jueves, 2 de agosto de 2018

La Batalla Final

Nota: Este es un artículo del P. Gabriel Lauria, quien es vice-asesor de la RCC, publicado en el boletín de la RCC Argentina, me parece interesante compartirlo.

La Batalla Final

El siguiente artículo está basado en un opúsculo de Ralph Martin que lleva el título “La Batalla Final"

Profanaciones, sacrilegios y matanza de sacerdotes y fieles en Nicaragua, la falta de tolerancia en Venezuela con el consecuente hambre de hombres, mujeres y niños, una guerra casi interminable en Siria, representaciones sacrílegas en Rafaela, un silencio de los Medio de Comunicación Social jamás visto con respecto a las marchas y manifestaciones a favor de la vida, ataques feroces de periodistas y actores y actrices contra la Iglesia y sus miembros, etc., etc., etc.

Podríamos añadir una cantidad incontable de situaciones…

Con ocasión de la visita de Ralph Martin a la Argentina, para la predicación del Retiro Nacional de Sacerdotes y el Encuentro Nacional “Nuestra Identidad” tuve la oportunidad de charlar personalmente con él. En ese diálogo (traductor de por medio dado mi casi nulo conocimiento del idioma inglés) pude preguntarle por un pequeño folleto escrito por él llamado “La Batalla final”. Él me expresaba que lo escribió al reflexionar sobre unas palabras del entonces Nuncio apostólico de los Estados Unidos, Mons. Carlo María Viganó en un discurso a la Conferencia Episcopal de los Estados Unidos.

En ese discurso, el Nuncio citó las palabras del entonces Cardenal Wojtyla (San juan Pablo II) que decía: “Estamos hoy, ante la mayor confrontación histórica que la humanidad haya experimentado alguna vez. No creo que el gran círculo de la sociedad americana, o todo el amplio circulo de la comunidad cristiana se dé cuenta esto completamente. Ahora nos enfrentamos a la batalla final entre la Iglesia y la anti-iglesia, entre el Evangelio y el anti-evangelio, entre Cristo y el anticristo. Este enfrentamiento se encuentra dentro de los planes de la Divina Providencia. Está por lo tanto en el plan de Dios, y es un reto que la Iglesia debe asumir y afrontar con valentía” (Discurso en el Congreso Eucarístico de 1976)

Las palabras proféticas del entonces Cardenal nos recuerdan las palabras de Pablo en 2Ts 2, 3-12 (no las transcribo para que no sea demasiado largo). En esas palabras del Apóstol de los Gentiles se delinean dos sucesos: la gran rebelión o apostasía (abandono total de la fe o vida de tibieza y sin compromiso) y la supresión del obstáculo que impide la manifestación de la iniquidad (podríamos leer Rm 2 y parecerá la tapa de cualquier periódico de hoy). Estamos asistiendo a la supresión sistemática de todas las defensas contra el mal en un sorprendente “tsunami de secularismo”. Si miramos con atención nuestro mundo, la sociedad, podemos descubrir que ambos elementos se van concretizando en el día a día de hombres y mujeres y más grave aún en hombres y mujeres bautizados.

Hay 2 mentiras que el “padre de la mentira” nos quiere hacer creer.

La primera: “Dios es tan bueno y misericordioso que casi nadie se va a condenar”. Esta perversa mentira ha sido lamentablemente aceptada y asumida por muchos católicos invirtiendo el sentido de las palabras de Jesús en Mt 7,13-14 o en Lc 13,23-24. El Concilio Vaticano II lo aclara: “No se salva, sin embargo, aunque esté incorporado a la Iglesia, quien, no perseverando en la caridad, permanece en el seno de la Iglesia «en cuerpo», mas no «en corazón». Pero no olviden todos los hijos de la Iglesia que su excelente condición no deben atribuirla a los méritos propios, sino a una gracia singular de Cristo, a la que, si no responden con pensamiento, palabra y obra, lejos de salvarse, serán juzgados con mayor severidad.

La segunda: “Reclamar misericordia y continuar con una vida de pecado”. El arrepentimiento debe implicar un cambio de toda nuestra existencia, armonizando nuestras vidas con la voluntad de Dios. Lo que significa darle la espalda al pecado y abandonarse a la acción transformadora del Espíritu Santo para crecer en la virtud. Nuevamente San Pablo nos lo recuerda en 1Cor 6,9-10, en Gal 5,13.19-21 y en Ef5,5-6.

¿Qué debemos hacer?

Esbozo algunas respuestas, no son todas y mucho menos las únicas.
  • Apartar de nosotros definitivamente el pecado. No es solamente no pecar sino vivir muy cerca del Señor por la lectura meditada de la Palabra de Dios; la Confesión frecuente; la Eucaristía, no solo dominical sino también dentro de nuestras posibilidades la ferial.
  • Orar y ofrecer sacrificios y ayunos por la conversión y salvación de las almas (conocidas o no). Realizar actos de reparación por las ofensas, blasfemias y sacrilegios realizados contra nuestro Señor Jesucristo y su Santísima Madre. Nunca estarán de más los Jericó de alabanzas y la adoración nocturna.
  • Reavivar nuestro fervor apostólico diciendo sí a la llamada del Señor, fortaleciendo nuestro Grupos de Oración y Comunidades para que sean cenáculos de oración pentecostal, realizando Seminarios de Vida (tal como lo pidiera nuestro Papa Francisco) que llamen a la conversión de quienes lo realizan.
  • Seguir manifestando públicamente nuestra fe y nuestras convicciones aunque eso signifique la burla y el oprobio.

"Les digo esto para que encuentren la paz en mí. En el mundo tendrán que sufrir; pero tengan valor: yo he vencido al mundo". Jn 16, 33

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