martes, 11 de diciembre de 2018

Aborto en Concordia: "Ningún protocolo puede alterar la Constitución que protege la vida"

El obispo de Concordia, monseñor Luis Armando Collazuol, expresó su “profundo dolor” por el caso de aborto practicado en un hospital público de esta ciudad enterriana a una adolescente en el quinto mes de su embarazo, por orden judicial, y cuyo bebé nació con vida y lo dejaron agonizar por diez horas. 

“Ningún derecho individual puede justificar la eliminación de la vida humana del que no se puede defender. Cuando una mujer está embarazada, no hablamos de una vida sino de dos, la de la madre y la de su hijo o hija en gestación. Ambas deben ser preservadas y respetadas. El derecho a la vida es el derecho humano fundamental”, subrayó en un comunicado. 

“Ningún ‘protocolo’ de actuación puede alterar el contenido de la Constitución Nacional en cuanto protege a la persona humana desde la concepción, ni su correspondiente derecho a la vida garantizado palmariamente por la Constitución Nacional y por los tratados internacionales incorporados a nuestra Carta Magna, con jerarquía constitucional”, aseveró. 

Monseñor Collazuol reclamó a las autoridades provinciales dictar una resolución que deje sin efecto el “Protocolo para la atención integral de las personas con derecho a la interrupción legal de embarazo”, e hizo suyas palabras del papa Francisco en cuanto a la protección del niño por nacer. 

“La defensa del inocente que no ha nacido… debe ser clara, firme y apasionada, porque allí está en juego la dignidad de la vida humana, siempre sagrada, y lo exige el amor a cada persona más allá de su desarrollo”, concluyó citando la exhortación apostólica Gaudete et exsultate. Fuente: AICA

viernes, 3 de agosto de 2018

El Papa aprueba una nueva redacción del artículo del Catecismo sobre la pena de muerte

La Oficina de Prensa de la Santa Sede dio a conocer hoy, jueves 2 de agosto, el texto de la nueva redacción del artículo 2267 del Catecismo de la Iglesia Católica sobre la pena de muerte. El texto, aprobado por el papa Francisco el 11 de mayo, durante la audiencia concedida al prefecto de la Congregación para la Doctrina de Fe, cardenal Luis Francisco Ladaria Ferrer, reitera que "la pena de muerte es inadmisible, porque atenta contra la inviolabilidad y la dignidad de la persona". 

"Durante mucho tiempo el recurso a la pena de muerte por parte de la autoridad legítima, después de un debido proceso, fue considerado una respuesta apropiada a la gravedad de algunos delitos y un medio admisible, aunque extremo, para la tutela del bien común", inicia el texto del mencionado artículo y añade: "Hoy está cada vez más viva la conciencia de que la dignidad de la persona no se pierde ni siquiera después de haber cometido crímenes muy graves. Además, se ha extendido una nueva comprensión acerca del sentido de las sanciones penales por parte del Estado. En fin, se han implementado sistemas de detención más eficaces, que garantizan la necesaria defensa de los ciudadanos, pero que, al mismo tiempo, no le quitan al reo la posibilidad de redimirse definitivamente". 

"Por tanto, la Iglesia enseña, a la luz del Evangelio, que la pena de muerte es inaceptable porque atenta contra la dignidad de la persona, y se comprometen con determinación para su abolición en todo el mundo", concluye la nueva redacción del artículo 2257. 

La Congregación para la Doctrina de la Fe acompañó el nuevo texto con una carta, firmada por el cardenal Luis Francisco Ladaria Ferrer, prefecto de la Congregación, dirigida a los obispos del mundo en la que señala que la nueva formulación de n. 2267 del Catecismo de la Iglesia Católica “quiere ser un impulso a un compromiso firme, mediante "un diálogo respetuoso con las autoridades políticas, para que se favorezca una mentalidad que reconozca la dignidad de cada vida humana y se creen las condiciones que permitan eliminar hoy la institución jurídica de la pena de muerte ahí donde todavía está en vigor". 

Asimismo, destacan que “la nueva redacción del n. 2267 del Catecismo de la Iglesia Católica, aprobado por el papa Francisco, se sitúa en continuidad con el Magisterio precedente, llevando adelante un desarrollo coherente de la doctrina católica”. 

Carta a los Obispos 

1. El Santo Padre Francisco, en el discurso con ocasión del vigésimo quinto aniversario de la publicación de la Constitución Apostólica "Fidei depositum", con la cual Juan Pablo II promulgó el Catecismo de la Iglesia Católica, pidió que fuera reformulada la enseñanza sobre la pena de muerte, para recoger mejor el desarrollo de la doctrina que este punto ha tenido en los últimos tiempos. Este desarrollo descansa principalmente en la conciencia cada vez más clara en la Iglesia del respeto que se debe a toda vida humana. En esta línea, Juan Pablo II afirmó: «Ni siquiera el homicida pierde su dignidad personal y Dios mismo se hace su garante». 

2. En este sentido, debe comprenderse la actitud hacia la pena de muerte que se ha afirmado cada vez más en la enseñanza de los pastores y en la sensibilidad del pueblo de Dios. En efecto, si de hecho la situación política y social del pasado hacía de la pena de la muerte un instrumento aceptable para la tutela del bien común, hoy es cada vez más viva la conciencia de que la dignidad de la persona no se pierde ni siquiera luego de haber cometido crímenes muy graves. Además, se ha extendido una nueva comprensión acerca del sentido de las sanciones penales por parte del Estado. En fin, se han implementado sistemas de detención más eficaces, que garantizan la necesaria defensa de los ciudadanos, han dado lugar a una nueva conciencia que reconoce la inadmisibilidad de la pena de muerte y por lo tanto pide su abolición. 

3. En este desarrollo, es de gran importancia la enseñanza de la Carta Encíclica "Evangelium vitae" de Juan Pablo II. El Santo Padre enumeraba entre los signos de esperanza de una nueva civilización de la vida «la aversión cada vez más difundida en la opinión pública a la pena de muerte, incluso como instrumento de “legítima defensa” social, al considerar las posibilidades con las que cuenta una sociedad moderna para reprimir eficazmente el crimen de modo que, neutralizando a quien lo ha cometido, no se le prive definitivamente de la posibilidad de redimirse». La enseñanza de "Evangelium vitae" fue recogida más tarde en la editio typica del Catecismo de la Iglesia Católica. En este, la pena de muerte no se presenta como una pena proporcional a la gravedad del delito, sino que se justifica solo si fuera «el único camino posible para defender eficazmente del agresor injusto las vidas humanas», aunque si de hecho «los casos en los que sea absolutamente necesario suprimir al reo suceden muy rara vez, si es que ya en realidad se dan algunos» (n. 2267). 

4. Juan Pablo II también intervino en otras ocasiones contra la pena de muerte, apelando tanto al respeto de la dignidad de la persona como a los medios que la sociedad actual posee para defenderse del criminal. Así, en el Mensaje navideño de 1998, auguraba "en el mundo el consenso sobre medidas urgentes y adecuadas… para desterrar la pena de muerte". Un mes después, en los Estados Unidos, repitió: "Un signo de esperanza es el reconocimiento cada vez mayor de que nunca hay que negar la dignidad de la vida humana, ni siquiera a alguien que haya hecho un gran mal. La sociedad moderna posee los medios para protegerse, sin negar definitivamente a los criminales la posibilidad de enmendarse. Renuevo el llamamiento que hice recientemente, en Navidad, para que se decida abolir la pena de muerte, que es cruel e innecesaria". 

5. El impulso de comprometerse con la abolición de la pena de muerte continuó con los sucesivos pontífices. Benedicto XVI llamaba "la atención de los responsables de la sociedad sobre la necesidad de hacer todo lo posible para llegar a la eliminación de la pena capital". Y luego auguraba a un grupo de fieles que "sus deliberaciones puedan alentar iniciativas políticas y legislativas, promovidas en un número cada vez mayor de países, para eliminar la pena de muerte y continuar los progresos sustanciales realizados para adecuar el derecho penal tanto a las necesidades de la dignidad humana de los prisioneros como al mantenimiento efectivo del orden público". 

6. En esta misma perspectiva, el papa Francisco reiteró que «hoy la pena de muerte es inadmisible, por cuan grave haya sido el delito del condenado». La pena de muerte, independientemente de las modalidades de ejecución, «implica un trato cruel, inhumano y degradante». Debe también ser rechazada «en razón de la defectiva selectividad del sistema penal y frente a la posibilidad del error judicial». Es en este sentido en el que el papa Francisco ha pedido una revisión de la formulación del Catecismo de la Iglesia Católica sobre la pena de muerte, de modo que se afirme que «por muy grave que haya sido el crimen, la pena de muerte es inadmisible porque atenta contra la inviolabilidad y la dignidad de la persona». 

7. La nueva redacción del n. 2267 del Catecismo de la Iglesia Católica, aprobado por el papa Francisco, se sitúa en continuidad con el Magisterio precedente, llevando adelante un desarrollo coherente de la doctrina católica. El nuevo texto, siguiendo los pasos de la enseñanza de Juan Pablo II en "Evangelium vitae", afirma que la supresión de la vida de un criminal como castigo por un delito es inadmisible porque atenta contra la dignidad de la persona, dignidad que no se pierde ni siquiera después de haber cometido crímenes muy graves. A esta conclusión se llega también teniendo en cuenta la nueva comprensión de las sanciones penales aplicadas por el Estado moderno, que deben estar orientadas ante todo a la rehabilitación y la reinserción social del criminal. Finalmente, dado que la sociedad actual tiene sistemas de detención más eficaces, la pena de muerte es innecesaria para la protección de la vida de personas inocentes. Ciertamente, queda en pie el deber de la autoridad pública de defender la vida de los ciudadanos, como ha sido siempre enseñado por el Magisterio y como lo confirma el Catecismo de la Iglesia Católica en los números 2265 y 2266. 

8. Todo esto muestra que la nueva formulación del n. 2267 del Catecismo expresa un auténtico desarrollo de la doctrina que no está en contradicción con las enseñanzas anteriores del Magisterio. De hecho, estos pueden ser explicados a la luz de la responsabilidad primaria de la autoridad pública de tutelar el bien común, en un contexto social en el cual las sanciones penales se entendían de manera diferente y acontecían en un ambiente en el cual era más difícil garantizar que el criminal no pudiera reiterar su crimen. 

9. En la nueva redacción se agrega que la conciencia de la inadmisibilidad de la pena de muerte ha crecido "a la luz del Evangelio". El Evangelio, en efecto, ayuda a comprender mejor el orden de la Creación que el Hijo de Dios ha asumido, purificado y llevado a plenitud. Nos invita también a la misericordia y a la paciencia del Señor que da tiempo a todos para convertirse. 

10. La nueva formulación del n. 2267 del Catecismo de la Iglesia Católica quiere ser un impulso para un compromiso firme, incluso a través de un diálogo respetuoso con las autoridades políticas, para que se favorezca una mentalidad que reconozca la dignidad de cada vida humana y se creen las condiciones que permitan eliminar hoy la institución jurídica de la pena de muerte ahí donde todavía está en vigor. 

El Sumo Pontífice Francisco, en la audiencia concedida al infrascrito Secretario el 28 de junio de 2018, ha aprobado la presente Carta, decidida en la Sesión Ordinaria de esta Congregación el 13 de junio de 2018, y ha ordenado su publicación. 

Dado en Roma, en la sede de la Congregación para la Doctrina de la Fe, el 1º de agosto de 2018, Memoria de San Alfonso María de Ligorio.


Fuente: AICA

jueves, 2 de agosto de 2018

La Batalla Final

Nota: Este es un artículo del P. Gabriel Lauria, quien es vice-asesor de la RCC, publicado en el boletín de la RCC Argentina, me parece interesante compartirlo.

La Batalla Final

El siguiente artículo está basado en un opúsculo de Ralph Martin que lleva el título “La Batalla Final"

Profanaciones, sacrilegios y matanza de sacerdotes y fieles en Nicaragua, la falta de tolerancia en Venezuela con el consecuente hambre de hombres, mujeres y niños, una guerra casi interminable en Siria, representaciones sacrílegas en Rafaela, un silencio de los Medio de Comunicación Social jamás visto con respecto a las marchas y manifestaciones a favor de la vida, ataques feroces de periodistas y actores y actrices contra la Iglesia y sus miembros, etc., etc., etc.

Podríamos añadir una cantidad incontable de situaciones…

Con ocasión de la visita de Ralph Martin a la Argentina, para la predicación del Retiro Nacional de Sacerdotes y el Encuentro Nacional “Nuestra Identidad” tuve la oportunidad de charlar personalmente con él. En ese diálogo (traductor de por medio dado mi casi nulo conocimiento del idioma inglés) pude preguntarle por un pequeño folleto escrito por él llamado “La Batalla final”. Él me expresaba que lo escribió al reflexionar sobre unas palabras del entonces Nuncio apostólico de los Estados Unidos, Mons. Carlo María Viganó en un discurso a la Conferencia Episcopal de los Estados Unidos.

En ese discurso, el Nuncio citó las palabras del entonces Cardenal Wojtyla (San juan Pablo II) que decía: “Estamos hoy, ante la mayor confrontación histórica que la humanidad haya experimentado alguna vez. No creo que el gran círculo de la sociedad americana, o todo el amplio circulo de la comunidad cristiana se dé cuenta esto completamente. Ahora nos enfrentamos a la batalla final entre la Iglesia y la anti-iglesia, entre el Evangelio y el anti-evangelio, entre Cristo y el anticristo. Este enfrentamiento se encuentra dentro de los planes de la Divina Providencia. Está por lo tanto en el plan de Dios, y es un reto que la Iglesia debe asumir y afrontar con valentía” (Discurso en el Congreso Eucarístico de 1976)

Las palabras proféticas del entonces Cardenal nos recuerdan las palabras de Pablo en 2Ts 2, 3-12 (no las transcribo para que no sea demasiado largo). En esas palabras del Apóstol de los Gentiles se delinean dos sucesos: la gran rebelión o apostasía (abandono total de la fe o vida de tibieza y sin compromiso) y la supresión del obstáculo que impide la manifestación de la iniquidad (podríamos leer Rm 2 y parecerá la tapa de cualquier periódico de hoy). Estamos asistiendo a la supresión sistemática de todas las defensas contra el mal en un sorprendente “tsunami de secularismo”. Si miramos con atención nuestro mundo, la sociedad, podemos descubrir que ambos elementos se van concretizando en el día a día de hombres y mujeres y más grave aún en hombres y mujeres bautizados.

Hay 2 mentiras que el “padre de la mentira” nos quiere hacer creer.

La primera: “Dios es tan bueno y misericordioso que casi nadie se va a condenar”. Esta perversa mentira ha sido lamentablemente aceptada y asumida por muchos católicos invirtiendo el sentido de las palabras de Jesús en Mt 7,13-14 o en Lc 13,23-24. El Concilio Vaticano II lo aclara: “No se salva, sin embargo, aunque esté incorporado a la Iglesia, quien, no perseverando en la caridad, permanece en el seno de la Iglesia «en cuerpo», mas no «en corazón». Pero no olviden todos los hijos de la Iglesia que su excelente condición no deben atribuirla a los méritos propios, sino a una gracia singular de Cristo, a la que, si no responden con pensamiento, palabra y obra, lejos de salvarse, serán juzgados con mayor severidad.

La segunda: “Reclamar misericordia y continuar con una vida de pecado”. El arrepentimiento debe implicar un cambio de toda nuestra existencia, armonizando nuestras vidas con la voluntad de Dios. Lo que significa darle la espalda al pecado y abandonarse a la acción transformadora del Espíritu Santo para crecer en la virtud. Nuevamente San Pablo nos lo recuerda en 1Cor 6,9-10, en Gal 5,13.19-21 y en Ef5,5-6.

¿Qué debemos hacer?

Esbozo algunas respuestas, no son todas y mucho menos las únicas.
  • Apartar de nosotros definitivamente el pecado. No es solamente no pecar sino vivir muy cerca del Señor por la lectura meditada de la Palabra de Dios; la Confesión frecuente; la Eucaristía, no solo dominical sino también dentro de nuestras posibilidades la ferial.
  • Orar y ofrecer sacrificios y ayunos por la conversión y salvación de las almas (conocidas o no). Realizar actos de reparación por las ofensas, blasfemias y sacrilegios realizados contra nuestro Señor Jesucristo y su Santísima Madre. Nunca estarán de más los Jericó de alabanzas y la adoración nocturna.
  • Reavivar nuestro fervor apostólico diciendo sí a la llamada del Señor, fortaleciendo nuestro Grupos de Oración y Comunidades para que sean cenáculos de oración pentecostal, realizando Seminarios de Vida (tal como lo pidiera nuestro Papa Francisco) que llamen a la conversión de quienes lo realizan.
  • Seguir manifestando públicamente nuestra fe y nuestras convicciones aunque eso signifique la burla y el oprobio.

"Les digo esto para que encuentren la paz en mí. En el mundo tendrán que sufrir; pero tengan valor: yo he vencido al mundo". Jn 16, 33

viernes, 29 de septiembre de 2017

Oración a San Miguel Arcangel por S.S. León XIII




San Miguel Arcángel, defiéndenos en la batalla, sé nuestro amparo contra la perversidad y las asechanzas del demonio. Reprímale Dios pedimos suplicantes; y tú, Príncipe de la milicia celestial, arroja al infierno con tu divino poder a Satanás y a los otros espíritus malignos que andan dispersos por el mundo para la perdición de las almas. Amén.