jueves, 28 de junio de 2012

El Helecho y el Bambú



Un día decidí darme por vencido...renuncié a mi trabajo, a mi relación, a mi espiritualidad. .. quería renunciar a mi vida.
Fui al bosque para tener una última charla con Dios.

"Dios", le dije. "¿Podrías darme una buena razón para no darme por vencido?" Su respuesta me sorprendió... "

Mira a tu alrededor", El dijo:
"Ves el helecho y el bambú?"
"Sí", respondí.


"Cuando sembré las semillas del helecho y el bambú, las cuidé muy bien. Les di luz. Les di agua. El helecho rápidamente creció.

Su verde brillante cubría el suelo. Pero nada salió de la semilla de bambú. Sin embargo no renuncié al bambú.

En el segundo año el helecho creció más brillante y abundante. Y nuevamente, nada creció de la semilla de bambú. Pero no renuncié al bambú." Dijo Él.

"En el tercer año, aun nada brotó de la semilla de bambú. Pero no renuncié." Me dijo.

"En el cuarto año, nuevamente, nada salió de la semilla de bambú. "No renuncié" dijo.


"Luego en el quinto año un pequeño brote salió de la tierra.
En comparación con el helecho era aparentemente muy pequeño e insignificante. Pero sólo 6 meses después el bambú creció a más de 100 pies de altura. Se la había pasado cinco años echando raíces.

Aquellas raíces lo hicieron fuerte y le dieron lo que necesitaba para sobrevivir.

"No le daría a ninguna de mis creaciones un reto que no pudiera sobrellevar" Él me dijo. "¿Sabías que todo este tiempo que has estado luchando, realmente has estado echando raíces?"

"No renunciaría al bambú. Nunca renunciaría a ti. No te compares con otros" Me dijo. "El bambú tenía un propósito diferente al del helecho, sin embargo, ambos eran necesarios y hacían del bosque un lugar hermoso".

"Tu tiempo vendrá" Dios me dijo. "¡Crecerás muy alto!"
"¿Qué tan alto debo crecer?" Pregunté.
"¿Qué tan alto crecerá el bambú?" Me preguntó en respuesta.
"¿Tan alto como pueda?" Indagué.

Espero que estas palabras puedan ayudarte a entender que Dios nunca renunciará a ti.

Nunca te arrepientas de un día en tu vida. Los buenos días te dan felicidad. Los malos días te dan experiencia. Ambos son esenciales para la vida. Continúa...

La felicidad te mantiene Dulce,
Los intentos te mantienen Fuerte,
Las penas te mantienen Humano,
Las caídas te mantienen Humilde,
El éxito te mantiene Brillante.
Pero sólo Dios te mantiene Caminando...
 
Fuente: http://www.oleadajoven.org.ar

miércoles, 27 de junio de 2012

Déjate encontrar por Cristo, es la gracia de las gracias

En Jesús, penetras en la plenitud de Dios y profundizas tu verdad de hombre. Es preciso pues ir a él como al fundamento y fuente de tu existencia. En todas las edades de tu vida, tienes que redescubrir a Cristo como una persona viva que polariza y unifica tus deseos, da un sentido a tu historia. Cuando no se busca con todas las fuerzas de su ser a Cristo vivo, la vida se hace insoportable. Como Pablo, debes poder decir: "Para mí, vivir, es Cristo". ¿Es Jesús el sujeto de tu propia vida? ¿Tienes sed de verle, de hablarle, de estar unido a él, en una palabra de encontrarte con él cara a cara? Mientras exista en tu vida una parte, por mínima que sea, que no haya sido incendiada por Jesús, no serás evangelizado.

Debes encontrarle y tratar con él a todas horas para que llegues a ser un mismo ser con Él. Jesús no es un personaje histórico, ni un acontecimiento del pasado; por su resurrección, se ha convertido en un misterio vivo que puedes experimentar espiritualmente. No hagas desesperados esfuerzos para alcanzarle en algún espacio interestelar, está muy cerca de ti, en ti, pues habita en tu corazón por la fe.

Puedes hacer la experiencia personal de Jesús presente y vivo en ti. Por más que te lo describa, que comente el Evangelio, que te hable de su psicología, si no lo has encontrado en un contacto vivo e íntimo, mis palabras no son más que bronce que suena. Hay demasiados apóstoles que hablan de Jesucristo sin vivirlo y experimentarlo por dentro. No te quedes fuera del suceso relatado por el Evangelio, en el centro de la narración está siempre la persona de Jesús y su misterio.

No te imagines que vas a encontrar a Cristo si no aceptas el consagrar largos ratos a contemplarle en oración silenciosa. Que sea él el único objeto de tu atención y de tu corazón. Enfoca tu cámara sobre la persona de Jesús para tratar de discernir, más allá de su rostro y de sus palabras, el secreto de su misterio. No eres tú el que le busca, es él quien se te quiere revelar. A la pregunta del ciego de nacimiento que quiere conocer al Hijo de Dios, Jesús responde: "Le has visto; el que está hablando contigo, ése es". No te pongas a competir con él en el afecto, déjate amar por él.

Jesús se dirige a ti en lo más secreto de tu persona; te desvela su gloria y te plantea una sola pregunta: "¿Quién soy yo para ti?" Tú no le puedes responder a ella sin una acción profunda del Espíritu Santo que se afana dentro de ti para revelarte a Cristo. Por eso devuélvele su pregunta y dile: "¿Quién eres tú, Señor?". En esa mirada que viene hacia ti, se descubrirá el rostro de Cristo y entonces nacerá esa relación de amistad en la que dos hermanos se miran cara a cara.

Debes llegar a un conocimiento de Cristo sin intermediarios ni mediadores. Lo que pides aquí en la oración, no es un conocimiento externo fruto del trabajo de la inteligencia o del esfuerzo de la voluntad, sino la invasión de Jesús en ti. El conocimiento que de ella se sigue es el de un ser conocido y amado desde el interior, más allá de las palabras y de las cosas.

A través de una relación de amistad, san Juan ha hecho esta experiencia personal de Jesús. Pídele esa misma gracia saboreando estas palabras: "Lo que existía desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que contemplamos y tocaron nuestras manos acerca de la Palabra de vida, ...os lo anunciamos" (1 Jn 1, 13).

Dejándote encontrar por Jesús, gustarás su presencia y su amistad, pero no te retendrá para él pues él está orientado totalmente al Padre. Y ahí está la paradoja del encuentro con Jesús: cuanto más íntimo y familiar te haces a él, más te realiza él en cuanto hombre y más te arrastra al seno del Padre. No has terminado de sondear sus abismos. El encuentro con Jesús te lanza también hacia los demás. "Vé a tus hermanos", para anunciarles la Buena Noticia que has experimentado y que es lo único que puede llenar el corazón de los hombres.
 
Fuente. Catholic.net

miércoles, 20 de junio de 2012

La oración abre las puertas al misterio del Plan de Dios

Ciudad del Vaticano , 20 Jun. 12 (AICA) En la audiencia general de hoy, celebrada en el Aula Pablo VI, Benedicto XVI, prosiguió la catequesis sobre la oración en las Cartas de San Pablo

“A menudo -dijo -rezamos para pedir ayuda en nuestras necesidades es normal porque necesitamos ayuda, la ayuda de los demás, de Dios. Tenemos también que tener en cuenta que la oración que Cristo nos enseño, el Padre nuestro es una oración de petición, y con esta plegaria, el Señor nos enseña las prioridades.

Por lo tanto, si es normal que en la oración pidamos algo, no tiene que ser exclusivamente así. Hay también motivos para dar las gracias porque de Dios recibimos tantas cosas buenas. Asimismo, la oración tiene que ser una alabanza; si abrimos el corazón nos damos cuenta, a pesar de todos los problemas, de la belleza y la bondad de la creación”.

En el primer capítulo de la Carta a los Efesios, san Pablo bendice a Dios porque nos hizo conocer el “misterio de su voluntad”. Para los creyentes -dijo el Papa- el “misterio” no es tanto lo desconocido, sino más bien la voluntad misericordiosa de Dios, su designio de amor que en Jesucristo se revela plenamente y nos da la capacidad de comprender con todos los santos cuál es su amplitud y su profundidad”. El misterio ignoto de Dios se revela y es que Dios nos ama, desde el inicio, desde la eternidad.

El Apóstol reflexiona sobre las razones de esta alabanza presentando los elementos clave del plan divino y sus etapas. “En primer lugar tenemos que bendecir a Dios Padre, porque nos llamó a la existencia, a la santidad desde siempre estuvimos en su designio. La vocación a la santidad, a la comunión con Dios pertenece a su plan eterno, un plan que abarca la historia y que incluye a todos los hombres y mujeres del mundo porque es una llamada universal. Dios no excluye a nadie, su plan es sólo de amor. El apóstol subraya la gratuidad de este plan maravilloso de Dios para la humanidad”.

En el centro de la plegaria de alabanza, San Pablo muestra la forma en que se realiza el plan de salvación del Padre en Cristo. “El sacrificio de la cruz de Cristo es el acontecimiento único e irrepetible con el que el Padre demostró su amor por nosotros, no sólo con palabras sino en términos concretos. Dios es tan concreto que su amor entra en la historia; se hace hombre para saber cómo se vive y se siente en este mundo. Tan concreto es su amor, que participa no solo de nuestro ser, sino también de nuestro sufrir y nuestro morir. El Sacrificio de la Cruz hace que nos convirtamos en propiedad de Dios. La sangre de Cristo nos limpia de todo mal, nos libra de la esclavitud del pecado y la muerte”.

Por último, la bendición divina se cierra con una referencia al Espíritu Santo, efundido en nosotros. “La redención no concluyó todavía alcanzará su plenitud cuando los que Dios ha adquirido, serán completamente salvados. Todos nos encaminamos hacia la redención. Y tenemos que aceptar que ese camino es también nuestro, porque Dios quiere que seamos criaturas libres, que nuestro sí sea libre. Caminamos por este camino de redención con Cristo, y así la redención se cumple”.

En la oración - finalizó el Santo Padre- aprendemos a ver “los signos de este plan misericordioso en el camino de la Iglesia. Así crecemos en el amor de Dios, abriendo la puerta para que la Santísima Trinidad venga a habitar en nosotros, ilumine y guíe nuestra existencia. La oración genera hombres y mujeres animados, no por el egoísmo, el deseo de poseer, o la sed de poder, sino por la gratuidad, el deseo de amar, la sed de servir; es decir, animados por Dios: solo así se puede llevar luz a la oscuridad del mundo”.



Fuente: AICA

martes, 12 de junio de 2012

Comunión y contemplación eucarística son inseparables

Ciudad del Vaticano , 8 Jun. 12 (AICA) En la solemnidad del Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo (Corpus Christi), Benedicto XVI celebró ayer, jueves 7 de junio, la Misa en la basílica de San Juan de Letrán, la catedral de Roma, ciudad de la que el Papa es obispo.

Posteriormente presidió la procesión eucarística que, recorriendo la via Merulana terminó en la basílica de Santa María Mayor. En el transcurso de la Misa el Papa pronunció una homilía centrada en el culto eucarístico y su sacralidad, hablando en primer lugar de la adoración del Santísimo Sacramento.

“Una interpretación unilateral del Concilio Vaticano II –dijo el Papa- penalizó esta dimensión, restringiendo prácticamente la Eucaristía al momento de la celebración. Efectivamente, fue muy importante reconocer la centralidad de la celebración, en la que el Señor convoca a su pueblo, lo reúne alrededor de la doble mesa de la Palabra y del Pan de vida, lo nutre y lo une a Sí, en la oferta del Sacrificio”.

“Esta valoración de la asamblea litúrgica, en la que el Señor obra y realiza su misterio de comunión, obviamente, sigue siendo válida, pero hay que volver a situarla con un equilibrio justo. Si se concentra toda la relación con Jesús-Eucaristía sólo en el momento de la Santa Misa, se corre el riesgo de vaciar de su presencia el resto del tiempo y del espacio existenciales. Y, haciendo así, se percibe menos el sentido de la presencia constante de Jesús en medio de nosotros y con nosotros, una presencia concreta, cercana”.

“Es un error -subrayó el pontífice- contraponer la celebración y la adoración, como si una y otra estuvieran en competencia, cuando es precisamente, todo lo contrario: el culto del Santísimo Sacramento constituye el ‘ambiente’ espiritual en que la comunidad puede celebrar, bien y en verdad, la Eucaristía. Sólo si la acción litúrgica está precedida, acompañada y seguida por esta actitud interior de fe y de adoración, expresará plenamente su significado y su valor”.

El Papa recordó que en el momento de la adoración, estamos todos en el mismo plano, “de rodillas ante el Sacramento del Amor” y que “el sacerdocio común y el ministerial se encuentran unidos en el culto eucarístico” “Estar todos en silencio prolongado ante el Señor presente en su Sacramento -observó- es una de las experiencias más auténticas de nuestro ser Iglesia, que se acompaña de forma complementaria con la de celebrar la Eucaristía. Comunión y contemplación no se pueden separar; están unidas”. Y, si falta esa segunda dimensión “la misma comunión sacramental puede convertirse, para nosotros, en un gesto superficial”.

Hablando del segundo punto, la sacralidad de la Eucaristía, Benedicto XVI afirmó que esta aspecto también había adolecido en el pasado reciente de “un malentendido sobre el mensaje auténtico de la Sagrada Escritura. La novedad cristiana, en lo que respecta al culto, sufrió, en los años sesenta y setenta del siglo pasado, la influencia de una mentalidad secularizada. Es verdad, y es siempre válido, que el centro del culto ya no está en los ritos y en los sacrificios antiguos, sino en Cristo mismo, en su persona, en su vida, en su misterio pascual. Y, sin embargo, de esta novedad fundamental no hay que deducir que lo sagrado ya no existe”.

Cristo “no abolió lo sagrado; lo llevó a su cumplimiento, inaugurando un nuevo culto que es verdaderamente espiritual pero, hasta que estemos en camino en el tiempo, se sirve todavía de signos y de ritos, que desaparecerán sólo al final, en la Jerusalén celeste, donde ya no habrá ningún templo”.

Además, “lo sagrado tiene una función educativa y su desaparición empobrece, inevitablemente, la cultura, en particular, la formación de las nuevas generaciones”.

Si, por ejemplo, -continuó Benedicto XVI-, en nombre de una fe secularizada, que no requiera signos sagrados, se aboliera esta procesión ciudadana del Corpus Domini, el perfil espiritual de Roma quedaría ‘mermado’ y nuestra conciencia personal y comunitaria quedaría debilitada. O, pensemos también en una mamá y en un papá que, en nombre de una fe desacralizada, privaran a sus hijos de toda ritualidad religiosa: en realidad, acabarían por dejar el campo libre a tantos subrogados presentes en la sociedad del consumo, a otros ritos y a otros signos, que con mayor facilidad se pueden volver ídolos”.

“Dios, nuestro Padre envió a su Hijo al mundo, no para abolir lo sagrado, sino para darle cumplimiento. En el culmen de esta misión, en la Última Cena, Jesús instituyó el Sacramento de su Cuerpo y de su Sangre, el Memorial de su Sacrificio pascual. Haciendo así, se puso en lugar de los sacrificios antiguos; pero lo hizo dentro de un rito -que mandó perpetuar a los apóstoles- como signo supremo de lo verdaderamente sagrado: Él mismo”.

Con esta fe –concluyó diciendo el Papa en su homilía– nosotros celebramos hoy y cada día el Misterio eucarístico y lo adoramos como centro de nuestra vida y corazón del mundo”.
 
 
Fuente: AICA