ROMA, martes 21 de septiembre de 2010 (ZENIT.org).- Un partido de tenis cuando tenía 17 años fue el evento que cambió radicalmente la vida de Chiara Badano (1971 – 1990). Allí comenzó a sentir dolores muy fuertes. Era el principio de la enfermedad que meses después la llevó a la muerte. "Por ti, Jesús, ¡si tú lo quieres, yo también lo quiero!", eran las palabras que repetía durante su agonía.
Chiara pertenecía al Movimiento de los Focolares, fundado en Italia por Chiara Lubich en 1943. Será beatificada este sábado a las 16 horas en el santuario del Divino Amor en Roma, en una ceremonia presidida por monseñor Angelo Amato, prefecto de la Congregación para la Causa de los Santos, en representación del Papa Benedicto XVI.
El mismo día, a las 20:30 horas, miles de miembros de los Focolares se reunirán en el Aula Paulo VI del Vaticano para festejar la llegada a los altares de la primera de sus miembros. El domingo a las 10:30 el cardenal Tarcisio Bertone, secretario de estado Vaticano, oficiará una misa en acción de gracias en la basílica San Pablo Extramuros de Roma.
Chiara: la alegría del hogar
Después de 11 años de matrimonio, a los esposos Ruggero y Maria Teresa Badano se les cumplió el sueño de la llegada de su primera y única hija: Chiara, quien nació el 29 de octubre de 1971 en una pequeña población llamada Sassello, ubicada en la región de Liguria, al norte de Italia.
“No era sólo hija nuestra. Era, en primer lugar, de Dios y como tal teníamos que educarla, respetando su libertad”, testimonia su madre, en un video que puede verse en la página oficial de su beatificación http://www.chiaralucebadano.it/
En 1981 conoció al movimiento de los Focolares, gracias a una amiga llamada Chicca que la invitó a hacer parte del movimiento GEN (Generación nueva) “A Jesús lo puso en el primer lugar. Lo llamaba ‘mi esposo”, dijo en diálogo con ZENIT Maria Grazia Magrini, vicepostuladora de la causa de Chiara Badano.
De joven le gustaba cantar, bailar, jugar tenis y patinar. Amaba la montaña y el mar. “También trataba de ir a misa todos los días”, dice Maria Grazia.
Un día jugando tenis sintió un dolor muy fuerte: “Regresó a casa muy pálida y subió las escalas”, dice su madre quien le preguntó: “¿Por qué regresaste Chiara?”. Y ella dijo: “porque durante el partido sentí un dolor tan fuerte en la espalda que se me cayó la raqueta”.
Los dolores iban empeorando. Luego le realizaron un TAC. El resultado fue el más temido: un osteosarcoma. Su madre todavía recuerda cuando llegó a casa después de la primera sesión de quimioterapia. No quería hablar: “La miraba y veía la expresión de su rostro, toda la lucha que estaba combatiendo dentro de sí para dar su sí a Jesús”. Tras 25 minutos le dijo a su madre “ahora puedes hablar”:
Chiara fue sometida a una operación que no tuvo éxito, desde ese entonces perdió el uso de sus piernas. Según su vice postuladora, esta joven deportista, a pesar del momento tan doloroso exclamó: “Si tuviera que elegir entre caminar o ir al paraíso, no tendría dudas, escogería el paraíso”, dijo Chiara. En ese tiempo estrechó una fuerte amistad con Chiara Lubich, fundadora del movimiento de los Focolares, a quien decidió llamarle Chiara “Luce” Badano.
Así transcurrió varios meses de agonía que la ayudaron para prepararse en su encuentro con Jesús:” “Los momentos más bellos fueron durante el último verano”, testimonia su amiga Chicca. “Ella permanecía inmóvil en su cama”, recuerda. Maria Grazia destacó la actitud de Chiara: “No lloró, no se lamentó, miraba en un mueble la imagen de Jesús”.
Chicca cuenta que la joven quiso preparar su propio funeral: los cantos de la misa, el vestido y el peinado: “Todo para ella era una fiesta. Me dijo que quería ser enterrada con un vestido blanco, como una esposa que va a encontrarse con Jesús”.
Y le hizo una última exhortación a su madre: “Cuando me vistas, deberás repetir tres veces: Ahora Chiara ve a Jesús”. Chiara pidió que las córneas de sus ojos fueran donadas a dos jóvenes. Murió el 7 de octubre de 1990. Las últimas palabras a su madre fueron: “Sé feliz porque yo lo soy”.
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Por Carmen Elena Villa | Fuente: Catholic.net
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