domingo, 25 de diciembre de 2011

Feliz Navidad!!!

Que grande es El Señor, que bondadoso... es puro Amor!! El Rey que gobierna eternamente ha nacido en un establo! Ya nada va ha ser igual... El marcó con su nacimiento un antes y un después!! Gloria al Rey que vino a salvarnos... de tan fuertes cadenas nos liberó para siempre!! Viva Jesús! el Mesías anunciado por los profetas de Yahvé!!! Gloria, Gloria, Gloria y eternamente Gloria!


¡¡¡Feliz Navidad!!!

viernes, 23 de diciembre de 2011

El silencio de san José

En estos últimos días del Adviento, la liturgia nos invita a contemplar de modo especial a la Virgen María y a san José, que vivieron con intensidad única el tiempo de la espera y de la preparación del nacimiento de Jesús. Hoy deseo dirigir mi mirada a la figura de san José. (......)
Desde luego, la función de san José no puede reducirse a un aspecto legal. Es modelo del hombre "justo" (Mt 1, 19), que en perfecta sintonía con su esposa acoge al Hijo de Dios hecho hombre y vela por su crecimiento humano. Por eso, en los días que preceden a la Navidad, es muy oportuno entablar una especie de coloquio espiritual con san José, para que él nos ayude a vivir en plenitud este gran misterio de la fe.
El amado Papa Juan Pablo II, que era muy devoto de san José, nos ha dejado una admirable meditación dedicada a él en la exhortación apostólica Redemptoris Custos, "Custodio del Redentor". Entre los muchos aspectos que pone de relieve, pondera en especial el silencio de san José. Su silencio estaba impregnado de contemplación del misterio de Dios, con una actitud de total disponibilidad a la voluntad divina. En otras palabras, el silencio de san José no manifiesta un vacío interior, sino, al contrario, la plenitud de fe que lleva en su corazón y que guía todos sus pensamientos y todos sus actos.
Un silencio gracias al cual san José, al unísono con María, guarda la palabra de Dios, conocida a través de las sagradas Escrituras, confrontándola continuamente con los acontecimientos de la vida de Jesús; un silencio entretejido de oración constante, oración de bendición del Señor, de adoración de su santísima voluntad y de confianza sin reservas en su providencia.
No se exagera si se piensa que, precisamente de su "padre" José, Jesús aprendió, en el plano humano, la fuerte interioridad que es presupuesto de la auténtica justicia, la "justicia superior", que él un día enseñará a sus discípulos (cf. Mt 5, 20).
Dejémonos "contagiar" por el silencio de san José. Nos es muy necesario, en un mundo a menudo demasiado ruidoso, que no favorece el recogimiento y la escucha de la voz de Dios. En este tiempo de preparación para la Navidad cultivemos el recogimiento interior, para acoger y tener siempre a Jesús en nuestra vida.

 
Autor: SS Benedicto XVI | Fuente: Catholic.net

martes, 20 de diciembre de 2011

Catherine Tekakwitha: Primera santa india norteamericana

Ciudad del Vaticano, 20 Dic. 11 (AICA) En el mismo decreto firmado ayer por el Santo Padre donde se reconoce el milagro atribuido a la Sierva de Dios argentina María Crescencia Pérez, también se reconocen los milagros atribuidos a la intercesión de siete beatos –cuatro mujeres y tres hombres- que serán canonizados próximamente.

Entre estos nuevos santos destaca la figura de Catherine Tekakwitha, quien será la primera nativa norteamericana que llega a los altares.

Catherine o Kateri Tekakwitha nació en 1656 en Ossernenon, actual Auriesville, Estados Unidos. Era hija de un jefe de la tribu Mohawk y una india algonquín católica que había sido bautizada y educada por misioneros franceses.

A los cuatro años perdió a su familia a causa de una epidemia de viruela, y ella misma quedó desfigurada y con la vista muy disminuida a causa de la enfermedad. Fue adoptada por un pariente, jefe de una tribu vecina.

A medida que iba creciendo se interesó por el cristianismo, y a los 20 años fue bautizada por un misionero francés.

Los miembros de su tribu no comprendieron su nueva filiación religiosa, por lo que fue marginada. Se mortificaba como camino de santidad, y rezaba por la conversión de sus parientes y de los miembros de su tribu.

Sufrió persecuciones que amenazaron su vida, por lo que tuvo que huir para establecerse en una comunidad de nativos cristianos en Kahnawake, en Quebec, Canadá, donde vivió dedicada a la oración, la penitencia y el cuidado de enfermos y ancianos. También hizo voto de castidad.

Murió en 1680, a la edad de 24 años. Sus últimas palabras fueron: “Jesús, te quiero”. La tradición dice que las cicatrices de Catherine se desvanecieron después de su muerte, revelando una mujer de gran belleza; y que numerosos enfermos que asistieron a su funeral sanaron.

El proceso de canonización comenzó en 1884. Fue declarada venerable por Pío XII en 1943, y beatificada por el beato Juan Pablo II en 1980. Como primera india norteamericana beatificada, ocupa un lugar especial en la devoción de los pueblos nativos de América del Norte. Su fiesta se celebra el 14 de julio.
 
Fuente: AICA

miércoles, 7 de diciembre de 2011

El poder de la sonrisa

¿Será la sonrisa un símbolo de alegría?, ¿y la alegría es capaz de transformarlo todo?, ¿tú, qué dices? yo digo que sí. Es como un tesoro inacabable que mientras más da, más se llena.

Quien muestra una sonrisa, transpira alegría, atrae y nunca deja las cosas igual. Todos queremos, es más, buscamos estar con quien nos anima y estimula, buscamos a las personas alegres y que siempre tienen en su rostro una sonrisa. Puede ser que la vida nos trate mal, pero el estar con personas alegres es siempre un descanso en la montaña de la vida. Y cuando esas personas se apartan, dejan un hueco profundo en el alma y se van de la historia dejando en herencia un mundo mejor.

Basta una leve sonrisa en tus labios para levantar el corazón, para mantener el buen humor, para conservar la paz del alma, para ayudar a la salud, para embellecer la cara, para despertar buenos pensamientos, para inspirar generosas obras. Enséñate a sonreír, estudia la maestría de la sonrisa y demuéstrale a los sabios e intelectuales de este mundo, que aquí está el verdadero arte de vivir, el verdadero arte de ser feliz, en definitiva, la presencia de Dios en tu alma.

Sonríete hasta que notes que tu constante seriedad y severidad se hayan desvanecido. Sonríete hasta entibiar tu propio corazón con ese rayo de sol; irradia tu sonrisa: esa sonrisa tiene muchos trabajos que hacer, ponla al servicio de Dios. ¿Porqué no convertirte en apóstol de la sonrisa ahora? la sonrisa es tu instrumento, la caña para pescar almas y hacerlas felices. Santificando la gracia que habita en tí, te dará el encanto especial que necesitas para transmitir a los otros ese bien.

Sonríe a los tristes.
Sonríe a los tímidos.
Sonríe a los amigos.
Sonríe a los jóvenes.
Sonríe a los ancianos.
Sonríe a tu familia.
Sonríe en tus penas.
Sonríe en tus pruebas.
Sonríe en tus soledades.
Sonríe por amor a Jesús.
Sonríe por amor a las almas.

Deja que todos se alegren con la simpatía y belleza de tu cara sonriente. Cuenta, si puedes, el número de sonrisas que has distribuído entre los demás cada día; su número te indicará cuántas veces has promovido contento alegría, satisfacción, ánimo o confianza en el corazón de los demás. Estas buenas disposiciones siempre son el principio de obras generosas y actos nobles. La influencia de tu sonrisa obra maravillas que tú ignoras.

Tu sonrisa puede llevar esperanza y abrir horizontes a los agobiados, a los deprimidos, a los descorazonados, a los oprimidos y a los desesperados. Tu sonrisa puede ser el camino para llevar las almas a la Fe. Tu sonrisa puede ser el primer paso que lleve al pecador hacia Dios. También sonríele a Dios. Sonríe a Dios mientras aceptas con amor todo lo que Él te manda y merecerás la radiante sonrisa que Cristo fija en tí con especial amor por toda la eternidad.

“Sufrir con amor es delicioso, pero sonreír en el sufrimiento es el arte supremo del amor. Sonreír en el sufrimiento, es cubrir con pétalos vistosos y perfumados las espinas de la vida, para que los demás sólo vean lo que agrada, y Dios, que ve en lo profundo, anote lo que nos va a recompensar”.



Autor: P. Dennis Doren L.C. | Fuente: Catholic.net

¿Murió la Virgen María?

Para responder a esta pregunta hay que distinguir entre 'muerte' y 'corrupción en el sepulcro'. La muerte es la separación del cuerpo y del alma; en cambio la corrupción del sepulcro es la resolución del cuerpo en polvo. Cristo murió, pero no conoció la corrupción del sepulcro, cumpliéndose lo del Salmo 15,10: 'No permitirás que tu Santo vea la corrupción'.

¿Murió la Virgen? El primero que parece dudar de esto fue San Epifanio, aunque, como él mismo dice, no se atreve a decir ni que sí ni que no. Ya en el siglo IV existía la tradición según la cual la Virgen no murió sino que subió a los cielos sin morir. Esta tradición ha tenido seguidores en diversos momentos de la historia eclesiástica.

Sin embargo, según G. Alastruey ('Tratado de la Virgen Santísima', BAC, Madrid 1945, pp. 405 y siguientes), para sólo citar uno de los más relevantes mariólogos, la verdadera doctrina (que debe tenerse 'como teológicamente ciertísima') es que la Virgen María murió verdaderamente.

Esta es la sentencia más firme y que tiene el aval de una segura tradición tanto latina como griega, incluso con autores ortodoxos (San Agustín, San Juan Damasceno, San Andrés de Creta, San Juan de Tesalónica, Nicolás Cabasilas, etc.). En cuanto a San Epifanio, hay que tener en cuenta que no niega la muerte sino que solamente afirma que sobre esto nada dice la Escritura.

Lo mismo dice la tradición litúrgica. En el 'Misal Romano' se leía en la Misa de la Asunción: 'ya que la Madre de Dios salió de este mundo conforme a la condición de la carne mortal'. En el Misal actual no se menciona la muerte sino sólo la inmunidad de la corrupción en el sepulcro.

La palabra 'dormición', que se usa principalmente en la Iglesia griega no debe llevarnos a confusión pues significa la muerte de la Virgen María.

Las razones teológicas que se dan al respecto son:

1) Convenía que María, para conformarse con su Hijo, padeciera la muerte, y así por la muerte pasara a la gloria, a fin de que no pareciera de mejor condición la Madre que el Hijo.

2) La verdad de la Encarnación se corrobora más por la muerte de María; pues si convenía que Cristo muriera para confirmar la fe de la Encarnación, y así no se dudara de que era hombre verdadero, igualmente convenía que muriera su madre, para que no se pensase que había nacido de mujer inmortal.

3) Además la Virgen fue constituida por Dios cooperadora en la obra de la Redención humana. Mas porque la obra de la redención del género humano se llevó a cabo por la muerte de Cristo, así convenía que la Virgen se asociara a su muerte.

4) Como dice San Pedro Canisio: para consuelo nuestro cuando nos toque el duro trance de la nuestra muerte.

¿De qué género de muerte murió la Virgen Santísima? La Virgen no murió ni por martirio ni por muerte violenta; tampoco de enfermedad o vejez. Los teólogos afirman comúnmente que la Virgen murió a causa del ardoroso amor de Dios y del vehemente deseo y contemplación intensísima de las cosas celestiales. Así sostuvieron San Jerónimo, el abad Guerrico, San Alberto Magno, Dionisio el Cartujano, Santo Tomás de Villanueva, Bossuet, etc.

En cambio, la Virgen María no estuvo sujeta a la corrupción del sepulcro. Esto es tradición unánime de la Iglesia. San Andrés de Creta dice: 'Como no se corrompió el útero de la que dio a luz, así ni la carne de la que murió... El parto eludió la corrupción, y el sepulcro no admitió la extrema corrupción de la muerte'. Y Santo Tomás de Villanueva: 'No es justo que sufra corrupción aquel cuerpo que no estuvo sujeto a ninguna concupiscencia'.



Autor: P. Miguel Ángel Fuentes, I.V.E. | Fuente: http://www.teologoresponde.com.ar

lunes, 5 de diciembre de 2011

Jesucristo, Señor de la Historia

Si la Resurrección es la prueba suprema y oficial de la divinidad de Cristo, existen otras de no menor valor; entre éstas ocupan el primer lugar las profecías del Antiguo Testamento. Para la Iglesia primitiva éstas tuvieron un enorme valor, pues era la mejor manera de probar a los judíos que Jesús era el Mesías. El mismo Jesús usó este método en sus discusiones con los fariseos: "Escudriñad las Escrituras ya que en ellas esperáis tener la vida eterna; ellas testifican de mí" (Jn. 5, 39).

El pueblo hebreo tenía, y aún conserva, la Biblia, colección de libros escritos en tiempos y lugares diversos, completa ya en el siglo tercero antes de Jesucristo, cuando fue traducida al griego por un grupo de sabios alejandrinos. Aunque cada libro estaba escrito por un autor determinado, los hebreos atribuían su origen a Dios y los citaban sin distinción con la expresión general: "dice la Escritura". Para ellos la Escritura era un libro inspirado, es decir, escrito por autores humanos bajo el influjo inmediato de Dios que se servía de ellos para comunicar a los hombres su palabra. Junto a este valor sagrado, la Biblia era la fuente principal de la historia hebrea, donde estaban registrados los privilegios excepcionales concedidos por Dios al pueblo elegido; la historia de los patriarcas, de los reyes, de los profetas que en el curso de los siglos habían guiado a Israel al cumplimiento de la misión confiada por Dios. La Biblia destaca claramente entre otros textos religiosos de la antigüedad por la pureza de su monoteísmo y la exquisitez de su moral.

Otro aspecto único del Antiguo Testamento es el mesianismo, la expectativa de un enviado del cielo que vendría a iniciar una nueva época en las relaciones de Dios con la humanidad. A través de la Escritura la personalidad del Mesías se va delineando cada vez más claramente para permitir que el pueblo elegido lo pueda reconocer en el momento en que aparezca en el mundo.


Los profetas describen al Mesías así:


Familia

Será un hijo de Adán y vendrá a reparar el pecado de desobediencia que ellos cometieron en el paraíso terrenal (Gen. 3, 15); será descendiente también de Abraham (22,16), de Isaac (26, 4), de Jacob (28,14), de Judá (49, 8-10), de David (II Sam. 7, 11-13).


Tiempo en que nacerá

Vendrá antes que el cetro de Judá pase a otros pueblos (Gen. 49, 8-10), antes de la destrucción del templo (Ag. 2, 7-8). El profeta Daniel lo determina con precisión, ya que su profecía coincidió con la época de Jesús cuando la expectativa del Mesías era general (Dan. 9, 24-27). Esto también lo afirman Flavio Josefo (Guerra Judía, V,13), Suetonio (Vespasiano 4), Tácito (Historia, V, 13).


La Madre

Nacerá de una virgen (Is. 7,14), pero, aunque nazca de una virgen, fue engendrado en el seno mismo de Dios antes que existiese la luz (Sal. 109, 3).


Lugar de nacimiento

En Belén de Judá (Miq. 5, 2).


El Precursor

Juan el Bautista. El Mesías tendrá un precursor (Mal. 3,1); que predicará a lo largo de la ribera del Jordán, en la región de Galilea (Is. 9, 12).


Su vida

Maestro y profeta (Deut. 18, 15).

Legislador y portador de una nueva alianza entre Dios y los hombres (Is. 55, 3-4).

Sacerdote víctima (Is. 52, 15; 53). Manso y humilde (Is. 11, 1-5).

Salvador de la humanidad y piedra de escándalo (Is. 8, 14).

Sobre él reposará el espíritu del Señor (Is. 11, 2).

Poderoso en milagros (Is. 35, 4-6).

Entrará triunfante en Jerusalén (Zac. 9,9).


Pasión y muerte

Vendido por treinta monedas (Zac. 11, 12); flagelado y escupido en el rostro (Is. 50, 6); taladradas las manos y el costado (Sal. 21, 17-18); le darán hiel como bebida (Sal. 68, 22); burlado (Sal. 21, 8-9); sortearán sus vestidos (Sal. 21, 19); lo crucificarán (Zac. 12, 10); su cuerpo no estará sujeto a la corrupción (Sal. 15, 9-11); tendrá un sepulcro glorioso (Is. 53, 9); se sentará a la derecha de Dios (Sal. 109, 1).


Profecías del Reino

Preanuncian el principio de una nueva alianza entre Dios y el hombre, suplantando la antigua entre Dios e Israel (Dan. 9, 24-27); comenzará en Jerusalén (Miq. 4, 2); representará la victoria del monoteísmo (Zac. 13,2; Is. 2, 2-4; Miq. 4, 1-5); no se limitará sólo al pueblo hebreo, sino que será universal (Is. 11,10; 49,6; Mal.1, 11); será un reino espiritual (Sal. 71,7; Is. 4, 2-6; Dan. 7, 27); con sacerdotes y maestros por todo el mundo (Is. 66, 21; Jer. 3, 15); con un sacrificio universal (Mal. 1 11); y, por último, aniquilará las potencias adversas (Sal. 2, 1-4; Is. 54, 17; Dan. 2, 44).

Todas estas profecías se encuentran en los libros escritos tres siglos antes de Cristo.

Basta con abrir los evangelios para saber que todas las profecías se cumplieron en Cristo. Jesús es de la familia de David (Mt. 1,18-23), nació de una virgen (Lc. 1, 27), en Belén de Judá (2, 4-7), tuvo un precursor que fue Juan Bautista (Jn. 1, 15), realizó milagros de todo género (Mt. 11, 5 ss.). Todas las profecías de su pasión se cumplieron a la letra, y lo mismo sucedió con las profecías de su Reino.

Durante su vida Jesús es perfectamente consciente de ser el objeto y realizar las profecías del Antiguo Testamento. Al leer algunos versículos de Isaías en la sinagoga de Nazaret, afirma: "Hoy se está cumpliendo ante vosotros esta escritura" (Lc. 4, 21). A los fariseos que rehusan creer en El, les dice: "Escudriñad las Escrituras ya que en ellas esperáis tener la vida eterna; ellas testifican de mí" (Jn. 5, 39). El evangelista Mateo se propone en su evangelio demostrar la mesianidad de Jesús basándose en las profecías del Antiguo Testamento. Algunos racionalistas tratan de probar que Jesús se trató de acomodar a las profecías, pero esto es imposible en cuanto que el cumplimiento de muchas de ellas no podía depender de ningún modo de su voluntad, como la concepción virginal, el nacimiento en Belén, la traición por treinta monedas, la crucifixión, la resurrección, la incredulidad de los judíos y la conversión de los paganos. Sobre todo, ¿cómo podría un simple hombre obrar milagros para adaptarse a las profecías?

Las profecías no pueden ser únicamente simples aspiraciones del hombre, son demasiado determinadas y concretas. Sólo Dios pudo dar a conocer a los profetas lo que predijeron de Cristo, porque solamente Dios conoce el futuro libre.

Jesús no solamente fue objeto de profecías, sino también sujeto, El mismo es un profeta. Predijo su propia pasión y muerte (Mt.16,21-23), la traición de Judas (Mt. 26, 21-25), la triple negación de Pedro (26, 30-35) y su martirio (Jn. 21, 18-19), la gloria de la Magdalena (Mt. 26, 13), la huida de los discípulos durante la Pasión (26, 31), las persecuciones que padecerían después de su muerte (10, 17-23; Mc. 13, 9-13), los milagros que harían en su nombre (16, 17). Predijo además la conversión de los paganos (Mt.8, 11), la predicación del evangelio en todo el mundo (24, 14), la permanencia de la Iglesia hasta el fin de los siglos (28, 20), la aparición en su seno de herejías y separaciones (7, 15-22), la destrucción de Jerusalén (24, 1 ss.). Todas estas profecías se realizaron con exactitud.

Jesús no domina solamente el futuro, también el presente. Conoce lo que está en la mente y en el corazón de los que le rodean. Conoce toda la vida de la samaritana en los detalles más íntimos (Jn. 4, 18 ss.); sin conocer a Natanael sabe que es un israelita sincero (Jn. 1,47-51); penetra el pensamiento de escribas y fariseos (Mt. 9, 4-7; 12, 25-27; Lc. 6, 7-8); intuye los pensamientos de Simón el fariseo que murmura en su corazón contra la pecadora (Lc. 7, 39 ss.).

Así, llegamos de nuevo a la misma conclusión: Jesús es el Hijo de Dios. A los milagros físicos obrados en la naturaleza, y a la resurrección de su cuerpo, viene a unirse el milagro intelectual de las profecías. Jesús domina el pasado, el presente y el futuro.

Solamente el Hijo de Dios puede tener estos poderes divinos. Si el cristianismo no tiene parangón en la evolución religiosa humana, si la figura de Cristo no se le puede comparar ni remotamente con la de cualquier otro personaje histórico, se debe a su naturaleza divina.



Autor: Congregación para el Clero | Fuente: www.clerus.org