miércoles, 22 de septiembre de 2010

Adolescente que falleció en 1990 será beatificada este sábado

ROMA, martes 21 de septiembre de 2010 (ZENIT.org).- Un partido de tenis cuando tenía 17 años fue el evento que cambió radicalmente la vida de Chiara Badano (1971 – 1990). Allí comenzó a sentir dolores muy fuertes. Era el principio de la enfermedad que meses después la llevó a la muerte. "Por ti, Jesús, ¡si tú lo quieres, yo también lo quiero!", eran las palabras que repetía durante su agonía.

Chiara pertenecía al Movimiento de los Focolares, fundado en Italia por Chiara Lubich en 1943. Será beatificada este sábado a las 16 horas en el santuario del Divino Amor en Roma, en una ceremonia presidida por monseñor Angelo Amato, prefecto de la Congregación para la Causa de los Santos, en representación del Papa Benedicto XVI.

El mismo día, a las 20:30 horas, miles de miembros de los Focolares se reunirán en el Aula Paulo VI del Vaticano para festejar la llegada a los altares de la primera de sus miembros. El domingo a las 10:30 el cardenal Tarcisio Bertone, secretario de estado Vaticano, oficiará una misa en acción de gracias en la basílica San Pablo Extramuros de Roma.

Chiara: la alegría del hogar

Después de 11 años de matrimonio, a los esposos Ruggero y Maria Teresa Badano se les cumplió el sueño de la llegada de su primera y única hija: Chiara, quien nació el 29 de octubre de 1971 en una pequeña población llamada Sassello, ubicada en la región de Liguria, al norte de Italia.

“No era sólo hija nuestra. Era, en primer lugar, de Dios y como tal teníamos que educarla, respetando su libertad”, testimonia su madre, en un video que puede verse en la página oficial de su beatificación http://www.chiaralucebadano.it/

En 1981 conoció al movimiento de los Focolares, gracias a una amiga llamada Chicca que la invitó a hacer parte del movimiento GEN (Generación nueva) “A Jesús lo puso en el primer lugar. Lo llamaba ‘mi esposo”, dijo en diálogo con ZENIT Maria Grazia Magrini, vicepostuladora de la causa de Chiara Badano.

De joven le gustaba cantar, bailar, jugar tenis y patinar. Amaba la montaña y el mar. “También trataba de ir a misa todos los días”, dice Maria Grazia.

Un día jugando tenis sintió un dolor muy fuerte: “Regresó a casa muy pálida y subió las escalas”, dice su madre quien le preguntó: “¿Por qué regresaste Chiara?”. Y ella dijo: “porque durante el partido sentí un dolor tan fuerte en la espalda que se me cayó la raqueta”.

Los dolores iban empeorando. Luego le realizaron un TAC. El resultado fue el más temido: un osteosarcoma. Su madre todavía recuerda cuando llegó a casa después de la primera sesión de quimioterapia. No quería hablar: “La miraba y veía la expresión de su rostro, toda la lucha que estaba combatiendo dentro de sí para dar su sí a Jesús”. Tras 25 minutos le dijo a su madre “ahora puedes hablar”:

Chiara fue sometida a una operación que no tuvo éxito, desde ese entonces perdió el uso de sus piernas. Según su vice postuladora, esta joven deportista, a pesar del momento tan doloroso exclamó: “Si tuviera que elegir entre caminar o ir al paraíso, no tendría dudas, escogería el paraíso”, dijo Chiara. En ese tiempo estrechó una fuerte amistad con Chiara Lubich, fundadora del movimiento de los Focolares, a quien decidió llamarle Chiara “Luce” Badano.

Así transcurrió varios meses de agonía que la ayudaron para prepararse en su encuentro con Jesús:” “Los momentos más bellos fueron durante el último verano”, testimonia su amiga Chicca. “Ella permanecía inmóvil en su cama”, recuerda. Maria Grazia destacó la actitud de Chiara: “No lloró, no se lamentó, miraba en un mueble la imagen de Jesús”.

Chicca cuenta que la joven quiso preparar su propio funeral: los cantos de la misa, el vestido y el peinado: “Todo para ella era una fiesta. Me dijo que quería ser enterrada con un vestido blanco, como una esposa que va a encontrarse con Jesús”.

Y le hizo una última exhortación a su madre: “Cuando me vistas, deberás repetir tres veces: Ahora Chiara ve a Jesús”. Chiara pidió que las córneas de sus ojos fueran donadas a dos jóvenes. Murió el 7 de octubre de 1990. Las últimas palabras a su madre fueron: “Sé feliz porque yo lo soy”.

Vea tambien: Beatificacion de joven italiana

Por Carmen Elena Villa | Fuente: Catholic.net

viernes, 17 de septiembre de 2010

El Papa en Gran Bretaña: jóvenes, sed los santos del siglo XXI

LONDRES, viernes 17 de septiembre de 2010 (ZENIT.org).- Ofrecemos a continuación el discurso que el Papa dirigió a los más de 4.000 estudiantes de escuelas católicas inglesas, galesas y escocesas, a quienes se dirigió durante su visita al St. Mary's University College de Twickenham, tras saludar a los religiosos y profesores.

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Queridos hermanos y hermanas en Cristo,

Queridos jóvenes

Quiero manifestaros ante todo mi alegría por estar con vosotros hoy aquí. Os saludo con cariño a todos los que habéis venido a la Universidad de Saint Mary desde las diversas escuelas y facultades católicas de todo el Reino Unido, y a los que seguís este encuentro a través de la televisión o internet. Agradezco al Obispo McMahon su amable bienvenida. Doy las gracias también al coro y a la orquesta por la preciosa música que ha dado comienzo a nuestra celebración, e igualmente deseo expresar mi gratitud a la Señorita Bellot por las amables palabras que me ha dirigido en nombre de todos los jóvenes aquí presentes. Con vistas a los próximos Juegos Olímpicos en Londres, me ha sido grato inaugurar esta fundación deportiva, llamada así en honor del Papa Juan Pablo II, y rezo para que cuantos vengan aquí den gloria a Dios con sus actividades deportivas y disfruten ellos mismos y los demás.

No es frecuente que un Papa u otra persona tenga la posibilidad de hablar a la vez a los alumnos de todas las escuelas católicas de Inglaterra, Gales y Escocia. Y como tengo esta oportunidad, hay algo que deseo enormemente deciros. Espero que, entre quienes me escucháis hoy, esté alguno de los futuros santos del siglo XXI. Lo que Dios desea más de cada uno de vosotros es que seáis santos. Él os ama mucho más de lo jamás podríais imaginar y quiere lo mejor para vosotros. Y, sin duda, lo mejor para vosotros es que crezcáis en santidad.

Quizás alguno de vosotros nunca antes pensó esto. Quizás, alguno opina que la santidad no es para él. Dejad que me explique. Cuando somos jóvenes, solemos pensar en personas a las que respetamos, admiramos y como las que nos gustaría ser. Puede que sea alguien que encontramos en nuestra vida diaria y a quien tenemos una gran estima. O puede que sea alguien famoso. Vivimos en una cultura de la fama, y a menudo se alienta a los jóvenes a modelarse según las figuras del mundo del deporte o del entretenimiento. Os pregunto: ¿Cuáles son las cualidades que veis en otros y que más os gustarían para vosotros? ¿Qué tipo de persona os gustaría ser de verdad?

Cuando os invito a ser santos, os pido que no os conforméis con ser de segunda fila. Os pido que no persigáis una meta limitada y que ignoréis las demás. Tener dinero posibilita ser generoso y hacer el bien en el mundo, pero, por sí mismo, no es suficiente para haceros felices. Estar altamente cualificado en determinada actividad o profesión es bueno, pero esto no os llenará de satisfacción a menos que aspiremos a algo más grande aún. Llegar a la fama, no nos hace felices. La felicidad es algo que todos quieren, pero una de las mayores tragedias de este mundo es que muchísima gente jamás la encuentra, porque la busca en los lugares equivocados. La clave para esto es muy sencilla: la verdadera felicidad se encuentra en Dios. Necesitamos tener el valor de poner nuestras esperanzas más profundas solamente en Dios, no en el dinero, la carrera, el éxito mundano o en nuestras relaciones personales, sino en Dios. Sólo él puede satisfacer las necesidades más profundas de nuestro corazón.

Dios no solamente nos ama con una profundidad e intensidad que difícilmente podremos llegar a comprender, sino que, además, nos invita a responder a su amor. Todos sabéis lo que sucede cuando encontráis a alguien interesante y atractivo, y queréis ser amigo suyo. Siempre esperáis resultar interesantes y atractivos, y que deseen ser vuestros amigos. Dios quiere vuestra amistad. Y cuando comenzáis a ser amigos de Dios, todo en la vida empieza a cambiar. A medida que lo vais conociendo mejor, percibís el deseo de reflejar algo de su infinita bondad en vuestra propia vida. Os atrae la práctica de las virtudes. Comenzáis a ver la avaricia y el egoísmo y tantos otros pecados como lo que realmente son, tendencias destructivas y peligrosas que causan profundo sufrimiento y un gran daño, y deseáis evitar caer en esas trampas. Empezáis a sentir compasión por la gente con dificultades y ansiáis hacer algo por ayudarles. Queréis prestar ayuda a los pobres y hambrientos, consolar a los tristes, deseáis ser amables y generosos. Cuando todo esto comience a sucederos, estáis en camino hacia la santidad.

En vuestras escuelas católicas, hay cada vez más iniciativas, además de las materias concretas que estudiáis y de las diferentes habilidades que aprendéis. Todo el trabajo que realizáis se sitúa en un contexto de crecimiento en la amistad con Dios y todo ello debe surgir de esta amistad. Aprendéis a ser no sólo buenos estudiantes, sino buenos ciudadanos, buenas personas. A medida que avanzáis en los diferentes cursos escolares, debéis ir tomando decisiones sobre las materias que vais a estudiar, comenzando a especializaros de cara a lo que más tarde vais a hacer en la vida. Esto es justo y conveniente. Pero recordad siempre que cuando estudiáis una materia, es parte de un horizonte mayor. No os contentéis con ser mediocres. El mundo necesita buenos científicos, pero una perspectiva científica se vuelve peligrosa si ignora la dimensión religiosa y ética de la vida, de la misma manera que la religión se convierte en limitada si rechaza la legítima contribución de la ciencia en nuestra comprensión del mundo. Necesitamos buenos historiadores, filósofos y economistas, pero si su aportación a la vida humana, dentro de su ámbito particular, se enfoca de manera demasiado reducida, pueden llevarnos por mal camino.

Una buena escuela educa integralmente a la persona en su totalidad. Y una buena escuela católica, además de este aspecto, debería ayudar a todos sus alumnos a ser santos. Sé que hay muchos no-católicos estudiando en las escuelas católicas de Gran Bretaña, y deseo incluiros a todos vosotros en mi mensaje de hoy. Rezo para que también vosotros os sintáis movidos a la práctica de la virtud y crezcáis en el conocimiento y en la amistad con Dios junto a vuestros compañeros católicos. Sois para ellos un signo que les recuerda ese horizonte mayor, que está fuera de la escuela, y de hecho, es bueno que el respeto y la amistad entre miembros de diversas tradiciones religiosas forme parte de las virtudes que se aprenden en una escuela católica. Igualmente, confío en que queráis compartir con otros los valores e ideas aprendidos gracias a la educación cristiana que habéis recibido.

Queridos amigos, os agradezco vuestra atención; os prometo que rezaré por vosotros, y os pido que recéis por mí. Espero veros a muchos de vosotros el próximo agosto, en la Jornada Mundial de la Juventud, en Madrid. Mientras tanto, que Dios os bendiga.



[©Copyright 2010 – Libreria Editrice Vaticana]

Fuente: Zenit.org

martes, 14 de septiembre de 2010

Exaltación de la Santa Cruz

Hacia el año 320 la Emperatriz Elena de Constantinopla encontró la Vera Cruz, la cruz en que murió Nuestro Señor Jesucristo, La Emperatriz y su hijo Constantino hicieron construir en el sitio del descubrimiento la Basílica del Santo Sepulcro, en el que guardaron la reliquia.

Años después, el rey Cosroes II de Persia, en el 614 invadió y conquistó Jerusalén y se llevó la Cruz poniéndola bajo los pies de su trono como signo de su desprecio por el cristianismo. Pero en el 628 el emperador Heraclio logró derrotarlo y recuperó la Cruz y la llevó de nuevo a Jerusalén el 14 de septiembre de ese mismo año. Para ello se realizó una ceremonia en la que la Cruz fuellevada en persona por el emperador a través de la ciudad. Desde entonces, ese día quedó señalado en los calendarios litúrgicos como el de la Exaltación de la Vera Cruz.

El cristianismo es un mensaje de amor. ¿Por qué entonces exaltar la Cruz? Además la Resurrección, más que la Cruz, da sentido a nuestra vida.

Pero ahí está la Cruz, el escándalo de la Cruz, de San Pablo. Nosotros no hubiéramos introducido la Cruz. Pero los caminos de Dios son diferentes. Los apóstoles la rechazaban. Y nosotros también.

La Cruz es fruto de la libertad y amor de Jesús. No era necesaria. Jesús la ha querido para mostrarnos su amor y su solidaridad con el dolor humano. Para compartir nuestro dolor y hacerlo redentor.

Jesús no ha venido a suprimir el sufrimiento: el sufrimiento seguirá presente entre nosotros. Tampoco ha venido para explicarlo: seguirá siendo un misterio. Ha venido para acompañarlo con su presencia. En presencia del dolor y muerte de Jesús, el Santo, el Inocente, el Cordero de Dios, no podemos rebelarnos ante nuestro sufrimiento ni ante el sufrimiento de los inocentes, aunque siga siendo un tremendo misterio.

Jesús, en plena juventud, es eliminado y lo acepta para abrirnos el paraíso con la fuerza de su bondad: "En plenitud de vida y de sendero dio el paso hacia la muerte porque El quiso. Mirad, de par en par, el paraíso, abierto por la fuerza de un Cordero" (Himno de Laudes).

En toda su vida Jesús no hizo más que bajar: en la Encarnación, en Belén, en el destierro. Perseguido, humillado, condenado. Sólo sube para ir a la Cruz. Y en ella está elevado, como la serpiente en el desierto, para que le veamos mejor, para atraernos e infundirnos esperanza. Pues Jesús no nos salva desde fuera, como por arte de magia, sino compartiendo nuestros problemas. Jesús no está en la Cruz para adoctrinarnos olímpicamente, con palabras, sino para compartir nuestro dolor solidariamente.

Pero el discípulo no es de mejor condición que el maestro, dice Jesús. Y añade: "El que quiera venirse conmigo, que reniegue de sí mismo, que cargue con su cruz y me siga". Es fácil seguir a Jesús en Belén, en el Tabor. ¡Qué bien estamos aquí!, decía Pedro. En Getsemaní se duerme, y, luego le niega.

"No se va al cielo hoy ni de aquí a veinte años. Se va cuando se es pobre y se está crucificado" (León Bloy). "Sube a mi Cruz. Yo no he bajado de ella todavía" (El Señor a Juan de la Cruz). No tengamos miedo. La Cruz es un signo más, enriquece, no es un signo menos. El sufrir pasa, el haber sufrido -la madurez adquirida en el dolor- no pasa jamás. La Cruz son dos palos que se cruzan: si acomodamos nuestra voluntad a la de Dios, pesa menos. Si besamos la Cruz de Jesús, besemos la nuestra, astilla de la suya.

Es la ambigüedad del dolor. El que no sufre, queda inmaduro. El que lo acepta, se santifica. El que lo rechaza, se amarga y se rebela.



Autor: evangeliodeldia.org | Fuente: Catholic.net

lunes, 13 de septiembre de 2010

Salmo

Que se alegren y se regocijen en ti
todos los que te buscan
y digan siempre los que desean tu victoria;
«¡Qué grande es el Señor!»

Yo soy pobre y miserable,
pero el Señor piensa en mí;
tú eres mi ayuda y mi libertador,
¡no tardes, Dios mío!

Salmo 39:17-18