado; quien me juzga es el Señor.
 
 
Fuente: http://www.teologoresponde.com.ar

jueves, 15 de septiembre de 2011

Enséñame Señor a despertar una sonrisa para ti



Señor, quiero dejar brotar
una sonrisa para ti, y entregarme
a la vida con esperanza, porque también hoy
estaremos juntos. Estarás conmigo,
Señor, caminando este día.

Con tu amistad yo puedo enfrentar
todo lo que venga, podré ver en todo
una oportunidad, un sueño, un desafío.

Escucho tu invitación a la vida,
y quiero decirte que sí, Señor.
Aunque he vivido muchos días grises,
llenos de fracaso, hoy quiero intentarlo
una vez más.

Porque todo lo que me sucede puede ser
transformado por tu amistad.

Dame la gracia de reconocerte a mi lado,
ya que si me ayudas a verte a mi lado,
hoy será un buen día.

Enséñame a despertar esta sonrisa para ti.

Vamos, Jesús, empecemos este día,
porque contigo todo es diferente. Amén
 
 

Fuente: http://www.rcc.org.ar/