miércoles, 24 de agosto de 2011

Es necesario en Internet un espacio para Cristo

Sólo cuando se vea su rostro y se oiga su voz el mundo conocerá la buena nueva de nuestra redención. Esta es la finalidad de la evangelización. Y esto es lo que convertirá Internet en un espacio auténticamente humano, puesto que si no hay lugar para Cristo, tampoco hay lugar para el hombre. Por tanto... quiero exhortar a toda la Iglesia a cruzar intrépidamente este nuevo umbral, para entrar en lo más profundo de la red"

(Juan Pablo II, Mensaje para la 36 Jornada de los Medios de Comunicación Social, 24-enero-2002).

El Papa a los jóvenes en la Santa Misa de la JMJ2011 en Cuatro Vientos

Queridos Jóvenes
Madrid. 21 agosto 2011
Autor: S.S. Benedicto XVI | Fuente: www.revistaecclesia.com


Queridos jóvenes:

Con la celebración de la Eucaristía llegamos al momento culminante de esta Jornada Mundial de la Juventud. Al veros aquí, venidos en gran número de todas partes, mi corazón se llena de gozo pensando en el afecto especial con el que Jesús os mira. Sí, el Señor os quiere y os llama amigos suyos (cf. Jn 15,15). Él viene a vuestro encuentro y desea acompañaros en vuestro camino, para abriros las puertas de una vida plena, y haceros partícipes de su relación íntima con el Padre. Nosotros, por nuestra parte, conscientes de la grandeza de su amor, deseamos corresponder con toda generosidad a esta muestra de predilección con el propósito de compartir también con los demás la alegría que hemos recibido.

Ciertamente, son muchos en la actualidad los que se sienten atraídos por la figura de Cristo y desean conocerlo mejor.

Perciben que Él es la respuesta a muchas de sus inquietudes personales. Pero, ¿quién es Él realmente? ¿Cómo es posible que alguien que ha vivido sobre la tierra hace tantos años tenga algo que ver conmigo hoy?

En el evangelio que hemos escuchado (cf. Mt 16, 13-20), vemos representados como dos modos distintos de conocer a Cristo. El primero consistiría en un conocimiento externo, caracterizado por la opinión corriente. A la pregunta de Jesús:

«¿Quién dice la gente que es el Hijo del hombre?», los discípulos responden: «Unos que Juan el Bautista, otros que Elías, otros que Jeremías o uno de los profetas». Es decir, se considera a Cristo como un personaje religioso más de los ya conocidos. Después, dirigiéndose personalmente a los discípulos, Jesús les pregunta: «Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?».

Pedro responde con lo que es la primera confesión de fe: «Tú eres el Mesías, el Hijo del Dios vivo». La fe va más allá de los simples datos empíricos o históricos, y es capaz de captar el misterio de la persona de Cristo en su profundidad.

Pero la fe no es fruto del esfuerzo humano, de su razón, sino que es un don de Dios: «¡Dichoso tú, Simón, hijo de Jonás!, porque eso no te lo ha revelado ni la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en los cielos». Tiene su origen en la iniciativa de Dios, que nos desvela su intimidad y nos invita a participar de su misma vida divina. La fe no proporciona solo alguna información sobre la identidad de Cristo, sino que supone una relación personal con Él, la adhesión de toda la persona, con su inteligencia, voluntad y sentimientos, a la manifestación que Dios hace de sí mismo. Así, la pregunta de Jesús: «Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?», en el fondo está impulsando a los discípulos a tomar una decisión personal en relación a Él. Fe y seguimiento de Cristo están estrechamente relacionados. Y, puesto que supone seguir al Maestro, la fe tiene que consolidarse y crecer, hacerse más profunda y madura, a medida que se intensifica y fortalece la relación con Jesús, la intimidad con Él. También Pedro y los demás apóstoles tuvieron que avanzar por este camino, hasta que el encuentro con el Señor resucitado les abrió los ojos a una fe plena.

Queridos jóvenes, también hoy Cristo se dirige a vosotros con la misma pregunta que hizo a los apóstoles: «Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?». Respondedle con generosidad y valentía, como corresponde a un corazón joven como el vuestro. Decidle: Jesús, yo sé que Tú eres el Hijo de Dios que has dado tu vida por mí. Quiero seguirte con fidelidad y dejarme guiar por tu palabra. Tú me conoces y me amas. Yo me fío de ti y pongo mi vida entera en tus manos. Quiero que seas la fuerza que me sostenga, la alegría que nunca me abandone.

En su respuesta a la confesión de Pedro, Jesús habla de la Iglesia: «Y yo a mi vez te digo que tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia». ¿Qué significa esto? Jesús construye la Iglesia sobre la roca de la fe de Pedro, que confiesa la divinidad de Cristo. Sí, la Iglesia no es una simple institución humana, como otra cualquiera, sino que está estrechamente unida a Dios. El mismo Cristo se refiere a ella como «su» Iglesia. No se puede separar a Cristo de la Iglesia, como no se puede separar la cabeza del cuerpo (cf. 1Co 12,12). La Iglesia no vive de sí misma, sino del Señor. Él está presente en medio de ella, y le da vida, alimento y fortaleza.

Queridos jóvenes, permitidme que, como Sucesor de Pedro, os invite a fortalecer esta fe que se nos ha transmitido desde los Apóstoles, a poner a Cristo, el Hijo de Dios, en el centro de vuestra vida. Pero permitidme también que os recuerde que seguir a Jesús en la fe es caminar con Él en la comunión de la Iglesia. No se puede seguir a Jesús en solitario. Quien cede a la tentación de ir «por su cuenta» o de vivir la fe según la mentalidad individualista, que predomina en la sociedad, corre el riesgo de no encontrar nunca a Jesucristo, o de acabar siguiendo una imagen falsa de Él.

Tener fe es apoyarse en la fe de tus hermanos, y que tu fe sirva igualmente de apoyo para la de otros. Os pido, queridos amigos, que améis a la Iglesia, que os ha engendrado en la fe, que os ha ayudado a conocer mejor a Cristo, que os ha hecho descubrir la belleza de su amor. Para el crecimiento de vuestra amistad con Cristo es fundamental reconocer la importancia de vuestra gozosa inserción en las parroquias, comunidades y movimientos, así como la participación en la Eucaristía de cada domingo, la recepción frecuente del sacramento del perdón, y el cultivo de la oración y meditación de la Palabra de Dios.

De esta amistad con Jesús nacerá también el impulso que lleva a dar testimonio de la fe en los más diversos ambientes, incluso allí donde hay rechazo o indiferencia. No se puede encontrar a Cristo y no darlo a conocer a los demás.

Por tanto, no os guardéis a Cristo para vosotros mismos. Comunicad a los demás la alegría de vuestra fe. El mundo necesita el testimonio de vuestra fe, necesita ciertamente a Dios. Pienso que vuestra presencia aquí, jóvenes venidos de los cinco continentes, es una maravillosa prueba de la fecundidad del mandato de Cristo a la Iglesia: «Id al mundo entero y proclamad el Evangelio a toda la creación» (Mc 16,15). También a vosotros os incumbe la extraordinaria tarea de ser discípulos y misioneros de Cristo en otras tierras y países donde hay multitud de jóvenes que aspiran a cosas más grandes y, vislumbrando en sus corazones la posibilidad de valores más auténticos, no se dejan seducir por las falsas promesas de un estilo de vida sin Dios.

Queridos jóvenes, rezo por vosotros con todo el afecto de mi corazón. Os encomiendo a la Virgen María, para que ella os acompañe siempre con su intercesión maternal y os enseñe la fidelidad a la Palabra de Dios. Os pido también que recéis por el Papa, para que, como Sucesor de Pedro, pueda seguir confirmando a sus hermanos en la fe. Que todos en la Iglesia, pastores y fieles, nos acerquemos cada día más al Señor, para que crezcamos en santidad de vida y demos así un testimonio eficaz de que Jesucristo es verdaderamente el Hijo de Dios, el Salvador de todos los hombres y la fuente viva de su esperanza. Amén.

viernes, 12 de agosto de 2011

El embajador de Dios junto a las Flores

Redacción (Jueves, 11-09-2011, Gaudium Press) Era una tarde caliente de verano. Después de un delicioso y abundante almuerzo de domingo, mientras algunos se dirigían a sus habitaciones para la tan reconfortante siesta, decidimos rezar el Rosario en el amplio jardín de nuestra sede localizada en la sierra de la Cantareira (afueras de San Pablo, Brasil).

Entretanto, en aquella tarde, la naturaleza entera parecía querer también cumplir el precepto del descanso dominical. Ningún canto de pájaro, ni incluso el más leve movimiento de las hojas de los árboles se hacía sentir.

Solamente el astro rey, con más ira que bondad, es quien insistía en mostrar todo el esplendor de su majestad. Parecía querer a todo costo, despertar aquella naturaleza envuelta en el letargo vespertino.

Como el clima se hacía poco propicio para las largas caminatas, decidimos parar en la sombra de un frondoso árbol desde donde se podía contemplar un vasto panorama. Todo aquel ambiente nos invitaba a la oración y la meditación. Sin embargo, apenas habíamos recitado las primeras Ave-Marías del Rosario, cuando un zumbido como de una flecha volando por entre los árboles nos desvió la atención.

Al levantar los ojos, vimos un pequeño pájaro, ágil como un pensamiento, que cortaba el aire con maniobras inesperadas, diseñando lindas coreografías en aquel inmenso cielo azul. Sus alas, de tan rápidas, se tornaban casi invisibles. Tal era su belleza que, en nuestra opinión, esta ave parecía haber huido por alguna brecha de la puerta del paraíso para venir a habitar en nuestro medio.

De repente, de forma encantadora y vivaz, pareciendo percibir nuestra admiración, posó en una fina rama de árbol y se dejó contemplar... Luego percibimos que se trataba de un colibrí, una verdadera piedra preciosa revestida de alas.

Justo en aquel instante los rayos del sol incidieron sobre él y, al más leve movimiento, sus plumas iban cambiando de tonalidad, recorriendo los variados colores del arcoíris. Ahora se presentaban de un verde esmeralda que extasiaba. Ahora, de su elegante cuello, relucía un azul tan brillante como un topacio. Poco después, de las extremidades de su pequeña cola se podía contemplar un rojo rutilante como un rubí...

Sin embargo, como mucho le cuesta la inmovilidad, en seguida abandonó la tenue rama en que posaba y voló rápidamente en dirección a algunas flores silvestres. Ciertamente atraído por la belleza de sus colores, así como por el agradable perfume que de ellas exhalaba.

Después de esta demostración de agilidad y esplendor, el colibrí se dispuso ahora a presentar su talento de "ave de salón". Aquel pájaro, como si estuviese en un baile de la corte de algún majestuoso rey, comenzó a repetir innúmeras veces un "ceremonial" que consistía en acercarse suavemente a cada una de las flores "saludándolas".

Paraba rápidamente delante de ellas, emitiendo un suave sonido de la forma en que alguien susurra una confidencia, y en seguida, con su afilado pico, iba besando una por una. Las flores, rendidas de admiración por quien les superaba en brillo y color, se dejaban besar. Estas mismas flores retribuían la gentileza proporcionándole su suave y delicioso néctar. Y el colibrí, sin darse por vencido en materia de delicadeza y buen trato, se despedía volando hacia atrás, sin dar la espalda a la bella y perfumada flor que acababa de besar.

En este instante, nos vino a la mente el sermón pronunciado por el Mons. João Clà, fundador de los Heraldos del Evangelio, en la mañana de aquel domingo: "Dios enriqueció todo el universo con una inmensa y armoniosa diversidad de seres y que el mejor modo de conocer la belleza del Creador es admirar la Pulchritude (Belleza) del universo por Él creado".

De esta forma, aplicando tales palabras a la escena que acabábamos de contemplar, bien podríamos decir que aquella graciosa ave fue creada por Dios para admirar el bello colorido de la creación y, como "el amor torna el amante semejante al amado", no sería osado afirmar que el colibrí de tanto amar las flores, se transformó en una rosa alada...

El deseo de relacionarse...

Se veía también en aquel pequeño animal, un deseo inmenso de relacionarse, de entrar en contacto. Y, si por absurdo, aquellas flores pudiesen padecer de esta "enfermedad moderna" llamada soledad, allí estaría el colibrí, cual embajador de Dios junto a las solitarias flores del bosque, para "susurrar en su oído" que el Dios Creador de todas las cosas es quien les había dado el perfume, el color y la elegancia; y que Él no olvida ni incluso a la menor de las plantas silvestres, sino que las ama y las sustenta.

También, si grande es el deseo del colibrí de encontrar la flor, infinitamente mayor es el deseo de Dios de entrar en contacto con nosotros. Él se hizo hombre como nosotros y vino a habitar en nuestro medio. Un día, sus labios divinos pronunciaron estas palabras: "Mi alegría es estar junto a los hijos de los hombres". Siendo así, nuestra alma debería estar también repleta de esta misma alegría de convivir, de estar junto a Dios que también se hace visible a través de sus criaturas.

¿No fue el propio Dios, que en el jardín de la creación contempló una flor e hizo de ella su obra prima? ¿Esta flor llamada María, la Rosa Mística, que en su vida exhaló el más suave olor de santidad, y que un día el Verbo Eterno se hizo pequeñito para estar en los brazos de esta Rosa, y dirigir a ella su primera mirada y su primer beso?

Contemplar las realidades de la creación es vivir en oración...

Cuando todavía estábamos absortos en estas consideraciones, la campana de la capilla tocó invitándonos a la oración. Entretanto, aquel pequeño visitante, asustado con este timbre que le era desconocido, voló lejos, donde nuestros ojos no lo podían contemplar más. Ahora, poco tiempo restaba para hacernos a nosotros mismos una última indagación.

¿Será que no perdemos tiempo en analizar esta ave junto a la flor? ¿No habría sido mejor haber cumplido primeramente el propósito de rezar el Rosario? ¿Por qué no aprovechamos este tiempo para "hacer las cosas prácticas" de que el hombre moderno tanto se ufana?

En cuanto a la conclusión, esta se inclinó hacia la negativa, pues según el Catecismo de la Iglesia Católica: "es sobre todo a partir de las realidades de la creación que se vive la oración" (CIC 2569). Conviene recordar también la bella frase de Santa Teresa del Niño Jesús: "para mí, la oración es un impulso del corazón, es una simple mirada lanzada al cielo, un grito de reconocimiento y amor en medio de la prueba o en medio de la alegría".

En fin, alguien podría objetar que estos comentarios nada poseen de "científico" y que carecen de mayores conocimientos de zoología y botánica. Esto es verdad, sin embargo, el hombre no fue creado para ver la naturaleza como si ella fuese solamente un inmenso aglomerado de fenómenos físicos o de reacciones químicas, sino, para buscar las impresiones digitales de Dios en el universo y hacer de estas impresiones una oración "a Quien hizo el cielo y la tierra".

*********

Ahora, ya en la capilla delante del Santísimo Sacramento al rezar el Santo Rosario, todavía estábamos inundados de una alegría interior, pues aquella "oración" junto a la flor y el colibrí, nos aseguró que "la soledad es una ilusión", pues Dios siempre está con nosotros y que la naturaleza nada más es que un gran libro que nos remite a lo sobrenatural. Entretanto, es necesario que se sepa leerlo.

Y si por ventura los cielos de Judea fuesen también habitados por estas encantadoras aves, quizá, el Poeta Divino después de haber contemplado los lirios del campo, bien podría haber dicho: "mirad os colibríes que vuelan en el cielo, ellos no tejen ni hilan, entretanto yo os digo, ni Salomón con toda su pompa se vistió tan bien..."

Por Inácio Almeida | Fuente: Gaudiumpress




jueves, 11 de agosto de 2011

¿Por qué tanto ensañamiento y odio a la vida concebida?

Oberá (Misiones), 11 Ago. 11 (AICA) “Resulta increíble el ensañamiento y el odio para con la vida ya concebida, pequeña, inocente e indefensa, que no admite ni siquiera la posibilidad de continuar la gestación, para luego dejarlo en brazos de cientos de matrimonios en lista de espera, dispuestos a adoptar”, dijo el obispo de Oberá, monseñor Damián Bitar, al referirse a la “dolorosa situación” planteada por el embarazo, fruto de una violación a una jovencita de la ciudad de Posadas y el pedido de practicarle un aborto, que después fue desestimado por los mismos familiares de la adolescente.

El prelado sostuvo que esa situación puso “nuevamente de manifiesto la expresión acuñada por el beato Juan Pablo II, ‘cultura de la muerte’”, y logró “bloquear” las conciencias de “muchísimas personas, incluidos profesionales de la medicina, abogados, jueces, autoridades de todos los niveles, organizaciones de defensa de los derechos humanos y medios de comunicación”.

“Cuando se leen o escuchan sus declaraciones o ‘sentencias’, todos repiten a coro el mismo libreto: ‘¡Maten al niño!’ ‘¡Que no viva!’; ‘¡No tiene derecho a nacer!’”, lamentó en su reflexión.

Monseñor Bitar cuestionó también a quienes “dicen querer ayudar a la joven violada para que supere pronto el trauma de la violación y el embarazo, desconociendo –u ocultando – lo que el sentido común y los médicos y psicólogos afirman: las heridas y los traumas se acrecentarán, si junto al recuerdo de la violación se suma el hecho de saber que en el seno materno se asesinó a un bebé, que no es culpable de nada y al que se tendría en los brazos propios o de padres adoptivos”.

Además, es sabido -agregó- que estos “grupos de presión” después que logran su inicuo cometido, poco se ocupan de las personas a las que se indujo a abortar.

“¡Qué dolorosa paradoja! En el mes en que celebramos el día del niño debemos observar atónitos que se pida dictar, lisa y llanamente, una sentencia de muerte sobre un niño ya concebido”.

E interpeló: ¿Se pedirá la misma sentencia para el violador? ¿Acaso hay derecho a matar? ¿Por qué quienes dicen defender los ‘derechos humanos’ no se ocupan del ‘derecho a nacer’ de los más indefensos? ¿Por qué se niega la comprobación científica que afirma que hay vida desde el momento mismo de la fecundación? ¿De qué valen tantos avances de la medicina para prolongar la vida humana si se impide a tantos nacer? ¿Dónde queda la Declaración de los Derechos del Niño y la Constitución Nacional? ¿Y el quinto mandamiento del decálogo, ‘no matarás’?

El obispo recordó las palabras “proféticas” de la beata Madre Teresa de Calcuta de 1994 ante el Congreso de los Estados Unidos: “La amenaza más grande que sufre la paz hoy en día es el aborto. Porque abortar es hacer la guerra al niño. Si aceptamos que una madre puede matar a su hijo, ¿Cómo decirles a otros que no se maten? ¿Y qué importancia puede tener la mentira, la calumnia, el robo, la corrupción o el asesinato de un hombre, cuando la sociedad aprueba la muerte de un niño en el seno materno? Abortar equivale a tirar a los niños en un naufragio para que se salven los adultos. En el aborto se aplica la ley del más fuerte. Es la prepotencia ejercida por los fuertes en perjuicio de los débiles. Estamos combatiendo el aborto con la adopción: cuidamos a la madre y adoptamos su hijo. Yo quiero a esos niños: ¡Dénmelos!”.



Fuente: AICA

miércoles, 10 de agosto de 2011

Silencio y escucha de la Palabra

El mundo moderno nos bombardea con noticias y ruidos, con músicas y discusiones, con “blogs” y mensajes de todo tipo. Al mismo tiempo, nuestros corazones generan pensamientos y emociones que aturden y arrastran, que encandilan y casi “drogan” nuestro espíritu.

La semilla no puede dar fruto si el alma vive prisionera de mil preocupaciones, angustias, apegos, zozobras. Para que la semilla empiece su camino vigoroso, antes hay que escardar, limpiar, zanjar, proteger el terreno del espíritu.

Escuchar la Palabra, el mensaje de Dios a los hombres, es imposible si nos faltan espacios de silencio. Como explica el Papa Benedicto XVI, “la palabra sólo puede ser pronunciada y oída en el silencio, exterior e interior. Nuestro tiempo no favorece el recogimiento, y se tiene a veces la impresión de que hay casi temor de alejarse de los instrumentos de comunicación de masa, aunque sólo sea por un momento. Por eso se ha de educar al Pueblo de Dios en el valor del silencio. Redescubrir el puesto central de la Palabra de Dios en la vida de la Iglesia quiere decir también redescubrir el sentido del recogimiento y del sosiego interior” (exhortación apostólica postsinodal “Verbum Domini”, n. 66).

Si adoptamos una sana actitud de silencio, el corazón empieza a estar abierto a la acogida de la Palabra de Dios, como la Virgen, como los santos. Así lo explica el Papa: “La gran tradición patrística nos enseña que los misterios de Cristo están unidos al silencio, y sólo en él la Palabra puede encontrar morada en nosotros, como ocurrió en María, mujer de la Palabra y del silencio inseparablemente. Nuestras liturgias han de facilitar esta escucha auténtica: Verbo crescente, verba deficiunt” (“Verbum Domini”, n. 66).

Esto vale, como señala Benedicto XVI en el texto antes citado, de modo especial para la Liturgia: “Este valor ha de resplandecer particularmente en la Liturgia de la Palabra, que «se debe celebrar de tal manera que favorezca la meditación». Cuando el silencio está previsto, debe considerarse «como parte de la celebración». Por tanto, exhorto a los pastores a fomentar los momentos de recogimiento, por medio de los cuales, con la ayuda del Espíritu Santo, la Palabra de Dios se acoge en el corazón” (“Verbum Domini”, n. 66).

Si pasamos a través de los dinteles del silencio y del recogimiento, interno y externo, entramos en la escuela en la que habla el verdadero Maestro, Jesucristo. Él está, respetuosamente, junto a la puerta de nuestros corazones. “Estoy a la puerta llamando: si alguien oye y me abre, entraré y comeremos juntos” (Ap 3,20).

Por eso, al finalizar el texto de la exhortación “Verbum Domini”, el Papa invita a todos los católicos a fomentar un clima adecuado a la escucha con la ayuda del silencio.

“Hagamos silencio para escuchar la Palabra de Dios y meditarla, para que ella, por la acción eficaz del Espíritu Santo, siga morando, viviendo y hablándonos a lo largo de todos los días de nuestra vida. De este modo, la Iglesia se renueva y rejuvenece siempre gracias a la Palabra del Señor que permanece eternamente (cf. 1Pe 1,25; Is 40,8). Y también nosotros podemos entrar así en el gran diálogo nupcial con que se cierra la Sagrada Escritura: «El Espíritu y la Esposa dicen: ‘¡Ven!’. Y el que oiga, diga: ‘¡Ven!’... Dice el que da testimonio de todo esto: ‘Sí, vengo pronto’. ¡Amén! ‘Ven, Señor Jesús’» (Ap 22,17.20)” (“Verbum Domini” n. 124).



Autor: P. Fernando Pascual LC | Fuente: Catholic.net

martes, 9 de agosto de 2011

María ¿Obstáculo o signo de unidad entre protestantes y católicos?

Entre las distintas concepciones teológicas que han mantenido separados a católicos y protestantes se destaca de manera especial el lugar que ocupa la Virgen María en la obra de la redención humana.

Bien sabemos que la teología protestante, en líneas generales, no acepta la posibilidad de ninguna mediación en la obra de la salvación, excepto el mismo Jesucristo. En este sentido, para ellos María no ocupa ningún lugar como cooperadora en la redención del género humano, generando de este modo lógicas discrepancias con los católicos.

A pesar de esto en el siglo pasado, teólogos tanto protestantes como católicos estaban convencidos que María no podía ser en absoluto un punto de división sino más bien el camino seguro para restablecer la verdadera unidad entre los cristianos separados.

En la actualidad, distintos grupos interconfesionales en un clima de total sinceridad y sensibilidad por el diálogo ecuménico, vienen trabajando con gran esfuerzo por descubrir en las fuentes escriturísticas y patrísticas, como así también en el análisis teológico de las distintas cuestiones de fe, raíces comunes que puedan servir como base de diálogo para las distintas denominaciones cristianas. Estos grupos escriben documentos que luego son entregados a las distintas Iglesias para que una vez tomados en consideración elaboren una respuesta en vistas siempre a lograr una actitud de mayor apertura en el diálogo ecuménico.

El Grupo de Dombes, uno de los grupos de teólogos interconfesionales más avanzados en el diálogo ecuménico, emitió en 1997 un documento titulado María en el designio de Dios y en la comunión de los santos.

Este documento reconoce que María ha sido motivo de conflicto entre católicos y protestantes, un conflicto que, según el documento, la misma María ha sido víctima. Por eso el grupo es conciente que ha llegado el momento de decir basta al nombrar en vano el nombre de María y de humillarla por causa del pecado de los hombres. Se anhela el hecho de revertir esta situación, de modo que María no sea más una piedra de escándalo sino por el contrario un vínculo de unión.

En primer lugar el documento expresa cómo en el primer milenio la teología reconocía unánimemente en María un rol importante y perfectamente determinado en el designio del Padre, en el misterio de Cristo y en el misterio de la Iglesia o comunión de los santos. Esta situación alejaba completamente entre los cristianos motivos de discordia en lo que respecta a la fe sobre la Virgen María. Atestiguan esta realidad los Símbolos de la fe, el apostólico y el niceno-constantinopolitano, en donde encontramos las sentencias “nació de Santa María Virgen” y “se encarnó de María la Virgen”; también los santos Padres y finalmente los primeros Concilios ecuménicos, en particular el de Éfeso en el cual se declara el dogma mariano de Theotokos, es decir, madre de Dios. Por lo tanto “Virgen y Madre de Dios” pertenecen al patrimonio común de todas la Iglesias.

Por otro lado, en lo que respecta al rol que desempeña María en la obra de la salvación, que como ya dijimos, ha sido un motivo importante de separación entre protestantes y católicos, el Grupo de Dombes declara que se estaría llegando a un acuerdo en este aspecto.

El documento señala que si bien solo Dios otorga la gracia para obtener la salvación, es necesario contar con la respuesta libre del hombre para que éste se beneficie y sea justificado. La solución propuesta es inequivocable sobre el carácter absoluto de la gracia electiva de Dios, sin embargo se insiste también sobre la importancia de la respuesta humana que es parte integrante. En este sentido y en un hecho particularísimo, el misterio de la Encarnación atestigua claramente que María ha cooperado con la respuesta de la propia fe, como cada ser justificado, a través de la propia obediencia, la propia maternidad, y todas la obras de “sierva” entre ellas su intervención en Caná.

Históricamente el autor de la gracia, Jesucristo, se encarna plenamente en nuestra humanidad a través de María, quien coopera de este modo efectivamente en la obra de redención de los hombres. Se comprende entonces que una devoción sobria y veraz hacia la Virgen María, Madre de Dios, sea un potente salvoconducto para el camino de fe referido a Jesucristo.

Podemos decir entonces que, reconociendo que en el primer milenio toda la Iglesia aceptó a María como la “Madre de Dios” y la importancia clave que tiene la cooperación humana en la obra de la redención, manifestada en la disposición efectiva en cada hombre de recibir la gracia, y manifestada singularmente en María, de manera particular y especialísima en el sí de la Encarnación, ella, en el orden del diálogo ecuménico, no puede ser motivo de división, por el contrario se convierte en “Madre de unidad” para todos los creyentes en Cristo.

Notas

[1]Cfr. Heinrich-M. Koster, Mariologia nel XX secolo, In Bilancio della Teologia del XX secolo, Città Nuova, Roma 1972, p. 143. “También en el ambiente protestante pastores como M. Thurian asumían una posición positiva respecto a María en la obra de la salvación".

[2] Y. Congar, Sur la conjoncture présente de la publication del’exortation Marialis Cultus, In La Maison Dieu, n. 121, Paris 1975, p. 114-121. “El Santo Padre expresa la esperanza ecuménica de que María, Humilde Sierva del Señor se convertirá en un punto de encuentro para la unión de todos los creyentes en Cristo”.

[3]Grupo de Dombes, Título original en francés: Marie dans le dessein de Dieu et la communion des saints, Bayard éd., Paris 1997.1998.

[4]Cfr. G. Bruni, Maria nel disegno di Dio e nella comunione dei santi, Introduzione al Documento del Gruppo di Dombes, In Theotokos VI, 1998, pp.244-245.

[5]Cfr. Y. Congar, Sur la conjoncture présente de la publication del’exortation Marialis Cultus, In La Maison Dieu, n. 121, Paris 1975, p. 114-121. 
Autor: R.P. Lic. Luis Jorge Montagna, IVE  | Fuente: Catholic.net

martes, 2 de agosto de 2011

Más de 6.200 millones de euros ahorra la Iglesia al gobierno

Madrid (España), 2 Ago. 11 (AICA) Según cálculos de técnicos, en 2009 la Iglesia católica ahorró al Estado español una cifra superior a los 6.200 millones de euros mediante un enorme cúmulo de actividades de toda clase, entre las cuales -sólo por citar un ejemplo-, la Iglesia dedicó más de 43 millones de horas a los necesitados. Se calcula que el costo que tendrían estas actividades, si se contrataran en el mercado del trabajo, supondría un importe de 1.889 millones de euros. Asimismo, los centros educativos católicos concertados ahorraron al Estado 4.399 millones de euros. Ambas cifras suman 6.288 millones de euros (38.000 millones de pesos) que el Estado Español se ahorró, es decir, no gastó, ya que lo hizo la Iglesia Católica tan denigrada por el PSOE, mediante su Fondo Común Interdiocesano.

El Vicesecretario para Asuntos Económicos de la Conferencia Episcopal Española (CEE), Don Fernando Giménez Barriocanal, presentó en Madrid la Memoria de Actividades correspondientes al año 2009, la cual demuestra que el Estado español ahorra miles de millones de euros gracias a la efectiva labor de la Iglesia.

Según datos recogidos en las 69 diócesis del país, solo en 2009 la Iglesia Católica de España a través de sus 4.862 centros de asistencia, ayudó a 3.646.332 personas, cifra que supera en casi un millón a la registrada en 2008.

El estudio estuvo a cargo de la Vicesecretaría para Asuntos Económicos de la CEE, en colaboración con la Red Génesis y el Grupo de Investigación para el Sostenimiento de la Iglesia Católica.

La memoria se divide en tres secciones que explican el reparto del Fondo Común Interdiocesano, los datos sobre las diversas actividades pastorales, litúrgicas, educativas, culturales, asistenciales de la Iglesia y además otros puntos de interés.

En 2009, entre los 18.825 sacerdotes, las 54.890 religiosos y los más de 70.000 agentes de pastoral, la Iglesia Católica dedicó más de 43 millones de horas a los más necesitados.

Además, el costo que tendrían estas actividades, de ser contratadas en el mercado, supondría un importe de 1.889 millones de euros, por lo que cada euro invertido en la Iglesia Católica rinde más de dos veces y media en su servicio equivalente en el mercado.

Asimismo, los centros educativos católicos concertados ahorraron al Estado 4.399 millones de euros.

Por otro lado, unos 17.000 misioneros anuncian el Evangelio por todo el mundo y entregan su vida de forma totalmente altruista en los países más necesitados del mundo. El mayor porcentaje de misioneros españoles -un 73%- colabora en América Latina.

El informe también recuerda la influencia positiva que ejerce la cultura católica en la economía española, ya que más de 500 municipios españoles tienen en sus territorios como único Bien Cultural un monumento propiedad de la Iglesia Católica, de modo que indirectamente, la Iglesia contribuye al desarrollo económico por ser indiscutiblemente uno de los principales reclamos turísticos.

Desde 2008 el sostenimiento de la Iglesia en España depende exclusivamente de los católicos y de quienes reconocen su labor social mediante la Declaración de la Renta. No supone pagar más impuestos, ni que el Estado devuelva menos al contribuyente, ni es incompatible con apoyar otros fines sociales propuestos en la declaración.
 
 
Fuente: AICA

lunes, 1 de agosto de 2011

Mensaje de Juan Pablo II a la XVIII Conferencia Internacional sobre la Depresión

«La clave para ayudar a una persona con depresión es el amor y la oración. Las personas que cuidan de los enfermos deprimidos deben ayudar a recuperar la propia estima, la confianza en sus capacidades, el interés por el futuro, las ganas de vivir. Por eso, es importante tender la mano a los enfermos, hacerles percibir la ternura de Dios, integrarlos en una comunidad de fe y de vida, en la que se sientan acogidos, comprendidos, sostenidos, dignos, en una palabra, de amar y de ser amados.
En el camino espiritual son de gran ayuda la lectura y la meditación de los salmos, el rezo del Rosario, la participación en la Eucaristía, fuente de paz interior. La difusión de los estados depresivos es preocupante. Se manifiestan fragilidades humanas, psicológicas y espirituales, que al menos en parte son inducidas por la sociedad. Es importante ser conscientes de las repercusiones que tienen los mensajes transmitidos por los medios de comunicación sobre las personas, al exaltar el consumismo, la satisfacción inmediata de los deseos, la carrera a un bienestar material cada vez mayor. Es necesario proponer nuevas vías, para que cada uno pueda construir la propia personalidad, cultivando la vida espiritual, fundamento de una existencia madura. La Iglesia y la sociedad deben proponer a las personas, especialmente a los jóvenes, figuras y experiencias que les ayuden a crecer en el plano humano, psicológico, moral y espiritual. La ausencia de puntos de referencia contribuye a crear personalidades más frágiles, llevando a considerar que todos los comportamientos son semejantes.

Juegan un papel relevante la familia, la escuela, los movimientos juveniles, las asociaciones parroquiales.

También es significativo el papel de las instituciones públicas para asegurar condiciones de vida dignas, en particular, a las personas abandonadas, enfermas, ancianas. Son igualmente necesarias las políticas para la juventud, que ofrezcan a las nuevas generaciones motivos de esperanza, preservándolas del vacío o de otros peligros».


Autor: Salvador Cervera Enguix | Fuente: Catholic.net