Homilía de monseñor Marcelo Raúl Martorell, obispo de Puerto Iguazú para el tercer domingo de Pascua
(8 de mayo de 2011)
(8 de mayo de 2011)
El mismo día de Pascua Jesús bajo las apariencias de un caminante, se junta con dos discípulos que se dirigen a Emaús, iban hablando entre si de los hechos que habían sucedido en Jerusalén el viernes anterior (Lc.4, 13-35); de cómo habían crucificado a Jesús y le habían dado muerte. Ellos no le reconocen, lo ven como un simple caminante que ni siquiera se enteró de lo que había pasado, y como hace todo el mundo que anda por los caminos, se ponen a conversar con él. Recordemos que María Magdalena tampoco lo había reconocido. Ellos no lo reconocen por creer que todo había terminado para siempre, habían creído en Jesús, varón y profeta, grande en obras y palabras ante Dios y ante todo el pueblo…Pero su condena a muerte y su crucifixión los había desilusionado. “Nosotros esperábamos que él sería quien rescataría a Israel; pero ya van tres días desde que esto ha sucedido. Saben lo que han visto las mujeres, el sepulcro vacío…pero están tristes porque ellos no lo han visto. ¡No se dan cuenta que Jesús está a su lado caminando con ellos el camino a Emaús! La idea de un Jesús político que habría asegurado la prosperidad a Israel le ha impedido reconocer a Cristo el Salvador prometido. ¿Cómo esperar salvación de quien ha muerto colgado de un madero? Jesús habla y les explica las escrituras y todo lo que los Profetas y las Escrituras habían dicho del Mesías, pero ellos prendados de sus sentidos que nada percibieron ni vieron, siguen sin reconocerlo. Quién no cree en la resurrección del Señor no puede aceptar el misterio de su muerte redentora. Los Profetas lo habían anunciado y Jesús lo había predicho; los dos discípulos lo saben y más aún el Señor está con ellos explicándole las Escrituras y todo lo que dicen sobre El; pero “ellos no creen”…A María Magdalena le había bastado escuchar su nombre para reconocer al Maestro; a ellos no le basta ni la voz, ni el largo conversar con él, ni oírle predicar las Escrituras!
De hecho muchos de nosotros podemos caminar con Jesús a nuestro lado y no reconocerle; entender lo que nos explica de las Escrituras y tener un gran conocimiento de ellas…pero no escuchar ni reconocer la voz del Señor. Muchos podemos tener un conocimiento erudito de las escrituras y de los aspectos profundos de la teología, pero no reconocer al Señor. No haber dado el “salto” entre “el conocer y el creer” y entre tanta teología saber que solo una cosa es necesaria: Creer que Jesús ha resucitado de entre los muertos y nos ha dado vida y vida en abundancia. Ni siquiera ver al Señor para creer, si la fe no nos ilumina interiormente, nada podemos hacer, por eso clamamos con los Apóstoles… “¡señor acrecienta nuestra fe!”
No obstante “sienten arder sus corazones frente a sus palabras” de allí que lo invitan a comer y estando con ellos en la mesa “tomó el pan, lo bendijo, lo partió y se los dio, se les abrieron los ojos y le reconocieron”, ¿sería que los discípulos estuvieran presentes en la última cena? Nada sabemos, lo que sí sabemos que en este clima de oración y silencio Jesús se manifiesta… ¡al partir el pan! Gesto eucarístico y trascendente por los siglos en la Iglesia.
Los discípulos de Emaús habían entrado en un diálogo íntimo y profundo con el Señor y en ese clima de oración e intimidad es que Jesús se manifiesta y se da a conocer. Y la “eucaristía será el gran signo de su presencia y compañía”.
Hoy la fe de muchos creyentes, aun sacerdotes y religiosas, está fría, casi dormida, muchas veces llena de erudición, pero dormida, incapaz de transformar la vida y de llenar de gozo el corazón, esto se debe a la falta de intimidad y oración con el Señor, esa relación íntima profunda y personal, alimentada por la fe, es la que nos hace vivir la certeza de que Dios basta… Que ¡Cristo vive!
Pocos son los que niegan que Jesús ha existido y hasta admiten la historicidad de los evangelios, pero no creen en él como una persona viva y presente en sus vidas, que desea ser el compañero de camino y el huésped de sus corazones. ¿Será para nosotros la Eucaristía el banquete que nos alimenta en la vida del misterio de Cristo Muerto y Resucitado? “¡Quédate con nosotros Señor! Que brote de nuestros corazones pues tenemos la certeza de que El es la única Verdad en el tiempo y la historia.
Que la Virgen María nos lleve al conocimiento íntimo de Jesús y nos haga gozar de su presencia.
Mons. Marcelo Raúl Martorell, obispo de Puerto Iguazú
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