martes, 9 de febrero de 2010

Lourdes: Piedad de los sencillos

Bogotá (Martes, 09-02-2010, Gaudium Press) Un jueves 11 de febrero de 1.858, una mañana helada, en la sórdida cárcel abandonada y hoy refugio de los empobrecidos Soubirous, otrora molineros prósperos, se comprobó con espanto que no había leña y el día gris amenazaba ser terriblemente frío.

Papá Francisco había salido a su jornada de trabajo, a cualquier pago y en cualquier oficio, pues era un auténtico manso humilde, desheredado de la fortuna, sin maldecir jamás, siempre piadoso y enteramente resignado. Pero por salir tan temprano había descuidado dejar lista la provisión del fuego para calentar el hogar y hacer la frugal comida.

Bernadette fue la que notó la falta, mamá Luisa la que exclamó al Cielo y Marie-Toinette feliz la que se ofreció de inmediato a ir a buscarla por los lados de la cueva de Massabielle. Con Jeanne Abadie, la juguetona amiguita vecina, quisieron partir en seguida pero Bernadette ofreció juntarse, lo que las incomodaba... y alarmaba de paso a la buena Luisa, pues bien se sabía en todo Lourdes que la niña siempre había sido enjuta y poco desarrollada debido a una lenta enfermedad que la minaba.

Al recoger leña

Después de mucho insistir, le fue permitido acompañarlas pero bien abrigada, para que llegando al sitio se quedara del otro lado del Gave mirándolas recoger chamizos secos y retorcidos, amontonados por el viejo río en la pequeñita playa pedregosa frente a la cueva. De ella se contaba todo tipo de mitos, relatos e invenciones. Estaba sobre un brazo seco del caudal y no fue difícil pasarlo con los suecos en la mano y a saltitos, pues el agua estaba intensamente helada. Y Bernadette tenía que quedarse al otro lado, inútil que intentara.

Mientras las otras dos recogían ramas secas, la niña se quedó sentada en una piedra grande, mirándolas y pasando las cuentas de su rosario en el bolsillo del delantal. Quiso ir con ellas pero no quería arriesgarse a una recaída por desobediente. Súbitamente una ráfaga de viento le sonó al oído y le inflamó la cofia. Mirando a todas partes no vio nada extraño, pero al otro lado del río, justo arriba de la entrada de la cueva, en un ojal abierto por el viento y por el tiempo, en una especie de nicho natural, una nube blanca irisada encuadraba la silueta de una bella joven que parecía venir de la profundidad.

Una hermosa joven

Bernadette cayó instintiva y suavemente de rodillas viendo que la hermosa joven sonriendo, parecía descolgar de sus manos un rosario dorado para comenzar a rezar mirando a Bernadette y mirando a cielo. La niña acompañó con la mayor naturalidad las decenas hasta que la vio desaparecer; y ahora que la joven se había ido, Bernadette sintió que estaba animada para pasar suecos en mano mientras gritaba que por qué no le habían dicho que el agua esta tan tibia. Ellas la habían visto atónitas rezar y se preguntaban qué miraba al otro lado del rio, apenas casi detrás de donde estaban. ¿La vieron? -preguntó Bernardette llegando -¿A quién? Respondió Jeanne intrigadísima, pues junto con Mariae-Toniette siempre aseguraron que era innegable que en la cara de Bernatdettte se notaba un fulgor extraño y que estaban seguras que algo había visto en la misteriosa cueva.

Apuradas y en silencio medroso, hicieron pronto sus respectivos haces, y una tras la otra se fueron calladitas de regreso a casa. Bernardette iba atrás un poco asfixiada y las detuvo a la subida de la loma, para decirles que no dijeran a nadie que ella había visto una joven hermosísima, y había rezado un rosario con ella. Las niñas prometieron, absolutamente convencidas que en realidad Bernadette había visto algo. Pero más tardaron en llegar al pueblo que contar en casa lo que había pasado.

Así comenzaron las 18 casi consecutivas apariciones comprobadas y fidedignas de Nuestra Señora en Lourdes, a una niña muy sencilla que varias veces le preguntó su nombre hasta que en la decimosexta -el 25 de marzo, le respondió "Yo soy la Inmaculada Concepción".

La pobre Bernardette no entendió lo que aquello significaba y fue corriendo a decírselo al Párroco que tanto la había presionado para confirmar la verdad de ese fenómeno, que ya reunía todos los días cientos de personas de toda la comarca jurando los milagros de una fuente misteriosa aparecida en el lugar; que había desatado la persecución anticlerical del liberalismo de la época y, sobre todo, que confirmaba el dogma hacía cuatro años proclamado por el beato santo Padre Pio IX el 8 de diciembre de 1.854.



Autor: Antonio Borda | Fuente: Gaudium Press

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