martes, 29 de noviembre de 2011

No hay futuro para la humanidad sino cuidamos la Creación

Ciudad del Vaticano , 29 Nov. 11 (AICA) El Santo Padre recibió este lunes en audiencia, en el Aula Pablo VI, a 7.000 estudiantes que participaron en el encuentro promovido por la fundación italiana “Hermana Naturaleza”. Con ocasión de la "Jornada para la Custodia del Creador" que se celebra en honor al 32º aniversario de la proclamación de San Francisco de Asís patrón de la ecología, el Papa exhortó a los jóvenes a "ser custodios de la creación".

En la catequesis que sobre la creación dirigió a los numerosos niños que llenaron el aula Pablo VI, el Santo Padre resaltó la importancia de la educación de los jóvenes en la tutela de la vida y la creación. "La Iglesia, considerando con placer las más importantes investigaciones y descubrimientos científicos, nunca dejó de recordar que respetando la marca del Creador en toda la creación, se comprende mejor nuestra verdadera y profunda identidad humana", dijo el Papa

Y agregó que “una justa aproximación ayuda a los jóvenes a prepararse bien para una cierta profesión siempre en el respeto por el medio ambiente”.

“El hombre que olvida ser colaborador de Dios -advirtió el Pontífice- puede provocar violencia a la creación y provocar daños que siempre tienen consecuencias negativas también para el hombre, como vemos, infelizmente, en varias ocasiones". Por eso, "hoy más que nunca es claro para nosotros que el respeto por el ambiente no puede olvidar el reconocimiento del valor de la persona humana y de su inviolabilidad" porque ambos son una "única cosa" y "pueden crecer y tener su justa medida si respetamos en la criatura humana y en la naturaleza al Creador y a su creación".

Al final del discurso Benedicto XVI afirmó la necesidad de la educación. "No hay un futuro bueno para la humanidad sobre la tierra si no nos educamos todos a un estilo de vida más responsable delante de la creación", dijo.

“Que san Francisco nos enseñe a cantar, con toda la creación, un himno de alabanza y agradecimiento al Padre celeste”, finalizó el Pontífice.

La fundación italiana "Hermana Naturaleza" quiere educar a una "sabia ecología" libre de ideologías y emotividad, pero fundamentada en el respeto por la vida.





Fuente: AICA

viernes, 18 de noviembre de 2011

Revelan que Pío XII en persona salvó a muchos judíos

Pío XII en el Museo del Holocausto
Roma (Italia), 17 Nov. 11 (AICA) El Venerable Papa Pío XII no solo ayudó a salvar a casi novecientos mil judíos durante la Segunda Guerra Mundial sino que también él mismo y en persona ayudó a varios de ellos en la ciudad de Roma, según afirma un experto historiador judío.

La información, que publicó la agencia peruana ACI Prensa, dice que hace poco Gary Krupp conoció el relato de una judía cuya familia fue rescatada gracias a la intervención directa del Vaticano. "Hay una carta inusual, escrita por una mujer que aún vive en el norte de Italia, quien dijo que participó con su madre, su tía y otros parientes en una audiencia con Pío XII en 1947".

Junto a Pío XII estaba su Secretario de Estado, el entonces cardenal Giovanni Montini, que sería luego el papa Pablo VI.

"Su tía miró al Papa y dijo: ‘Usted estaba vestido como franciscano’, y miró a Montini quien estaba a su costado y le dijo ‘y usted como un sacerdote común. Me sacaron del gueto y me llevaron al Vaticano’. Montini le dijo: ‘silencio, no repitan esta historia".

Krupp cree que estas afirmaciones son ciertas porque están en la línea del carácter de Pío XII quien "necesitaba ver con sus propios ojos cómo eran las cosas".

"Solía salir en su auto a zonas bombardeadas de Roma, y ciertamente no tenía miedo. De la misma forma lo puedo ver entrando al gueto para ver lo que estaba sucediendo", afirma el experto historiador.

Krupp y su esposa Meredith son los fundadores de la Pave the Way Foundation iniciada en 2002 para "identificar y eliminar los obstáculos no teológicos entre las religiones". En 2006 líderes católicos y judíos le solicitaron investigar el "escollo" de la reputación de Pío XII durante la guerra. Con este descubrimiento, Wall, un neoyorquino de 64 años, cree que finalmente se logró un gran avance.

"Somos judíos. Crecimos odiando el nombre de Pío XII. Creíamos que era antisemita, creíamos que era un colaborador de los nazis, todas las cosas que se dicen de él, las creíamos".

Krupp está de acuerdo con las conclusiones de otro historiador judío y diplomático israelí, Pinchas Lapide, quien afirma que las acciones de Pío XII y del Vaticano permitieron salvar a unos 897.000 judíos durante la guerra.

Pave the Way tiene 46 mil páginas de documentación histórica que sostiene esta afirmación, que ahora ofrecen en su sitio web junto a numerosas entrevistas con testigos presenciales e historiadores.

"Creo que es una responsabilidad moral, esto no tiene nada que ver con la Iglesia Católica. Sólo tiene que ver con la responsabilidad judía de reconocer a un hombre que en realidad salvó a un enorme número de judíos en todo el mundo mientras estaba rodeado de fuerzas hostiles, infiltrado por espías y bajo amenaza de muerte".

Krupp explicó que una de las formas de esta ayuda se dio a través de la red de nunciaturas apostólicas en todo el mundo con las que se sacaba a los judíos perseguidos en Europa. Por ejemplo, entre 1939 y 1945 el Vaticano solicitó 800 visas para entrar a la República Dominicana. Esta acción y otras similares permitieron salvar a más de 11 mil judíos solo de esa forma.

Pave the Way también tiene evidencia que demuestra que la reputación que manejan los enemigos de la Iglesia sobre Pío XII nace como una conspiración de la KGB rusa. Un exoficial de esta institución, Ion Mihai Pacepa, precisa que todo fue un complot soviético.

Krupp dice que los comunistas querían "desacreditar al Papa luego de su muerte, para destruir la reputación de la Iglesia Católica y, más importante para nosotros, para aislar a los judíos de los católicos. Tuvieron éxito en esas tres áreas".

En su opinión esto está cambiando ahora. Cuando lo escuchan hablar, dice Krupp, "muchos judíos han estado extremadamente agradecidos. ‘Me siento feliz de escuchar eso. Nunca quise creer esto de él (Pío XII), especialmente los que lo conocimos".



Fuente: AICA

sábado, 12 de noviembre de 2011

Benedicto XVI: Enseñanos a orar XIII

BENEDICTO XVI

AUDIENCIA GENERAL

Sala Pablo VI
Miércoles 14 de septiembre de 2011


Queridos hermanos y hermanas:

En la catequesis de hoy quiero afrontar un Salmo con fuertes implicaciones cristológicas, que continuamente aparece en los relatos de la pasión de Jesús, con su doble dimensión de humillación y de gloria, de muerte y de vida. Es el Salmo 22, según la tradición judía, 21 según la tradición greco-latina, una oración triste y conmovedora, de una profundidad humana y una riqueza teológica que hacen que sea uno de los Salmos más rezados y estudiados de todo el Salterio. Se trata de una larga composición poética, y nosotros nos detendremos en particular en la primera parte, centrada en el lamento, para profundizar algunas dimensiones significativas de la oración de súplica a Dios.

Este Salmo presenta la figura de un inocente perseguido y circundado por los adversarios que quieren su muerte; y él recurre a Dios en un lamento doloroso que, en la certeza de la fe, se abre misteriosamente a la alabanza. En su oración se alternan la realidad angustiosa del presente y la memoria consoladora del pasado, en una sufrida toma de conciencia de la propia situación desesperada que, sin embargo, no quiere renunciar a la esperanza. Su grito inicial es un llamamiento dirigido a un Dios que parece lejano, que no responde y parece haberlo abandonado:

«Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado? A pesar de mis gritos, mi oración no te alcanza. Dios mío, de día te grito, y no me respondes; de noche, y no me haces caso» (vv. 2-3).

Dios calla, y este silencio lacera el ánimo del orante, que llama incesantemente, pero sin encontrar respuesta. Los días y las noches se suceden en una búsqueda incansable de una palabra, de una ayuda que no llega; Dios parece tan distante, olvidadizo, tan ausente. La oración pide escucha y respuesta, solicita un contacto, busca una relación que pueda dar consuelo y salvación. Pero si Dios no responde, el grito de ayuda se pierde en el vacío y la soledad llega a ser insostenible. Sin embargo, el orante de nuestro Salmo tres veces, en su grito, llama al Señor «mi» Dios, en un extremo acto de confianza y de fe. No obstante toda apariencia, el salmista no puede creer que el vínculo con el Señor se haya interrumpido totalmente; y mientras pregunta el por qué de un supuesto abandono incomprensible, afirma que «su» Dios no lo puede abandonar.

Como es sabido, el grito inicial del Salmo, «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?», es citado por los evangelios de san Mateo y de san Marcos como el grito lanzado por Jesús moribundo en la cruz (cf. Mt 27, 46; Mc 15, 34). Ello expresa toda la desolación del Mesías, Hijo de Dios, que está afrontando el drama de la muerte, una realidad totalmente contrapuesta al Señor de la vida. Abandonado por casi todos los suyos, traicionado y negado por los discípulos, circundado por quien lo insulta, Jesús está bajo el peso aplastante de una misión que debe pasar por la humillación y la aniquilación. Por ello grita al Padre, y su sufrimiento asume las sufridas palabras del Salmo. Pero su grito no es un grito desesperado, como no lo era el grito del salmista, en cuya súplica recorre un camino atormentado, desembocando al final en una perspectiva de alabanza, en la confianza de la victoria divina. Puesto que en la costumbre judía citar el comienzo de un Salmo implicaba una referencia a todo el poema, la oración desgarradora de Jesús, incluso manteniendo su tono de sufrimiento indecible, se abre a la certeza de la gloria. «¿No era necesario que el Mesías padeciera esto y entrara así en su gloria?», dirá el Resucitado a los discípulos de Emaús (Lc 24, 26). En su Pasión, en obediencia al Padre, el Señor Jesús pasa por el abandono y la muerte para alcanzar la vida y donarla a todos los creyentes.

A este grito inicial de súplica, en nuestro Salmo 22, responde, en doloroso contraste, el recuerdo del pasado:

«En ti confiaban nuestros padres, confiaban, y los ponías a salvo; a ti gritaban, y quedaban libres, en ti confiaban, y no los defraudaste» (vv. 5-6).

Aquel Dios que al salmista parece hoy tan lejano, es, sin embargo, el Señor misericordioso que Israel siempre experimentó en su historia. El pueblo al cual pertenece el orante fue objeto del amor de Dios y puede testimoniar su fidelidad. Comenzando por los patriarcas, luego en Egipto y en la larga peregrinación por el desierto, en la permanencia en la tierra prometida en contacto con poblaciones agresivas y enemigas, hasta la oscuridad del exilio, toda la historia bíblica fue una historia de clamores de ayuda por parte del pueblo y de respuestas salvíficas por parte de Dios. Y el salmista hace referencia a la fe inquebrantable de sus padres, que «confiaron» —por tres veces se repite esta palabra— sin quedar nunca decepcionados. Ahora, sin embargo, parece que esta cadena de invocaciones confiadas y respuestas divinas se haya interrumpido; la situación del salmista parece desmentir toda la historia de la salvación, haciendo todavía más dolorosa la realidad presente.

Pero Dios no se puede retractar, y es entonces que la oración vuelve a describir la triste situación del orante, para inducir al Señor a tener piedad e intervenir, come siempre había hecho en el pasado. El salmista se define «gusano, no un hombre, vergüenza de la gente, desprecio del pueblo» (v. 7), se burlan, se mofan de él (cf. v. 8), y herido precisamente en la fe: «Acudió al Señor, que lo ponga a salvo; que lo libre si tanto lo quiere» (v. 9), dicen. Bajo los golpes socarrones de la ironía y del desprecio, parece que el perseguido casi pierde los propios rasgos humanos, como el siervo sufriente esbozado en el Libro de Isaías (cf. Is 52, 14; 53, 2b-3). Y como el justo oprimido del Libro de la Sabiduría (cf. 2, 12-20), como Jesús en el Calvario (cf. Mt 27, 39-43), el salmista ve puesta en tela de juicio la relación con su Señor, con relieve cruel y sarcástico de aquello que lo está haciendo sufrir: el silencio de Dios, su ausencia aparente. Sin embargo, Dios ha estado presente en la existencia del orante con una cercanía y una ternura incuestionables. El salmista recuerda al Señor: «Tú eres quien me sacó del vientre, me tenías confiado en los pechos de mi madre; desde el seno pasé a tus manos» (vv. 10-11a). El Señor es el Dios de la vida, que hace nacer y acoge al neonato, y lo cuida con afecto de padre. Y si antes se había hecho memoria de la fidelidad de Dios en la historia del pueblo, ahora el orante evoca de nuevo la propia historia personal de relación con el Señor, remontándose al momento particularmente significativo del comienzo de su vida. Y ahí, no obstante la desolación del presente, el salmista reconoce una cercanía y un amor divinos tan radicales que puede ahora exclamar, en una confesión llena de fe y generadora de esperanza: «desde el vientre materno tú eres mi Dios» (v. 11b). El lamento se convierte ahora en súplica afligida: «No te quedes lejos, que el peligro está cerca y nadie me socorre» (v. 12). La única cercanía que percibe el salmista y que le asusta es la de los enemigos. Por lo tanto, es necesario que Dios se haga cercano y lo socorra, porque los enemigos circundan al orante, lo acorralan, y son como toros poderosos, como leones que abren de par en par la boca para rugir y devorar (cf. vv. 13-14). La angustia altera la percepción del peligro, agrandándolo. Los adversarios se presentan invencibles, se han convertido en animales feroces y peligrosísimos, mientras que el salmista es como un pequeño gusano, impotente, sin defensa alguna. Pero estas imágenes usadas en el Salmo sirven también para decir que cuando el hombre se hace brutal y agrede al hermano, algo de animalesco toma la delantera en él, parece perder toda apariencia humana; la violencia siempre tiene en sí algo de bestial y sólo la intervención salvífica de Dios puede restituir al hombre su humanidad. Ahora, para el salmista, objeto de una agresión tan feroz, parece que ya no hay salvación, y la muerte empieza a posesionarse de él: «Estoy como agua derramada, tengo los huesos descoyuntados [...] mi garganta está seca como una teja, la lengua se me pega al paladar [...] se reparten mi ropa, echan a suerte mi túnica» (vv. 15.16.19). Con imágenes dramáticas, que volvemos a encontrar en los relatos de la pasión de Cristo, se describe el desmoronamiento del cuerpo del condenado, la aridez insoportable que atormenta al moribundo y que encuentra eco en la petición de Jesús «Tengo sed» (cf. Jn 19, 28), para llegar al gesto definitivo de los verdugos que, como los soldados al pie de la cruz, se repartían las vestiduras de la víctima, considerada ya muerta (cf. Mt 27, 35; Mc 15, 24; Lc 23, 34; Jn 19, 23-24).

He aquí entonces, imperiosa, de nuevo la petición de ayuda: «Pero tú, Señor, no te quedes lejos; fuerza mía, ven corriendo a ayudarme [...] Sálvame» (vv. 20.22a). Este es un grito que abre los cielos, porque proclama una fe, una certeza que va más allá de toda duda, de toda oscuridad y de toda desolación. Y el lamento se transforma, deja lugar a la alabanza en la acogida de la salvación: «Tú me has dado respuesta. Contaré tu fama a mis hermanos, en medio de la asamblea te alabaré» (vv. 22c-23). De esta forma, el Salmo se abre a la acción de gracias, al gran himno final que implica a todo el pueblo, los fieles del Señor, la asamblea litúrgica, las generaciones futuras (cf. vv. 24-32). El Señor acudió en su ayuda, salvó al pobre y le mostró su rostro de misericordia. Muerte y vida se entrecruzaron en un misterio inseparable, y la vida ha triunfado, el Dios de la salvación se mostró Señor invencible, que todos los confines de la tierra celebrarán y ante el cual se postrarán todas las familias de los pueblos. Es la victoria de la fe, que puede transformar la muerte en don de la vida, el abismo del dolor en fuente de esperanza.

Hermanos y hermanas queridísimos, este Salmo nos ha llevado al Gólgota, a los pies de la cruz de Jesús, para revivir su pasión y compartir la alegría fecunda de la resurrección. Dejémonos, por tanto, invadir por la luz del misterio pascual incluso en la aparente ausencia de Dios, también en el silencio de Dios, y, como los discípulos de Emaús, aprendamos a discernir la realidad verdadera más allá de las apariencias, reconociendo el camino de la exaltación precisamente en la humillación, y la manifestación plena de la vida en la muerte, en la cruz. De este modo, volviendo a poner toda nuestra confianza y nuestra esperanza en Dios Padre, en el momento de la angustia también nosotros le podremos rezar con fe, y nuestro grito de ayuda se transformará en canto de alabanza. Gracias.



Fuente: www.vatican.va

martes, 8 de noviembre de 2011

¿Qué decir de los Reality shows? ¿Es lícito mirarlos y participar en ellos?

Los Reality shows no necesitan presentación; son de todos conocidos. Nacieron en Europa, luego fueron transplantados a Estados Unidos y ya invadieron buena parte del mundo. Las reglas del presunto 'juego' son sumamente elementales: un grupo de personas encerradas juntas durante un tiempo relativamente largo y aisladas del resto del mundo, son observadas día y noche por todo aquel que quiera dedicar su tiempo a fisgonear por alguna de las innumerables cámaras que los espían[1]. Según relaciones de simpatía o antipatía, los telespectadores votan telefónicamente eliminando paulatinamente los participantes (y dejándose sacar su dinero con cada llamada). El último que permanece gana una codiciable suma de dinero. A contracambio de dedicar su tiempo en escudriñar la vida del grupo, los responsables del programa prometen mostrar todos los pormenores de su vida cotidiana, incluidas pasiones, intimidades, tentaciones, etc.

Sin entrar en la cuestión de la gran estafa que esto parece suponer para el público (porque prometen mostrar la vida espontánea de personajes simples y en realidad -según dicen los que conocen los entretelones del montaje- se trata de un libreto cuidadosamente estudiado[2]) la consulta que nos pregunta por los aspectos morales de este fenómeno (y por tanto vale igual si se trata de una realidad o de una ficción).

Y me apuro a responder diciendo que, a mi parecer, a los llamados 'reality shows' debemos hacer serias impugnaciones morales y psicológicas.

1. Un paso más en la degradación...

A esto hemos llegado por la necesidad de inventar nuevos 'excitantes'. Estos espectáculos son, en el fondo, el reemplazo del teleteatro o telenovela o culebrón, que han perdido ya su capacidad de atraer la atención del público.

Se trata, ésta, de una ley muy conocida por los vendedores de pornografía, y denominada 'ley de la novedad'. Se puede expresar diciendo: 'para impresionar sensorial y psíquicamente hay que variar y renovar'. Aplicado al campo de la lujuria, la psicología humana sabe que, por su carácter repetitivo, la pornografía tiene el gran inconveniente de embotarse, caer y volverse 'anodina', en el sentido de perder su capacidad de excitación. Señalaba el eminente psiquiatra G. Zuanazzi: 'estamos en un círculo vicioso: estímulo e inmunización; nuevo estímulo, mayor inmunización y más sutil búsqueda de emociones. Es un juego de bric-à-brac, en el que está en juego el desastre sexual y la infelicidad humana'[3]. Por eso, el productor de pornografía se ve exigido a buscar constantemente formas nuevas de sexualidad, todavía inexplotadas. Esta ley lleva, pues, a sondear nuevos campos de degeneración: de la heterosexualidad, habrá de pasar al campo de la homosexualidad, de aquí a la pedofilia, de ésta al sadismo, y así sucesivamente.

Sin llegar a tales extremos, los vendedores de dramones televisivos, aplican la misma ley al campo de los sentimientos y de las pasiones. Por eso han tenido que pasar, paulatinamente, de hacer enamorar a la sirvienta con el niño rico al adulterio, de aquí a los triángulos amorosos, de éstos al melodrama del incesto o al sacrilegio (en una época se puso de moda meter algún cura o alguna monja dentro de alguna truculenta tragedia sentimental) y de aquí a la homosexualidad... pero ni aún así han podido satisfacer la sed de novedad que se despierta en quien comienza a bajar la cuesta de la morbosidad. Y como la ficción ha dejado de excitar, se prueba ahora con la 'realidad' desnuda (o la apariencia de realidad, como es este caso).

2. Voyeurismo y exhibicionismo

Desde el punto de vista psicológico y moral, ¿ante qué deformación de la personalidad humana estamos? En el fondo, se manifiesta como una forma (atenuada o incipiente) de voyeurismo y de exhibicionismo. No quiero decir que se trate propiamente de las perturbaciones patológicas designadas con estos términos (el voyeurismo es una perversión por la cual se busca la excitación contemplando las partes íntimas del cuerpo humano; el exhibicionismo, en cambio, consiste en el impulso a mostrar los órganos genitales). Pero sin llegar a estas parafilias, este tipo de fenómenos nos ponen en la misma línea. De hecho el éxito de este tipo de 'shows' se fundamenta en la convergencia de dos tendencias moralmente deformadas del ser humano: por un lado, la ambición de ser mirado, y, por otra, el afán de fisgonear en las vidas ajenas.

1º El gusto por 'ser mirados', por exhibir públicamente la propia intimidad, es una degeneración moral (y podría terminar en una perversión psicológica). Se opone al pudor que es parte integrante de la templanza y tiene por función preservar la intimidad de la persona. El pudor 'designa el rechazo a mostrar lo que debe permanecer velado', dice el Catecismo[4]. Ordena las miradas y los gestos en conformidad con la dignidad de las personas y con la relación que existe entre ellas; protege el misterio de las personas y de su amor; invita a la paciencia y a la moderación en la relación amorosa. El pudor es modestia. 'Mantiene silencio o reserva donde se adivina el riesgo de una curiosidad malsana; se convierte en discreción'[5]. Dice también el Catecismo: 'Existe un pudor de los sentimientos como también un pudor del cuerpo. Este pudor rechaza, por ejemplo, los exhibicionismos del cuerpo humano propios de cierta publicidad o las incitaciones de algunos medios de comunicación a hacer pública toda confidencia íntima. El pudor inspira una manera de vivir que permite resistir a las solicitaciones de la moda y a la presión de las ideologías dominantes'[6]. Sería erróneo restringir esto al campo de la castidad y de la pureza. En realidad toda la intimidad de la persona, del matrimonio y de la familia está protegida por la sombra bienhechora del pudor.

Hablando de los reality shows, un artículo ya citado dice: 'el investigador y doctor en psicología, Roberto Follari, comenta que esto encuentra explicación en el sentimiento del 'placer de mirar y ser mirado', aunque sea por un rato. 'No sólo tiene que ver con la posibilidad de ganar un premio sino con la gloria de ser mirado por diez minutos, por más que no sea' (...) El investigador describió el perfil en el que, en general, se insertan la mayoría de los participantes. 'Se trata de seres anónimos, en algunos casos frustrados o de clases populares, o sin otras posibilidades de destacarse que la de desnudar sus pasiones reales o ficticias en televisión'. ¿Si mienten o dicen la verdad?, 'eso no importa, lo importante es que la gente los reconozca por la calle y sientan que pueden compartir la gloria de las grandes estrellas', agregó. Por otro lado, para la socióloga Graciela Cousinet, el desnudar las pasiones por TV responde a la puesta en marcha de un proceso de 'mercantilización' de las relaciones sociales. Esto es, 'cada vez son más las relaciones de este tipo que se compran y se venden. Ahora resulta que ir al baño vende y llama la atención''[7].

2º Esto se combina con la tendencia (no menos pervertida) a fisgonear la vida ajena, es decir, el voyeurismo (curiosidad exacerbada respecto de lo sexual y de la intimidad ajena). Hasta hace un tiempo este tipo de pervertido parecía caracterizarse como aquel individuo que contemplaba con unos binoculares o un telescopio la vida privada de la vecina del edificio de enfrente. Hoy en día tenemos el 'reality show', y en lugar de prismáticos hay un canal televisivo que cumple su misma función. Lo importante es que nos demos cuenta de que se trata de la misma cosa. Para que se verifique esta corrupción psicológica y moral da lo mismo que la persona observada se preste o no a ello. Algunos deben creer que su actitud no es inmoral porque las personas fisgoneadas se ofrecen voluntariamente. ¡Es falso! Lo esencial de este comportamiento es el gusto morboso que experimenta el fisgón en mirar por el ojo de la cerradura (aunque sea una cerradura virtual, como la que proporciona la camarita de televisión). Cuando una neurosis 'fija' esta tendencia (creada por este tipo de programas) podemos enfrentarnos a un verdadero caso de voyeurismo.

Es interesante (y trágico) el giro moral que va dando al respecto nuestra sociedad. Hasta hace poco tiempo ser tachados de mirones, entremetidos, curiosos, chismosos, hurones, etc., era un insulto, una identificación muy baja (en varias novelas costumbristas se describen personajes con estas características, resultando siempre aborrecibles al lector). Ahora ese mismo vicio pasa desapercibido, y las intimidades, pasiones, vicios, etc., del grupo de personas que prestan su intimidad por televisión, son la comidilla y la habladuría cotidiana en las oficinas, el colegio, los comercios, el colectivo o el taxi. ¿Será un efecto de la globalización? ¿No será que en vez de una 'aldea global' estamos construyendo un conventillo sin fronteras?

3. La sociedad que estamos construyendo

Hace poco, en una popular revista italiana, una jovencita defendió la versión italiana de uno de estos 'reality show'; alguien se había atrevido a criticarlo diciendo que este programa 'modificaba el modo de pensar de la gente'; ella sostenía que no. A pesar de su buena intención, las pocas líneas de su defensa eran una demostración de lo acertada que estaba la crítica: sus modos de pensar estaban moldeados por ese programa.

Estos programas, lo acepten o no lo acepten sus seguidores, producen gravísimas consecuencias en la sociedad. 'Ni extremadamente críticos ni defensores del fenómeno, los sociólogos y psicólogos consultados aseguran que estos programas no son inofensivos para el espectador'[8].

Las ideas y actitudes que se ponen de manifiesto en estos shows son de orden inmoral. No hablemos aquí de las pasiones desordenadas que se muestran o se promete mostrar, al menos en algunas versiones de estos espectáculos (peleas, celos, obscenidades, sexo, impudor, ociocidad, etc.). Esto cae de maduro. Pero la misma mecánica del fenómeno contiene una inmoralidad: en efecto, se trata de un juego, pero ¿qué es lo que está en juego? El premio es el dinero y la fama; por contraposición, el castigo es la vuelta al anonimato. Los que premian y castigan son (al menos así se les hace creer) los televidentes que votan a quien mantener y a quien echar. El mecanismo de juego consiste, por tanto, en la astucia para serruchar el piso a los demás participantes (si no, ¿cómo se podría ganar?), pero mostrando una cara positiva, 'buena onda', espíritu de equipo, es decir, la simpatía necesaria para ganarse al público votante. Sin embargo, en esa pequeña sociedad de competidores, 'nadie ayuda a nadie, por más que simule lo contrario'[9]. En el fondo esto es el reino de la hipocresía que disfraza la 'rivalidad' de camaradería. Por esto en algunos países como Francia y Grecia, algunos sectores de la sociedad han reaccionado con fuerza contra estos shows televisivos. El diario griego Kathimerini ha acusado a uno de estos programas de 'hacer emerger las características más repugnantes de la naturaleza humana'.

La sociedad absorbe estas actitudes y estos mecanismos como esponja. Una demostración de esto es la manipulación que los productores de estos programas ejercen no sólo sobre los participantes sino también sobre la audiencia: los juicios que hace la gentes sobre cada uno de los participantes están manejados por los productores. 'En los resúmenes que se emiten durante la semana, el encadenamiento de imágenes es arbitrario y constituye una herramienta esencial para manipular la opinión pública. La edición -lo han dicho los familiares hasta el cansancio, ustedes muestran lo peor de mi hijo, yo llamé a la producción para denunciarlo, me dijeron que iban a revisar los tapes, pero no pasó nada, en este país es siempre lo mismo- establece tendencia, va torciendo el pensamiento del público, va moldeando su humor'[10]. De la misma manera se van manipulando los juicios de valor, pues las relaciones de simpatía y antipatía (que son sentimentales y fácilmente manipulables) respecto de cada personaje van originando juicios de valor sobre sus comportamientos: tendemos a 'justificar' los actos de quienes amamos y a 'condenar' los comportamientos de quienes odiamos.

Por eso no es totalmente exacto (aunque sí en cierta medida) lo que se dice a menudo: que estos shows son un reflejo de la sociedad contemporánea. Es más cierto lo contrario, a saber: que, por la fuerza de los medios de comunicación (que son 'creadores de opinión', como a veces se dice) los programas televisivos van moldeando la sociedad, es decir, logran que la audiencia termine hablando, pensando y actuando como hablan, actúan y piensan los personajes que contempla. Muchos, viendo estos programas, tal vez se pregunten asombrados: '¿así somos nosotros?'. Y por no perder el tren de la sociedad (¡suprema vergüenza!) se subirán también ellos al último vagón de un tren fantasma.

En todo caso puede decirse que estos 'reality shows' son un reflejo de la sociedad en clave 'futurista'. Es decir, como reflejo de la sociedad a la que tiende rápidamente nuestra mal encarada globalización. Un par de observaciones muy interesantes hace Víctor Hugo Ghitta en un artículo periodístico, evocando la novela de Georges Orwell '1984', que es una metáfora de la opresión que ejerce el poder en los regímenes totalitarios, que se puede sintetizar en una especie de nuevo mandamiento: 'no escaparás'. También recuerda el libro 'Vigilar y castigar', de Michel Foucault, escrito en los años 70: 'En ese trabajo Foucault examina los sistemas de encarcelamiento contemporáneos, el modo en que denigran la condición humana y establecen una vigilancia jerárquica para desarrollar lo que denomina 'la ortopedia social'. En ese volumen, Foucault incorpora un término que perdurará en el tiempo: el panoptismo. Dicho en dos palabras: el panóptico es una torre de observación desde la cual la autoridad puede vigilar los movimientos del prisionero. Su idea aparece, según lo registra Foucault, durante el estallido de una epidemia en el siglo XVII: los ciudadanos son aislados en sus hogares, no mantienen contacto con el prójimo; es decir, la autoridad controla sus relaciones, Regístrese un dato curioso: a comienzos de esa década, un grupo de intelectuales que integra Foucault publica un opúsculo titulado 'Intolerables'. Se escribe allí: 'Son intolerables: los tribunales, los hospitales, los manicomios, la escuela, el servicio militar, la prensa, la tele, el Estado''[11]. ¿No son los reality shows una nueva forma de totalitarismo intolerante (totalitarismo cibernético)? ¿No están (involuntariamente, por supuesto) predisponiendo la mentalidad del hombre moderno para dejarse manipular la vida por una nueva sociedad 'panóptica'? Dejemos estos interrogantes para los sociólogos y los futurólogos.

* * *

Sintetizando el juicio moral que nos merecen los reality shows: son una injuria (y muy grave) a la dignidad de la persona humana; injuria que cometen tanto los productores, como los participantes, cuanto los espectadores. Así como no sólo es culpable del pecado la prostituta que comercia con su cuerpo sino también la sociedad de vividores y lujuriosos que la empuja a ganarse así la vida (sin demanda no hay oferta), del mismo modo son culpables de la degradación del ser humano tanto los que lucran vendiendo su intimidad o desnudando sus pasiones en público, cuanto los que los exponen y quienes los miran. Si la plebe romana, degradada y corrupta, no hubiera estado hambrienta de pan y circo a los tiranos del Imperio no se les habría ocurrido hacer correr tanta sangre en sus anfiteatros. ¿Quiénes eran las fieras salvajes: los animales o los espectadores? ¿Terminó el Imperio o hemos perpetuado lo peor que nos dejó en herencia?
Fuente: http://www.teologoresponde.com.ar