sábado, 28 de agosto de 2010

28 de agosto: San Agustín

Obispo de Hipona y Doctor de la Iglesia 
Martirologio Romano: Memoria de san Agustín, obispo y doctor eximio de la Iglesia, el cual, después de una adolescencia inquieta por cuestiones doctrinales y libres costumbres, se convirtió a la fe católica y fue bautizado por san Ambrosio de Milán. Vuelto a su patria, llevó con algunos amigos una vida ascética y entregada al estudio de las Sagradas Escrituras. Elegido después obispo de Hipona, en África, siendo modelo de su grey, la instruyó con abundantes sermones y escritos, con los que también combatió valientemente contra los errores de su tiempo e iluminó con sabiduría la recta fe (430).

Etimológicamente: Agustín = Aquel que es venerado, es de origen latino.

Fecha de canonización: Información no disponible, la antigüedad de los documentos y de las técnicas usadas para archivarlos, la acción del clima, y en muchas ocasiones del mismo ser humano, han impedido que tengamos esta concreta información el día de hoy. Si sabemos que fue canonizado antes de la creación de la Congregación para la causa de los Santos, y que su culto fue aprobado por el Obispo de Roma, el Papa.
Biografia:
San Agustín es doctor de la Iglesia, y el más grande de los Padres de la Iglesia, escribió muchos libros de gran valor para la Iglesia y el mundo.
Nació el 13 de noviembre del año 354, en el norte de África. Su madre fue Santa Mónica. Su padre era un hombre pagano de carácter violento.
Santa Mónica había enseñado a su hijo a orar y lo había instruido en la fe. San Agustín cayó gravemente enfermo y pidió que le dieran el Bautismo, pero luego se curó y no se llegó a bautizar. A los estudios se entregó apasionadamente pero, poco a poco, se dejó arrastrar por una vida desordenada.
A los 17 años se unió a una mujer y con ella tuvo un hijo, al que llamaron Adeodato.
Estudió retórica y filosofía. Compartió la corriente del Maniqueísmo, la cual sostiene que el espíritu es el principio de todo bien y la materia, el principio de todo mal.
Diez años después, abandonó este pensamiento. En Milán, obtuvo la Cátedra de Retórica y fue muy bien recibido por San Ambrosio, el Obispo de la ciudad. Agustín, al comenzar a escuchar sus sermones, cambió la opinión que tenía acerca de la Iglesia, de la fe, y de la imagen de Dios.
Santa Mónica trataba de convertirle a través de la oración. Lo había seguido a Milán y quería que se casara con la madre de Adeodato, pero ella decidió regresar a África y dejar al niño con su padre.
Agustín estaba convencido de que la verdad estaba en la Iglesia, pero se resistía a convertirse.
Comprendía el valor de la castidad, pero se le hacía difícil practicarla, lo cual le dificultaba la total conversión al cristianismo. Él decía: “Lo haré pronto, poco a poco; dame más tiempo”. Pero ese “pronto” no llegaba nunca.
Un amigo de Agustín fue a visitarlo y le contó la vida de San Antonio, la cual le impresionó mucho. Él comprendía que era tiempo de avanzar por el camino correcto. Se decía “¿Hasta cuándo? ¿Hasta mañana? ¿Por qué no hoy?”. Mientras repetía esto, oyó la voz de un niño de la casa vecina que cantaba: “toma y lee, toma y lee”. En ese momento, le vino a la memoria que San Antonio se había convertido al escuchar la lectura de un pasaje del Evangelio. San Agustín interpretó las palabras del niño como una señal del Cielo. Dejó de llorar y se dirigió a donde estaba su amigo que tenía en sus manos el Evangelio. Decidieron convertirse y ambos fueron a contar a Santa Mónica lo sucedido, quien dio gracias a Dios. San Agustín tenía 33 años.
San Agustín se dedicó al estudio y a la oración. Hizo penitencia y se preparó para su Bautismo. Lo recibió junto con su amigo Alipio y con su hijo, Adeodato. Decía a Dios: “Demasiado tarde, demasiado tarde empecé a amarte”. Y, también: “Me llamaste a gritos y acabaste por vencer mi sordera”. Su hijo tenía quince años cuando recibió el Bautismo y murió un tiempo después. Él, por su parte, se hizo monje, buscando alcanzar el ideal de la perfección cristiana.
Deseoso de ser útil a la Iglesia, regresó a África. Ahí vivió casi tres años sirviendo a Dios con el ayuno, la oración y las buenas obras. Instruía a sus prójimos con sus discursos y escritos. En el año 391, fue ordenado sacerdote y comenzó a predicar. Cinco años más tarde, se le consagró Obispo de Hipona. Organizó la casa en la que vivía con una serie de reglas convirtiéndola en un monasterio en el que sólo se admitía en la Orden a los que aceptaban vivir bajo la Regla escrita por San Agustín. Esta Regla estaba basada en la sencillez de vida. Fundó también una rama femenina.
Fue muy caritativo, ayudó mucho a los pobres. Llegó a fundir los vasos sagrados para rescatar a los cautivos. Decía que había que vestir a los necesitados de cada parroquia. Durante los 34 años que fue Obispo defendió con celo y eficacia la fe católica contra las herejías. Escribió más de 60 obras muy importantes para la Iglesia como “Confesiones” y “Sobre la Ciudad de Dios”.
Los últimos años de la vida de San Agustín se vieron turbados por la guerra. El norte de África atravesó momentos difíciles, ya que los vándalos la invadieron destruyéndolo todo a su paso.
A los tres meses, San Agustín cayó enfermo de fiebre y comprendió que ya era el final de su vida. En esta época escribió: “Quien ama a Cristo, no puede tener miedo de encontrarse con Él”.
Murió a los 76 años, 40 de los cuales vivió consagrado al servicio de Dios.
Con él se lega a la posteridad el pensamiento filosófico-teológico más influyente de la historia.
Murió el año 430.

¿Qué nos enseña su vida?
  • A pesar de ser pecadores, Dios nos quiere y busca nuestra conversión.
  • Aunque tengamos pecados muy graves, Dios nos perdona si nos arrepentimos de corazón.
  • El ejemplo y la oración de una madre dejan fruto en la vida de un hijo.
  • Ante su conflicto entre los intereses mundanos y los de Dios, prefirió finalmente los de Dios.
  • Vivir en comunidad, hacer oración y penitencia, nos acerca siempre a Dios.
  • A lograr una conversión profunda en nuestras vidas.
  • A morir en la paz de Dios, con la alegría de encontrarnos pronto con Él. 
Fuente: Archidiócesis de Madrid (a travez de catholic.net)

viernes, 27 de agosto de 2010

Recomenzar

¿Es posible recomenzar después de un fracaso? ¿Es posible iniciar el esfuerzo de cada día en medio de una enfermedad dolorosa? ¿Es posible mirar al futuro con esperanza cuando el presente aparece complicado y oscuro?

La vida desgasta. El peso del pasado deja un lastre de polvo y de desilusiones que ahogan el corazón. Entonces el miedo y la desgana paralizan la voluntad y llegan incluso a oscurecer a la mente. No vemos nada claro, no encontramos ningún sentido a una nueva lucha, nos faltan fuerzas para tomar el arado y seguir adelante.

Algunas derrotas surgen desde circunstancias y decisiones de otros. Pero otras derrotas inician en lo más profundo de la propia alma. Hay generales con ejércitos bien armados que sucumben a la hora del combate porque la angustia ha penetrado en sus almas. Hay hombres y mujeres sanos que podrían traer cada día un salario limpio a sus hogares y que no llegan a levantarse de la silla para buscar, una vez más, un puesto de trabajo.

Recomenzar es posible siempre que vibre en el propio corazón un deseo, un proyecto, un propósito para conquistar nuevas metas, para llegar a objetivos deseados, para extirpar defectos y sembrar virtudes.

Para el cristiano, siempre es posible recomenzar. Porque existe un Dios que se interesa por cada uno de sus creaturas. Porque un Padre no deja de serlo tras el pecado de sus hijos. Porque Cristo vino precisamente no para los sanos, sino para los enfermos. Porque el Espíritu Santo actúa incesantemente en la historia humana, enciende fuegos en los inviernos más prolongados, fortalece a quienes yacen cansados en la vera del camino.

Recomenzar. Desde donde ahora me encuentro, con mis pocas fuerzas y mis muchas esperanzas, muy apoyado en la gracia de Dios. Recomenzar, consciente, como san Pablo, de que “todo lo puedo en Aquel que me conforta” (Flp 4,13).

Recomenzar, porque vale la pena un nuevo esfuerzo para ayudar a los míos, para servir al enfermo, para consolar al triste. Recomenzar, con un nuevo ímpetu que nos acerque a la Patria verdadera, donde podremos sentarnos un día, con miles y miles de hermanos nuestros, en el gran banquete de bodas del Cordero.



Autor: P. Fernando Pascual LC | Fuente: Catholic.net

jueves, 26 de agosto de 2010

A cien años del nacimiento de la Madre Teresa


Buenos Aires, 26 Ago. 10 (AICA) Al cumplirse hoy los cien años del nacimiento de la Madre Teresa de Calcuta, AICA publica a continuación un artículo escrito por Jesús María Silveyra, quien en este momento se encuentra precisamente en Calcuta. El autor es un escritor argentino autor de varias obras. Actualmente se halla trabajando en un libro sobre la Madre Teresa. Su último libro publicado es “Dios está sanando”, editado por Lumen. A continuación el artículo.

Madre Teresa de Calcuta
Se cumplen hoy cien años del nacimiento de Agnes Gonxha Bojaxhiu, la monja de origen albanés conocida en todo el mundo como la Madre Teresa de Calcuta, quien recibió el Premio Nobel de la Paz en 1979. Mucho se sabe de su obra humanitaria en cientos de países del mundo, donde las Hermanas y los Hermanos “Misioneros de la Caridad” atienden las necesidades de los más pobres entre los pobres (moribundos, leprosos, abandonados, niños, enfermos de SIDA, discapacitados, etc…); poco en cambio se conoce acerca de los motivos que llevaron a Teresa (nombre que eligió en honor a santa Teresa de Lisieux) a dejar la Congregación de las Hermanas de Loreto, donde se dedicaba a dirigir y enseñar en un colegio de Calcuta, para pasar a una vida de oración y trabajo, radicalmente consagrada a las obras de misericordia.

Ella misma cuenta que el 10 de septiembre de 1946, durante un viaje en tren desde Calcuta a Darjeeling, al pie de los Himalayas, recibió una “llamada dentro de la llamada” (la primera llamada fue siendo muy joven, cuando decidió hacerse religiosa). Ella lo llamó, el “Día de la Inspiración”. Era una invitación de Dios a dejar el Convento de Loreto e ir en busca de los más pobres; de llevar su amor y su luz hacia los agujeros oscuros de Calcuta, donde la pobreza hacía estragos; de cambiar su hábito de estilo europeo por el sari blanco de las castas inferiores hindúes; de vivir en medio de ellos, con pobreza franciscana y trabajo benedictino.

“Quiero hermanas indias Misioneras de la Caridad, que serían Mi fuego de amor entre los más pobres: los enfermos, los moribundos, los niños pequeños de la calle. Quiero que Me traigas a los pobres, y las hermanas que ofrecerían sus vidas como víctimas de Mi amor me traerían estas almas…”, le decía el Señor.

Invitación que se fue reafirmando con el paso de los días y que siempre terminaba con una pregunta: “¿Te negarás?”. La madre Teresa, no sólo no se negó, sino que consagró los restantes cincuenta años de su vida (muere el 5 de septiembre de 1997) a cumplir con esa llamada, dentro de la India y en los cinco continentes; no sólo con los pobres materiales del mundo subdesarrollado, sino también con los carentes de amor del mundo desarrollado.

Fue por ese motivo que estableció para su nueva Congregación el cuarto voto, el de “servir a los más pobres entre los pobres”, que se agregaba a los tres tradicionales de otras órdenes religiosas (pobreza, obediencia y castidad).

Esta llamada, según se desprende del análisis realizado por algunos biógrafos de la “Madre” (en base a las cartas enviadas primero a su confesor, el padre Van Exem y al arzobispo de Calcuta, monseñor Périer y, más tarde, a sus seguidores) tuvo que ver con ciertas visiones y locuciones interiores que comenzando en aquel viaje en tren se continuaron durante varios meses y se centraron en la necesidad de “saciar la sed de amor y de almas de Cristo en la cruz”.

En una palabra, la experiencia de aquel viaje debió ser un encuentro con la sed de Cristo. De allí que en todas las capillas de las casas de la Congregación, al costado de la cruz, siempre coloquen aquellas palabras de Jesús en el Gólgota: “Tengo sed” (Juan 19,28). Según la madre Teresa, aquella sed del Señor no fue sólo física, sino, fundamentalmente una sed de amar y ser amado por el hombre, una sed de despertar la sed del hombre por Dios, un ansia por salvar a la humanidad y a las almas a través de un amor extremo, expresado a través de su sed.

Y si bien, el tema de la sed de Cristo ha sido motivo de meditación para muchos de los Padres y Doctores de la Iglesia (por ejemplo, para san Agustín, quien dijo: “Dios tiene sed de que se tenga sed de Él”), en la espiritualidad de la madre Teresa, este tema ocupa un lugar central, a tal punto que ella señaló que es el sentido mismo de la misión de la Congregación.

En este centenario de su nacimiento y en tiempos en que fácilmente nos dejamos caer en la desesperanza, me parece importante releer parte de una meditación, escrita por Teresa de Calcuta a las Hermanas Misioneras, como si las hubiera expresado el Señor para todos y cada uno de nosotros: “TENGO SED DE TI. Tengo sed de amarte y de que tú me ames. Tan precioso eres para mí que TENGO SED DE TI. Ven a Mí y llenaré tu corazón y sanaré tus heridas. Te haré una nueva creación y te daré la paz aun en tus pruebas. TENGO SED DE TI. Nunca debes dudar de mi misericordia, de mi deseo de perdonarte, de mi anhelo por bendecirte y vivir mi vida en ti, y de que te acepto sin importar lo que hayas hecho. TENGO SED DE TI. Si te sientes de poco valor a los ojos del mundo, no importa. No hay nadie que me interese más en todo el mundo que tú. TENGO SED DE TI. Ábrete a mí, ven a mí, ten sed de mí, dame tu vida. Yo te probaré qué tan valioso eres para mi corazón”.
Fuente: AICA

El Santo Rosario: Mas poderoso que la bomba atómica

Testimonio del Padre Schiffer S.J., sobreviviente de Hiroshima.


Milagro del Rosario en Hiroshima: del 6 de agosto de 1945

Durante la Segunda Guerra Mundial dos ciudades japonesas fueron destruidas por bombas atómicas: Hiroshima y Nagasaki.

En Nagasaki, como resultado de la explosión, todas las casas en un radio de aprox. 2.5 Km del epicentro fueron destruidas. Quienes estaban dentro quedaron enterrados en las ruinas. Los que estaban fuera fueron quemados.

En medio de aquella tragedia, una pequeña comunidad de Padres Jesuitas vivía junto a la iglesia parroquial, a solamente ocho cuadras (aprox. 1Km) del epicentro de la bomba. Eran misioneros alemanes sirviendo al pueblo japonés. Como los alemanes eran aliados de los japoneses, les habían permitido quedarse.

La iglesia junto a la casa de los jesuitas quedó destruida, pero su residencia quedó en pié y los miembros de la pequeña comunidad jesuita sobrevivieron. No tuvieron efectos posteriores por la radiación, ni pérdida del oido, ni ningúna otra enfermedad o efecto.

El Padre Hubert Schiffer fue uno de los jesuitas en Hiroshima. Tenía 30 años cuando explotó la bomba atómica en esa ciudad y vivió otros 33 años mas de buena salud. El narró sus experiencias en Hiroshima durante el Congreso Eucarístico que se llevó a cabo en Filadelfia (EU) en 1976. En ese entonces, los ocho miembros de la comunidad Jesuita estaban todavía vivos.

El Padre Schiffer fue examinado e interrogado por más de 200 científicos que fueron incapaces de explicar como él y sus compañeros habían sobrevivido. El lo atribuyó a la protección de la Virgen María y dijo: "Yo estaba en medio de la explosión atómica... y estoy aquí todavía, vivo y a salvo. No fui derribado por su destrucción."

Además, el Padre Shiffer mantuvo que durante varios años, cientos de expertos e investigadores estudiaron las razones científicas del porqué la casa, tan cerca de la explosión atómica, no fue afectada. El explicó que en esa casa hubo una sola cosa diferente: "Rezábamos el rosario diariamente en esa casa". En la otra ciudad devastada por la bomba atómica, Nagasaki, San Maximiliano Kolbe había establecido un convento franciscano que también quedó intacto, los hermanos protegidos gracias a la protección de la Virgen. Allí ellos también rezaban diariamente el santo rosario.


FR. SCHIFFER OF HIROSHIMA
by Fr. Paul Ruge, O.F.M.I.

Fuente: www.corazones.org